La conmemoración del centenario del nacimiento de Carlos Andrés Pérez -27 de octubre- será objeto de muchos escritos, reflexiones y discusiones. El texto suscrito por quienes le acompañamos en el gabinete de su segundo mandado destaca su personalidad y la dimensión de sus propósitos y de sus ejecutorias. ¿La experiencia de esos años tiene algo aplicable que decir a la inmensa tarea de reconstrucción social que Venezuela debe enfrentar hoy?

La respuesta no es fácil. El documento de quienes fueron sus ministros deja, sin embargo, algunas pistas. Dice, por ejemplo: “Lideró programas sociales fundamentales, como la Beca Alimentaria, el Programa de Atención Materno Infantil a la madre embarazada y al niño lactante, y el Programa de Hogares de Cuidado Diario. Se adelantó a lo que hoy es prioridad de los programas de salud y educación de los gobiernos en los países desarrollados. Los programas sociales que impulsó se convirtieron en ejemplo para la región latinoamericana”.

Quienes diseñaron e impulsaron esos programas, dotados de una formación académica de gran nivel y profundamente comprometidos con el tema social, los asumieron como tarea prioritaria de Estado. Obedecían así a la convicción de que una verdadera estrategia de desarrollo no puede ser sino integral, es decir, atender simultáneamente lo económico, lo social, lo cultural. Más aún, que si hubiera que concentrar el concepto de desarrollo habría que hacerlo bajo la figura del desarrollo humano, del desarrollo social. No puede ser otra la conclusión cuando se concibe el bienestar de la gente como fin último del Estado y del crecimiento económico.

Si algo caracterizó, por definición, los programas sociales inspirados en estos principios fue su total distanciamiento del partidismo. La selección de los beneficiarios no tenía más criterios que su ubicación geográfica y su condición social. Sin motivación política y sin injerencia de los partidos, la administración de los programas fue confiada a profesionales, con ayuda incluso, en algunos casos, de efectivos militares. Contrasta así con un modelo afectado por la intención política y el partidismo. El carnet de la patria, establecido como requisito para beneficiarse de unos programas viciados en el concepto y en la práctica, se ha convertido de hecho en instrumento para premiar, también para excluir y castigar, para el logro del silencio y la sumisión, para la manipulación y la perpetuación de la miseria.

Cuando se habla de las enormes dificultades que implica la recuperación económica de Venezuela habría que pensar muy especialmente en la recuperación social, más aún en un momento de la economía mundial amenazada de recesión e inflación y profundamente afectada por causas que van desde el conflicto bélico hasta los grandes cambios en materia ecológica y energética. Visto el estado de calamidad que afecta a buena parte de la población venezolana en materias como alimentación, salud, vivienda, etc. no cabe en el corto plazo sino la aceptación urgente de ayuda humanitaria, asumida sin cálculos ni reticencias alimentadas por la desconfianza o el egoísmo político.

Más allá de la emergencia inmediata, se trata, desde luego, de diseñar simultáneamente un sincero y robusto programa social, fundado en sólidos diagnósticos de la realidad y concretado en programas integrales, ambiciosos, a tono con los cambios que están configurando un nuevo modo de ver la política, la economía, las relaciones entre las personas y entre las naciones.

El estado de depresión en tantos órdenes que afecta la sociedad venezolana no alimenta fácilmente el optimismo. Asumiendo, sin embargo, la obligación de sobreponerse es preciso superar la visión de una dirigencia demasiado apegada a la agenda partidista, muy generalista, sin programas ni metas concretas, sin capacidad para el detalle y sin mecanismos para alcanzarlas. Se equivoca esa dirigencia cuando resta importancia a los programas sociales, pero sobre todo cuando los usa solamente como elementos de campaña y no los ejecuta. Se impone la necesidad de programas sociales sin carnet. Cumplirlos es el único camino para atajar la adversidad y para fomentar un clima en el que los sacrificios puedan incluso ser entendidos o las obligaciones aceptadas.

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