En un momento como el actual, marcado por la crisis sanitaria del covid-19, resalta que las Naciones Unidas haya decidido declarar 2021 el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible. Si bien para algunos puede parecer que tiene escasa importancia en el contexto de las grandes actividades económicas, lo cierto es que antes de la pandemia -tal y como lo mencioné en mi artículo “Economía naranja: ¿acaso no la necesitamos?”, publicado a mediados de 2020- miles de millones de dólares anuales se movían en el mundo gracias a la producción de estos bienes.

De manera que, mediante una resolución aprobada en 2019 en Bali, la ONU reconoció la “necesidad de apoyar a los países en desarrollo y a las economías en transición en la diversificación de su producción y exportaciones, incluyendo en nuevos ámbitos de crecimiento sostenible e industrias creativas”. Esto implica no solo generación de recursos, sino también salvaguardar millones de empleos.

Dada su importancia, la economía creativa o naranja, que se encuentra íntimamente relacionada con la herencia cultural, la innovación, la creatividad, el emprendimiento, la divulgación y el conocimiento, también ha sido foco de atención del Banco Interamericano de Desarrollo.

El año pasado el organismo multilateral hizo público su informe “La pandemia pone a prueba a la economía creativa: ideas y recomendaciones de una red de expertos”, el cual sigue teniendo plena vigencia. El documento recoge las opiniones de especialistas del sector cultural y creativo de América Latina, quienes analizaron el impacto de la pandemia en los subsectores de la economía cultural y creativa, e identificaron medidas que pudieran ser incorporadas en las estrategias para enfrentar la crisis.

“A pesar de ser las primeras en verse afectadas por la cancelación de eventos, festivales y otras actividades creativas grupales, las industrias creativas y culturales han desempeñado un papel fundamental durante la crisis. Transmitieron mensajes, levantaron el ánimo, promovieron el bienestar y la salud mental, y proveyeron de entretenimiento. Todo ello ha sido clave para la resiliencia de comunidades enteras. Además, su capacidad de autotransformación y reinvención ha puesto en evidencia una vez más su valor en la innovación y construcción de un futuro distinto”, señala el informe.

Sin embargo, tanto los profesionales y emprendedores creativos, como las empresas e instituciones culturales, han visto sus actividades e ingresos drásticamente reducidos. “La prolongación de la pandemia, sumada a la incertidumbre, enfatizó la situación crítica que vivía el sector”, agrega el documento del BID y para ilustrarlo hace mención a la “Encuesta sobre el impacto del covid-19 en los museos iberoamericanos”.

En ese estudio fueron consultadas 434 instituciones museísticas de 18 países y una de las revelaciones fue que 50% tuvo que ajustar sus actividades en respuesta a las medidas restrictivas, y 60% de ellas se vio obligada a despedir a una parte importante de su personal.

Además de ese dato, en el informe los expertos puntualizaron el impacto que la pandemia ha tenido sobre las industrias creativas, pero aclararon que este difiere dependiendo del país, de las medidas implementadas y la urgencia con la que cada uno ha enfrentado la crisis sanitaria.

Detectaron efectos en el corto, mediano y largo plazo. En lo inmediato, que denominaron “fase de emergencia”, destacan la pérdida de empleo, reducción de la jornada laboral y caída o pérdida de fuentes de ingreso y ventas, debido a la cancelación de proyectos, eventos, actividades, transacciones, entre otros; así como la reducción de inversiones privadas en el sector.

Modelos de negocio alternativos

Así que los desafíos que las industrias creativas y culturales enfrentan en esta pandemia son de grandes magnitudes y esto las han llevado a buscar nuevos formatos para seguir adelante con sus actividades. Esta búsqueda ha abierto las puertas a modelos de negocio alternativos que serán vitales para apoyar la recuperación del sector, como bien lo señala el BID.

La transformación de cines, eliminando varias filas de asientos para ampliar espacio entre asistentes; bienales al aire libre y con tráfico controlado; plataformas digitales para obras de teatro y artes escénicas y festivales en línea; y librerías digitales con sistema de envíos de libros físicos, son algunas de las iniciativas que se están llevando a cabo para intentar paliar la crisis.

Sin embargo, no es suficiente. Es fundamental, y en esto coincido con los expertos consultados por el BID, “potenciar políticas sostenibles en el tiempo, a través de una comprensión del funcionamiento del sector, y que las respuestas a la crisis -de los sectores tanto privado como público- sean coordinadas y claras en su implementación”.

La emergencia sanitaria, sin lugar a dudas, ha causado heridas profundas en las industrias creativas y culturales. De allí que el organismo multilateral advierta que idear e impulsar mecanismos de apoyo para resistir y reestructurarse es esencial para que puedan sobrevivir y “seguir esparciendo sus aportes en otros ámbitos de la sociedad”.

Pero lo cierto es que no hay una solución universal y, por lo tanto, es necesario tener en cuenta esta diversidad para crear estrategias que se adapten a las necesidades específicas de cada área.

Y hoy vuelvo a reiterar lo que señalé en mi artículo anterior: “La economía naranja no se debe echar a un lado”. No solo por lo descrito anteriormente, sino también porque es parte de nuestras rutinas: desde la serie que vemos por streaming hasta el libro que leemos. La necesitamos…

@DavidParedes861


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