En el Diccionario de la Real Academia Española existen 11 definiciones de la palabra “especular”, que dependen de 2 etimologías latinas bien distintas; pero a los efectos de este artículo de opinión con orientación económica, usaré como definición del término especular, la afirmación que dice: “Especular es efectuar operaciones comerciales o financieras con la esperanza de obtener beneficios aprovechando las variaciones de los precios o de los tipos de cambio” o de manera más simple: “es la práctica de obtener un beneficio económico comprando barato y vendiendo caro”.

Se ha hecho una costumbre manipulada y manipuladora, confundir la semántica relacionada con los verbos especular e invertir, siendo que el inversor real se interesa por las características fundamentales del bien o servicio donde invierte su capital financiero e intelectual y tales características son: calidad, utilidad, estabilidad, credibilidad, sostenibilidad y rentabilidad, de lo que se produce o se mercadea, mientras que el especulador solo desea obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible, sin ningún otro tipo de consideración y como ejemplos, con ánimos netamente didácticos, podríamos citar a un inversor real como es Mr. Bill Gates –fundador de la empresa Microsoft, quien creó el sistema operativo actual más popular, llamado Windows– que actualmente es el mayor terrateniente en Estados Unidos y como inversor se dedica a la producción de alimentos de origen agrícola, mientras que en el campo de los especuladores podríamos mencionar a Mr. George Soros, cuyas ganancias provienen de la manipulación de los precios en la bolsa y de las tasas de cambio, tal como ocurrió cuando ganó 1.000 millones de dólares en un solo día, quebrando al Banco de Inglaterra –hecho ocurrido el 16 de septiembre de 1992 y llamado el miércoles negro– mediante la obtención de dinero con facilidades crediticias y la manipulación del tipo de cambio con la libra esterlina.

Se debe tener bien claro, que por la costumbre de comprar barato para vender caro –acción de especular– la especulación se ha camuflado con la actividad comercial honesta y en principio ha sido considerada una actividad legal –aunque no todo lo legal es necesariamente: ético, correcto, justo u honesto– pero en muchos casos, donde esta acción esté acompañada por otras acciones adicionales tales como son: acaparamiento de bienes, negación o mal funcionamiento de los servicios, competencia desleal, oferta de bienes y servicios ficticios, manipulación de los precios, apalancamiento mediante créditos en bancos de reserva fraccionaria y establecimiento de monopolios u oligopolios, entre otras desviaciones, que aunque no sean penalizadas por la ley, la especulación per se, no podría considerase 100% ética y termina distorsionando el equilibrio de los libres mercados, que en principio deberían responder a las fuerzas de oferta y demanda, sin la intervención de otras fuerzas espurias e improductivas, siendo que esas distorsiones conducen a crisis económicas cíclicas.

Podríamos considerar que en principio existen dos tipos de especulación, que son la comercial y la financiera, de modo que para ilustrar la de tipo comercial, relataré a continuación algunos casos que me ocurrieron recientemente:

Debido a que las casas requieren periódicamente mantenimiento, para reparar daños de elementos que se deterioran con el uso, el paso del tiempo o por fallas que son producto de vicios ocultos de construcción, tuve que comprar cierta cantidad de cemento y las primeras bolsas que por cierto, no son los sacos de papel tradicionales de 45 kilogramos, sino un cemento en bolsas plásticas que llaman “a granel” y que tiene menos peso que los sacos originales, de modo que compré inicialmente 2 bolsas de 38 kilogramos c/u a precio de 7 dólares por bolsa, pero al utilizarse todo el contenido, tuve que buscar más cemento para continuar con la obra y recorrí muchas ferreterías y negocios de materiales de construcción, pero me llevé una sorpresa, porque en ninguno de ellos había existencia del material solicitado y solo me ofrecían bolsas de a un kilo muy caras, pareciendo ser una situación extraña del tipo cartelización y luego de seguir buscando, pude conseguir las bolsas de 38 kilogramos, pero a 9 dólares por cada bolsa, lo cual implica que el insumo había sufrido un aumento de 26,6 % en una semana, sin que hubiera habido incremento de salarios ni de tarifas de servicios u otros aumentos y como los precios en Venezuela están en dólares, no se justifica una inflación en divisas de esa magnitud –si esa fuera la excusa–, cuando en el país emisor del dólar, existe inflación por la expansión de liquidez actual, pero no pasa del 5 % anual por ahora.

Además del cemento, el maestro de la obra me solicitó tres codos de PVC de 90° y comencé mi búsqueda, siendo que conseguí precios en dólares diferentes en cada negocio visitado, tales como: 9, 7, 6, 5, 4, 3 o 2,5 por codo y al final, compré 2 codos de 2,5 dólares c/u a un vendedor informal y el otro codo restante por 3 dólares en una ferretería, pero teniendo en cuenta que esos artículos son hechos en Venezuela, con materia prima y mano de obra nacional subpagada, no veo ninguna racionalidad económica, para que exista una diferencia tan abismal de precios entre el máximo y el mínimo de 260%.

