Hace 20 años Chávez despidió a pitazo limpio a los trabajadores de Pdvsa

A Henry Miller debemos una de las obras más personales, vigorosas e influyentes del siglo XX, Primavera negra. He usurpado el título para encabezar mis divagaciones sobre abril, no porque me  parezcan especialmente sombríos sus días —a tres años del apagón, El Nacional pregunta: ¿es inminente el colapso del sistema eléctrico?—, sino, en atención al cariz de las hostilidades ruso-ucranianas y las amenazadoras actitud e intransigencia del neozar Vladimir Putin. Sopesé la posibilidad de intitularlas “Primavera a la putinesca”, pero me pareció improcedente, dada su afinidad fonética con una sabrosa salsa italiana para pastas, pues ni de vaina me gustaría pecar de irreverente en materia gastronómica. Probablemente me esté repitiendo en este breve introito. Correré el riesgo de la reiteración, como lo corren autores de renombre cuando afirman estar escribiendo siempre el mismo libro. No me considero escritor.  Soy, acaso y no más, un obrero de las palabras. De ellas me valgo a objeto de, sin nombradía alguna, pergeñar variaciones sobre el inagotable tema del oprobio rojo, y esta entrega no será excepción, a pesar de haberse registrado, hasta el último día de marzo (jueves 31) cuando la perpetré, notables acontecimientos en la escena internacional y en el ámbito local. Me referiré solo a tres. El primero tuvo lugar en el teatro Dolby de Los Ángeles, cuando un iracundo machista retro, el oscarizado actor Will Smith, le propinó una cachetada al impertinente comediante Chris Rock y le advirtió: ¡Mantén el nombre de mi mujer fuera de tu puta boca! Rifirrafes similares se producen a diario, empero el de marras tuvo la virtud de jibarizar los partes de guerra provenientes del este de Europa y eclipsar a Volodímir Zelenski y Vladimir Putin, líderes de la resistencia y de la agresión en la desigual conflagración en curso. El segundo tuvo como estrella al presidente porque me salió de la entretela, quien, en un encuentro con las «feministas» bolivarianas, circunscribió el papel de las mujeres a su función reproductora: «La tarea de la mujer es parir, gestar». Reincidió, así, en el atroz reduccionismo de dos o tres años atrás al exigir, en ocasión del Día internacional de la Mujer, un aumento de la fecundidad femenina. En reacción a semejante despropósito nazi-fascista, sugerí la creación del ministerio del poder popular para la puericultura y la cría de infantes al mayor, y además escribí un artículo, ¡A parir, Delcy!, del cual extraje el párrafo transcrito a continuación.

«¿Sabrá el mascarón de proa del régimen quién fue el reverendo Thomas Robert Malthus? ¿Habrá oído hablar alguna vez de la catástrofe malthusiana? No pareciera bigotes tener noticias del clérigo y economista inglés, autor del Ensayo sobre el principio de la población. Y de tenerlas, le importan un rábano o le saben a excremento canino. Así se infiere de su llamado a las venezolanas, casadas, divorciadas, viudas, solteras o amancebadas, a parir como conejas y engrandecer la nación en términos demográficos, sin reparar en la carencia de un entorno apropiado para la concepción, ni en las deficiencias crónicas en materia de servicios, dotación e infraestructura inherentes a  maternidad, pediatría y nutrición infantil. ¡A parir, a parir! Todas las mujeres a concebir seis hijos, ¡todas! ¡Qué crezca la patria! (o el pilón), clamó el reyecito en tele encadenada cita con integrantes del plan nacional de parto humanizado y lactancia materna (¿?)»  «Nadie —aseveró Montaigne— está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis».

