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La lástima y el miedo con el que muchos miran a quienes son sospechosos de ser portadores de COVID-19 (uno de los virus más atemorizantes física y psicológicamente del siglo XXI) produce desasosiego y sentimiento de culpa en el portador. Lo que no resulta justo en el caso de aquellos quienes, por haberse cuidado, protegieron a otros. Sin embargo, por injusto que pueda parecer, todo contagiado corre peligro y es peligroso.

Lo más terrible de esta pandemia es la incertidumbre de no poder saber por anticipado de qué manera reaccionará nuestro organismo si enfermamos por este virus.

Recientemente publiqué en Twitter que hay que regirse bajo una máxima: todos tienen COVID-19 hasta que se compruebe lo contrario. Lo cual, por paranoico que suene, nos convierte a todos en sospechosos pero, en este caso, parecer culpable es bueno ya que nos vemos obligados a aplicar las medidas de bioseguridad como un intento por disminuir la probabilidad de contagio.

Ardor en la garganta, dolor muscular y de cabeza, escalofrío o fiebre y un inexplicable agotamiento que logra postrarnos en la cama hasta dejarnos sin fuerzas, a veces, la pérdida del olfato y del sentido del gusto son también síntomas de alarma y quizás, el más terrible: la dificultad para respirar.

Primera reacción: la negación

—¡No! –dice alguien que se siente mal mientras un ataque de tos seca y persistente, ahoga e interrumpe sus propias palabras– ¡Esto es una gripe fuerte…! No. Imposible que sea coronavirus y es que me he cuidado en demasía… me he desinfectado con alcohol… me he cambiado de zapatos al llegar a casa… me he colocado el tapabocas… me he mantenido a metro y medio de todos, hasta guantes he usado a veces –de nuevo, su propia tos interrumpe su discurso y el calor de la fiebre comienza a quemarlo por dentro–. Me he… ¡no! No creo.

Segunda reacción: la duda

Revisa el calendario. Busca quince días atrás. Intenta recordar qué hizo, con quién estuvo y adónde fue.

—Recuerdo que ese día mi vecina me abrazó y me dio pena detenerla… recuerdo que toqué el botón del ascensor sin desinfectarlo porque estaba apurado… recuerdo que fui para la playa con unos amigos porque el presidente dijo que en Carnaval habría flexibilidad… recuerdo que me quité el tapaboca pero fue solo por un rato y en otras ocasiones, recuerdo habérmelo puesto debajo de la barbilla y haberlo colocado bajo la nariz… recuerdo que en una fiesta… ¿y si tengo?

Tercera reacción: la culpa

—Dicen que en estos tiempos todo lo que parece gripe es COVID-19. Ya le conté a mi familia, a la que vive conmigo… pero me da pena y miedo contarle a mis amigos… ¿y si me rechazan?… ¿y si no creen que yo pensaba que tan solo era una gripe fuerte?… ¿y si me agarran rabia porque dejé de cuidarme y al hacerlo los expuse a ellos?… ¿y si alguno de mis amigos enferma de gravedad porque yo no le avisé a tiempo?… ¿y si alguien muere?

Cuarta reacción: la aceptación y la decisión

No es fácil sentirse rechazado pero peor es callar y exponer a la gente a quien amo… Sí. Tengo los síntomas. Estoy enfermo y es probable que sea porque bajé la guardia y dejé de cuidarme… si pudiera hacerlo, retrocedería el tiempo y me protegería como lo hice al principio, cuando aún sentía miedo… pero ya no puedo. No debí haberme confiado. Lo mejor será avisarles y decirles. Los llamaré y me haré la prueba.

Resultado de la prueba

Positivo (+) para COVID-19.

 

 


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