Foto EFE

I

Hacer hallacas en la casa de los Matute era una fiesta. El director de los eventos era el doctor que, aunque el ejercicio de su profesión le ocupaba todo el tiempo, siempre estaba dispuesto a meterse en la cocina y demostrar que era fiel heredero de los dones culinarios de la abuela María.

El doctor les enseñó a sus hijos a hacer hallacas porque primero le enseñó a su esposa, la margariteña que solo sabía de “pasteles de cochino”, como le llamaban en Paraguachí al plato navideño. Por cierto, eso de hacerlas con pescado porque son de una isla es como una idea de navegaos. O al menos así dice ella.

Nada de recetas, todo salió de la cabeza del doctor, que ni siquiera trató de copiar las de su madre, que les ponía garbanzos. Así que, como en todas las familias venezolanas, la hallaca llevaba el sello personal y la sazón del jefe de familia.

II

Lo más pesado era lavar las hojas, porque se hacían cientos de hallacas y un número similar de bollos. Para eso estaba la batea en el patio por donde corría toda el agua necesaria. Limpias y relucientes, así debían quedar.

Hubo una vez que los cálculos salieron mal, o más bien que los paquetes de hojas que compramos en el mercado municipal de Los Teques habían venido trampeadas con un montón de flecos por dentro. Faltaron, pero ya pasado el mediodía ¿quién iba a salir a buscarlas?

Entonces el doctor tuvo una idea. En un extremo del jardín siempre hubo matas frondosas de cambur. Con sus hijos cortó varias hojas. Prendió una fogata, le puso encima una lata de agua y cuando comenzó a evaporarse, allí las asamos. Con eso terminamos de hacer las hallacas ese año. Yo estaba fascinada porque había aprendido el proceso de como la hoja se cocina con vapor de agua para hacerla más flexible.

III

Esa y las parrillas domingueras eran las ocasiones en las que los Matute cocinaban con leña. Por gusto, por elección, por interés culinario, por pasatiempo. Nunca por necesidad.

Mi padre fue un hombre luchador, de origen humilde, inteligente, solidario, que utilizó su don de curar para hacer el bien y con eso se ganó la vida. Pero era otra Venezuela en la que el gas llegaba cuando uno lo pedía, el agua nunca faltaba para lavar las hojas de las hallacas. Las luces del arbolito se encendían todas las noches y los niños podían crecer felices.

Si me preguntan qué quiero, la respuesta es muy simple. Quiero que Venezuela vuelva a ser posible, no un proyecto fallido de un loco resentido. Quiero que los niños vuelvan a tener futuro, quiero que los humildes tengan la posibilidad de surgir.

No necesito tanta parafernalia, tantas palabras huecas. Si me preguntan qué quiero solamente diré: Que se vayan el mandante y sus cómplices. Así, sin adornos. Quiero que el régimen tenga punto final.

Aunque muchos critiquen la consulta popular, comenzando por mí, creo que es una oportunidad de decir lo que pensamos. Aunque las preguntas no recojan claramente el sentir de la gente, por lo menos entre tanto bla bla bla existe una posibilidad de expresión, y eso hay que aprovecharlo, aunque sea por desahogo.

@anammatute


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