El tercer acaecimiento fue difundido en medios vernáculos el mismo día de la gresca derivada de la calvicie de Jada Pinkett Smith, por boca del presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor Jesús González de Zárate: ¡El país cuenta con 33 sacerdotes autorizados para hacer exorcismos! Al leer la declaración me pregunté —y perdóneseme la digresión— si la cantidad tenía algún tipo de vínculo con la edad de Cristo. A fin de averiguarlo, navegué  en las extensas y superficiales aguas de Internet con el sextante de la ignorancia y la brújula de la confusión, mas no puede dar con la web del Santo Oficio y me quedé con las ganas de ampliar mi parvo saber en materia religiosa; pude, no obstante, enterarme del poder simbólico asignado en la numerología a  ese guarismo maestro, a través de una reseña publicada en el diario español La Vanguardia (15 de octubre de 2010) narrando la ordalía de 33 mineros chilenos atrapados en una mina, para cuyo rescate se perforó, durante 33 días, un túnel de 33 centímetros de radio, iniciándose tal tarea el 13/10/10, cifras cuya suma totalizan 33. Y llegado a este punto me sentí como Rafael Silva (†), elaborando un guion para Nuestro Insólito Universo; lo insólito, sin embargo, es que, habiendo tantos endemoniados rojos, sea tan exiguo el contingente de clérigos con licencia para conjurar demonios en un país gobernado por posesos. No lo tendrán nada fácil los émulos de Lankester Merrin (Max von Sydow), el protagonista de The Exorcist (William Friedkin, 1973). Ojalá no terminen siendo víctimas del nicochavismo satánico. Pero no seamos agoreros: ¡Llegó abril!

Sí, llegó abril y quizá convenga ponernos a tono y escuchar a Julio Sosa cantando “En la madrugada” (Federico Silva) —«arrabaleros cafetines/donde empeñan sus abriles/las muchachas de percal» —, mientras evocamos algún comentario de La ciudad se divierte (Pedro J. Díaz) dando cuenta de los 15 abriles de la sifrina de Caurimare o de otra jovencita «de la sociedad». Desde sus respectivas cursilerías, el tanguero y el Lúculo de Puerto Escondido procuraron hacer del cuarto mes del calendario una metáfora de la primavera, entendiendo esta como la estación del esplendente revivir de la naturaleza. Trovadores y poetas –Rubén Darío, Nicolás Guillén y Juan Ramón Jiménez, en nuestra lengua y entre otros muchos– versaron en torno a su luz, a sus aromas, a sus noches estrelladas y, sobre todo, a los enamoramientos propiciados por flores, colores y fragancias; pero, y aún con la Semana Mayor en ciernes, no será la de 2022 apacible temporada de himnos, cánticos y antífonas: en Ucrania, en Yemen, en Siria y vaya usted a saber en cuántos otros rincones del planeta se escuchan con profusión las descargas de fusilería, el traqueteo de las ametralladoras y las explosiones de bombas, cohetes y misiles.

Mencionamos a Nicolás Guillén, de quien apreciamos su Cuelga colgada, cuelga en el viento, la gorda luna de Barlovento, pero aborrecemos su deplorable canción a Stalin —«Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…/A tu lado, cantando, los hombres libres van»—, porque seguramente ahora habrá en Moscú o en Donetsk y Luhansk (Donbas o Dombás, Ucrania) quien cante de la misma suerte a Putin —en 2018, mientras ardía Judas-Maduro en la hoguera de la furia popular,  los habitantes de Sabaneta quemaron una estatua de Hugo Chávez, regalo del presidente ruso al pueblo natal del comandante eterno—, como tampoco, y aunque usted no lo crea, no faltara quien haga lo propio con el zarcillo Nicolás. Se trata, naturalmente de una especulación; menos especulativo es suponer que el venidero Domingo de Resurrección, Nicolás arderá de nuevo hasta en el más recóndito villorrio del país, como debe estar ardiendo en el infierno quien nos los dejó de regalo, aquel aspirante a la eternidad socialista y bolivariana que, hace 20 años (abril de 2002), estigmatizó con abominables anatemas y despidió a pitazo limpio, cual instructor de boy scouts, al meritorio equipo de profesionales de Pdvsa, empresa, hasta ese fatídico momento, productiva, competitiva y a la altura del primer mundo. Por ello y con razón, el general por él designado para presidirla, Guaicaipuro Lameda, abandonó el cargo y sumó la suya al coro de voces adversas a la destructiva y deplorable gestión de la revolución bonita. Fue la de ese año la más negra primavera de nuestra historia contemporánea.


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