En 2018 el ministro chino de Exteriores firmó acuerdos en Guyana

En cada una de las esquinas de Georgetown, Linden, Corriverton y Rosehall es frecuente escuchar hablar mandarín. Buena parte del comercio está en manos de inmigrados chinos con pasaporte guyanés.

Pero Guyana no era un país que despertaba gran interés en el mundo de los negocios internacionales hasta que en 2017 su colosal potencial energético fuera develado al planeta por las propias empresas privadas explotadoras de estos recursos. Las grandes petroleras mundiales tenían ya un pie bien puesto en este país en el que su población vive con menos de 6 dólares por día.

China, sin embargo, había ya detectado, desde varias décadas atrás, otras áreas de interés que van más allá del potencial de reservas que existen en su subsuelo. Por ello diseñaron y pusieron en ejecución fórmulas de acercamiento estratégico con el gobierno guyanés, útiles para los inversionistas propios y para brindarle a las administraciones locales alternativas para generar mejores condiciones de vida a sus ciudadanos.

Desde mediados del siglo pasado Pekín ha estado apuntando a echar raíces allí con la idea de estar presente cuando se produzca el despegue económico que, al parecer, estaría a punto de llegar. Cuantiosos fondos de cooperación fluyeron a partir de 1980 creando un buen ambiente del cual hoy beneficia esta relación bilateral basada en el principio ganar-ganar. Guyana se ha convertido en un punto neurálgico de su Nueva Ruta de la Seda. China ha estado financiando dentro de su geografía el desarrollo de obras de infraestructura que son cada vez más esenciales desde que el país abrazó su vocación petrolera.

A decir de los guyaneses, su nación se convertiría en apenas un lustro en el mayor productor de petróleo del subcontinente, lo que le permitiría suplir al orbe de todo el petróleo que no están produciendo los venezolanos, los colombianos y los mexicanos. Estados Unidos le pone cifras a esa aspiración: el Geological Survey estima que 13,6 billones de barriles de petróleo y 32 trillones de pies cúbicos de gas yacen en el esa cuenca y asegura que es la última área inexplorada con potencial petróleo significativo.

El caso es que China no ha perdido el tiempo y ya goza de una importante gravitación en los asuntos internos del país. Miremos por encima cómo: desde 2016 fue una empresa china del campo de lo geológico quien estableció el mapa de las reservas minerales del país y a esta hora ya están en pleno desarrollo un conjunto de proyectos de cooperación y financiamiento en infraestructura que cubren la ampliación del aeropuerto de Cheddi Jagan, la construcción de una planta hidroeléctrica en Amalia Falls, la vía terrestre que unirá Georgetown con Brasil, la expansión de la conectividad de banda ancha en telecomunicaciones, entre muchas otras actividades esenciales. Todo ello sin hablar del negocio petróleo en el cual ya los chinos tienen un pie adentro con 25% de participación de la empresa estatal CNOOC en la explotación del Bloque de Starbroek.

Un reporte reciente de Rystad Energy asegura que a pesar del covid la expansión de su PIB  en el año 2021 fue de 43,5%, una de las más rápidas tasas del mundo. 10 billones de barriles de crudo producidos en su plataforma marina han comenzado a bombear dólares dentro de su economía. Se espera que su gobierno reciba ingresos petroleros en los próximos veinte años por 120 billones de dólares.

Cuando se constata la debilidad económica que el planeta registrará a raíz de la pandemia y de la guerra rusa con Ucrania, todo hace pensar que con lo que ha sembrado en cinco décadas en el país caribeño, China recogerá buenos frutos. Pensemos por un instante en que todo lo anterior ocurre en un espacio cuya población no alcanza 800.000 personas, menos que cualquier diminuta población china.

 

 


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