También tuve que comprar una rejilla y su soporte de bronce de 4 pulgadas para el desagüe del patio y hacía una semana que en una ferretería me habían pedido 8 dólares por ella, pero el día que fui a comprarla, su precio estaba en 10 dólares, lo que implicó un aumento porcentual de 25% en 7 días.

A la práctica de aumentar constantemente los precios que están en divisas en Venezuela, sin ningún tipo de racionalidad económica, solo la puedo catalogar como una distorsión especulativa perversa, puesto que el país está en una economía dolarizada por el lado de la oferta, pero con los salarios mínimos mensuales que están cerca de los 2 dólares mensuales y con los precios internacionales en dólares, considero que mientras se siga con estas malas prácticas especulativas por parte de algunos comercios y se quiera mantener envilecido al salario de los ciudadanos –mediante la ley del embudo–, no será posible la recuperación económica nacional, puesto que para que crezca la oferta agregada o PIB, es necesario incrementar la demanda agregada –que necesita de ciudadanos con ingresos que tengan capacidad de compra y agentes económicos con ética en los negocios– y existen algunos supuestos expertos económicos histéricos, que le piden al gobierno que no aumente los salarios reales de los trabajadores, porque les parece que un salario mensual mayor de 7 bolívares digitales –después de la reconversión monetaria, que serán menos de 2 dólares– podría quebrar a los pobres especuladores, que mantienen sus precios dolarizados, pero que pagan los salarios pírricos en bolívares devaluados y devaluables.

Por otra parte, esos mismos supuestos expertos también le solicitan al gobierno que disminuya el encaje legal para permitirle a los bancos que puedan disponer más fácilmente de casi la totalidad de los depósitos de sus clientes para prestarlos a tasas reales cero o negativas, de tal forma que se transfieran los activos monetarios en divisas o en moneda nacional de los clientes hacia los prestatarios ineficientes, para que puedan enviar los fondos al exterior, donde pueden ser estafados por delincuentes financieros internacionales, tal como ya ocurrido en el pasado, siendo que con esas prácticas solo se logrará incrementar: inflación, devaluación, especulación financiera y el deterioro del patrimonio de los ahorristas, junto con el envilecimiento del ingreso de quien trabaja, ahorra, invierte y produce, puesto que “con ese tipo de supuestos asesores económicos amigos, el país no requiere de otros enemigos” (metáfora).

En mi opinión, en una economía sana que se oriente hacia la producción en vez de la especulación, el único ente que debe generar moneda nacional, independientemente de su formato, debe ser el banco central, tal como lo indican las constituciones de las diversas naciones; la moneda nacional debería estar anclada y respaldada por oro, para que sea unidad de medida honesta y de mantenimiento de valor; los depósitos a la vista ya sean en divisas o en moneda nacional, deben tener un encaje legal de 100% –es decir, deben estar siempre disponibles para cuando el cliente los solicite y no ocurra lo de las cuentas en divisas del convenio cambiario número 20, que están en el limbo– y los créditos otorgados a los inversores reales, deben basarse solo en depósitos a plazo fijo, que deberían cobrar y pagar tasas de interés competitivas y solo ese tipo de depósitos debería tener un encaje legal cercano a cero, para favorecer el ahorro voluntario real; de tal manera que al recuperar el poder del ahorro, la credibilidad en la moneda, hacer al consumo más racional y a la inversión más productiva y eficiente, como consecuencia inherente a la caída de la inflación de consumo y también de activos, para que se produzca un incremento en los salarios reales y también de esta manera se eviten quiebras futuras de bancos y crisis financieras indeseables, como ha ocurrido en tiempos pasados con algunos casos tales como fueron Lehman Brothers en Estados Unidos o los casos del Banco Latino y del Grupo Latinoamericana Progreso en Venezuela, por el uso de prácticas crediticias no inocuas y riesgosas, como son el uso de la reserva fraccionaria al crear dinero de la nada para otorgar créditos y la aplicación de encajes legales cercanos a cero para los depósitos a la vista, que conducen inexorablemente hacia la quiebra de la economía.

Finalmente, una dicotomía que en el pasado les hacía perder el tiempo y la energía en discusiones estériles y bizantinas a los ciudadanos, era dividir y enfrentar a la gente entre capitalistas y socialistas, pero para los amantes de las dicotomías, actualmente es preferible hacer una taxonomía entre productores y especuladores, pues mientras los primeros crean riqueza para las naciones, los segundos se apropian indebidamente de los activos ajenos, mediante la manipulación de precios, tasas de cambio y la creación de leyes y normas sobrevenidas, promovidas por politiqueros mantenidos por los especuladores, si analizamos los casos de Mr. Gates y Mr. Soros, tal como fueron expuestos en los párrafos anteriores.

 

 


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