Antes de mi encuentro rangeliano, estuve con el influyente senador Ramón J. Velásquez, quien dirigía el diario El Nacional, donde yo mantenía una columna periodística. Pero también publicaba textos en las «Culturales» de El Universal, a cargo de mi también admirada Sofía Ímber (esposa de Carlos). Ella me había dicho que el notable pero denostado escritor venezolano, autor de El Tercermundismo y Del buen salvaje al buen revolucionario, quería agradecerme, en persona, haber elogiado sus libros mediante una crítica que publiqué en El Universal. Llegué al Museo de Arte Contemporáneo y fui conducido hacia un cubículo pequeño, casi escondite, donde estaba el intelectual.

—¿Quemaron tus libros en la Universidad Central de Venezuela? –le pregunté, sentándome, cuando movía su butaca para ubicarse frente a mí y no detrás del escritorio.

—No son muy gentiles allá, donde, alguna vez, ejercí la docencia –me dijo con esa peculiar voz que parecía deliberadamente apagada, y que obligaba a quienes mirábamos su programa Buenos Días (en https://es.wikipedia.org/wiki/Venevisión) aumentar el volumen del aparato para escucharlo mejor […]

—La autonomía universitaria es una maravilla, Rangel: el vandalismo en nuestras casas de estudios superiores está protegido por la Constitución Nacional de Venezuela vigente, la de 1961.

—Se consagró sin que se explicaran las circunstancias en las cuales debía respetarse. En las universidades autónomas se ocultan guerrilleros urbanos: en ellas también, por supuesto, sus armas. El «activismo político comunista» es más importante que el fomento de las artes, literatura, ciencias.

—¿Porque son buenos salvajes?

—Y pésimos revolucionarios, Jiménez Ure. Los demócratas del país no meditan respecto a la peligrosidad de esos individuos: como cada momento tú, Sofía y yo sí lo hacemos cada día. Reconozco que me angustia mucho.

—En la Universidad de los Andes, los profesores y estudiantes revolucionarios condenan la dictadura de Pinochet y subliman la de Fidel Castro Ruz. ¿Qué opinas?

—La complejidad de tener que elegir entre una y otra está supeditada a las condiciones de existencia de chilenos y cubanos. Pinochet salvó su país de la hambruna mientras Castro Ruz consagró mendicante a su nación (que, sin el subsidio financiero de la URSS, de aproximadamente 7.000 millones de dólares anuales) se extinguiría.

—¿Es fantasiosa la tesis rangeliana según la cual hacia el caos conducen nuestros políticos irresponsables a las naciones latinoamericanas?

—Teoría es un sintagma hecho previamente sustanciado por una hipótesis. Salvo pocas excepciones, la mayoría de quienes integran nuestras élites políticas-culturales carecen de preparación humanística. Hablaste con Velásquez antes de venir. Lo respeto, él sí lee. Sabrá que el liberalismo económico peligrará en América Latina en tanto que la

Revolución Comunista-cubana se mantenga intocable, y sea, ciertamente, fomentada en las universidades y medios de comunicación social.

—El senador me confesó que su conocimiento profundo del ámbito político venezolano lo condujo a sentenciar que  la democracia venezolana tiene un tirano entrepiernas.

—A un Fidel, cuyos «propósitos expansionistas» no lo emparentan con el general Augusto. La Segunda Guerra Mundial nunca se enfrió. En todas partes aparecen quienes pretenden imponer el paradigmático sistema comunista soviético.

—El escritor Jorge Luis Borges estuvo contigo y Sofía en Buenos Días. También lo abominan adherentes de las «izquierdas suramericanas, por haberle aceptado una condecoración a Pinochet. Es curioso: en Venezuela, ningún gobierno democrático se atrevería conferirle una distinción. Y, profesores de Letras de la Universidad de los Andes rechazaron la moción de conferirle un «doctorado».

—Honor a cuál causa sino la literatura de Borges […]

—¿La habrá leído Pinochet?

—Pocos militares leen, pero, cuando están al mando, aprecian que sus asesores sí. Que Borges aceptase una condecoración genera polémica, claro: también habría sido tema de discusiones académicas-políticas-periodísticas que la rechazara. Jean Paul Sartre desestimó el Nobel de Literatura, impulsado por intereses políticos personales y de las élites intelectuales francesas.

—¿Te agrada Pinochet?

—Me satisface que los chilenos no padezcan penurias, que su país progrese.

—¿Y sus crímenes?

—No son míos, lo sabes porque has leído mis libros.

—¿Es Ravel tu padrino literario en Europa?

—Sólo mi amigo. También tú lo eres.

@jurescritor


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