La rectora Tania D’Amelio, única que repite en el cargo, era militante del PSUV  | Foto Federico Parra – AFP

Lo que favorezca el continuismo de la hegemonía es perjudicial para Venezuela y lo que contribuya a superar la hegemonía es favorable para la causa democrática de los venezolanos.

Por estas razones, no puedo compartir el ánimo auspicioso de algunos voceros opositores en relación con el «nuevo» CNE. Se ha afirmado que se trata de un paso decisivo para la reconstrucción de la democracia venezolana… Tal tipo de afirmaciones son delirantes.

Cierto que en este CNE hay personas honorables y valientes como, por ejemplo, Roberto Picón y León Arismendi. Pero también es cierto que el control hegemónico sobre el llamado Poder Electoral se mantiene, y ello ayuda a apuntalar la fachada seudodemocrática del poder establecido.

Más allá del tema del origen ilegítimo de las designaciones, por parte de una Asamblea oficialista, que se sustenta en la usurpación de poderes y en comicios que no han sido ni libres ni limpios, está otra realidad, sin duda más importante, que es la naturaleza despótica, depredadora, corrupta y anticonstitucional del régimen imperante.

Esto es el género y aquello la especie. El avasallamiento de los derechos humanos en Venezuela, sean políticos, civiles, sociales o económicos, se deriva del carácter arbitrario, mandonero, es decir, despótico, de la hegemonía roja y su amplia gama de enchufados políticos y económicos; además, claro está, de los patronos cubanos, y de las estrechas y opacas relaciones con otros despotismos, incluyendo instancias de delincuencia organizada.

Si todo ello continúa, la catástrofe nacional seguirá y se profundizará, y el repudio a Maduro y los suyos sería compensado con habilidosas expectativas electorales.

Lo primero siempre es el fundamento, la base, las premisas. En el caso de la tragedia venezolana, las premisas no son difíciles de entender.


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