El hombre es el tipo de ser que tropieza dos y más veces con la misma piedra. Esa es razón suficiente para repetir, cuantas veces sea necesario, lo que ya es sabido o se ha dicho con anterioridad. Los hechos históricos están allí para confirmarlo; basta con tomar uno de ellos a fin de despejar cualquier duda.

Con 56,45% de los votos, Hugo Chávez Frías fue electo presidente de Venezuela en diciembre de 1998. Su candidatura fue beneficiaria directa de la tesis de la “anti política” que contagió al país a partir de 1990. La misma tuvo su punto de arranque en el mes de junio del mencionado año, cuando el escritor Juan Liscano (1915 – 2001) fundó el Frente Patriótico, cuyo principal objetivo fue deslastrar al país de los partidos políticos pues, según él, ellos eran los que habían llevado a Venezuela a una situación crítica. Poco después, Arturo Uslar Pietri (1906 – 2001) puso su grano de arena al declarar que el país estaba dividido en dos: los “pendejos” y los vivos, motivo por el cual planteó la creación de la orden de los pendejos para dársela a todo aquel que había sido honesto y no se había robado ni un centavo del erario público. La mecha prendió entonces con gran ímpetu y aparecieron “Los Notables” en escena, cuyo papel fue también estelar.

Lo inevitable se produjo: el ambiente político se enrareció y sus efectos reales se manifestaron ocho años después, con el parto de los montes: el encumbramiento del bisnieto de Maisanta. Nadie reparó o puso sobre el tapete lo que ya había dicho Doris Lessing (Premio Nobel de Literatura 2007): “Cuidado, el talento para ver la desnudez del emperador puede implicar que no se adviertan sus otras cualidades”. En lo inmediato, el teniente coronel -que año y medio antes no tenía quien le escribiera- fue recibido y tratado como líder carismático: el ser providencial que llegaba para resolver todos los problemas del país. Su mayor esfuerzo se centró entonces en lo político: cambiar toda la estructura del Estado, a través de una nueva Constitución. Sin duda esa era la mejor vía de crear la ilusión de que con tal modificación se transformaría la concepción política del país y, además, su realidad social y económica. Producto de ese batiburrillo surgió la Asamblea Nacional Constituyente que se instaló el 3 de agosto de 1999 y procedió, pocos días después,  a “declarar la reorganización de todos los órganos del poder público”. Unos días más tarde intervino al Poder Judicial e inmediatamente después hizo lo propio con el Congreso Nacional. Ni el gato se salvó y así el país entero se vio cubierto por una espesa y putrefacta marea roja.

A comienzos del año 2002, Chávez se sintió con la fuerza necesaria para embestir contra Petróleos de Venezuela y agarrar por el cuello a la gallina de los huevos de oro de la economía nacional. Quien le sirve de caballo de Troya es Gastón Parra Luzardo, hombre de buenos modales, teórico del tema petrolero, dedicado a la docencia en la Universidad del Zulia pero sin ninguna experiencia de tipo gerencial. La intentona concluyó en singular avatar (los trágicos sucesos del mes de abril del 2002) que, según los opositores, condujo a Hugo Rafael a renunciar a su cargo, pero que, de acuerdo a la interpretación de sus seguidores, fue un golpe de Estado.

Después de eso, la refriega se reanudó. Desde diferentes sectores de la sociedad se presionaba para que se convocara un gran paro nacional. También se ejercía presión para que los trabajadores del sector petrolero se sumaran a dicha acción. No eran pocos los que expresaban sus reservas al paro. El objetivo de la drástica acción era político: presionar para que se acordara realizar el referendo consultivo, se conformase la Comisión de la Verdad para que se evaluaran los crímenes cometidos el 11 de abril del 2002 y se adelantaran las elecciones presidenciales para así resolver la crisis política. Los trabajadores de Petróleos de Venezuela, sobre cuyos hombros descansó el peso fundamental de la acción, entraron así a un terreno tenebroso. Al final, el gobierno “revolucionario” ganó su guerra pírrica: procedió a retirar al personal con las mayores calificaciones técnicas y lo reemplazó, en gran medida, por pícaros, dientes rotos y mujiquitas, esto es, en palabras de Don Rómulo Gallegos, pobres árboles de orillas de camino que no se sabe de qué color son.

Una vez posesionado de Pdvsa, el Gran Jefe sólo tuvo que ajustar una pequeña tuerca en los predios del Banco Central de Venezuela, designando como Presidente de la institución a un tránsfuga del partido Acción Democrática, quien le entregó sin problema su primer “millardito” de dólares, sacados de las bóvedas de la institución. De ahí en adelante la cornucopia de dólares no se detuvo. Y cuando el dinero emitido en Estados Unidos no alcanzó para seguir con la fiesta se procedió a echar mano a las maquinitas de imprimir billetes, inundando así a la economía de dinero sin respaldo ni valor que sólo sirve para alimentar sin límites al monstruo de la inflación. Ninguno de los “expertos de la nada” se ocupó entonces de evaluar las recomendaciones de reconocidos economistas de izquierda, como era el caso de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, quien fue economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial. Su posición, contenida en el libro El malestar en la globalización (Taurus, 2002), es concluyente: «…las crisis son causadas por los gobiernos despilfarradores, que gastan por encima de sus posibilidades, y en esos casos el gobierno debería recortar el gasto e incrementar los impuestos -decisiones dolorosas, al menos en el sentido político-«.

Como resultado de las pérfidas políticas económicas puestas en práctica por la nomenclatura roja, la emigración de nuestros compatriotas ha sido bestial, las fuentes de trabajo se han reducido de manera dantesca, el mejor salario no pasa de ser una ave pasajera, los centros de atención médica pública son cascarones vacíos y la permanente inseguridad obliga a estar en casa a temprana hora. Esa terrible realidad es producto de la insólita ruta que ha recorrido la “revolución bonita”, la cual arrancó como proceso de transformación política y hoy día es la más terrible metástasis que nadie pudo imaginar. Está prohibido olvidar.


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