Pasaje Cienfuegos 33 de Yungay, Santiago de Chile, otoño de 1838 (creo).

El Maestro se da a la tarea de ordeñar el coco todas las mañanas. Eso me han dicho. Temprano, a las cuatro en punto de la madrugada, dicen que se levanta para recibir el día y dar las gracias al gran poder de Dios, llámese Jesucristo, Alá, Buda o Mahoma, el cosmos infinito o el sí mismo que no es más que la obra de Dios por los hombres y por las mujeres también, por supuesto. Eso también me han dicho que dice. Vaya usted a saber… La gente inventa. Para mi gusto, a veces inventa, pero poco.

Una mano lava a la otra y las dos lavan la cara, saltan las gotas de alborozo y se emociona como un niño. Entona, canta, tararea una canción antigua, una tonada del campo florido que le viene sola a la garganta. Para Don Simón, ordeñar es meditar, estudiar, sembrar o cosechar, volver queso a la leche y hasta reinventarla en mantequilla, según sea el tiempo. Hacer velas o jabones, según como ande el bolsillo, la necesidad de iluminar o lavar y la variable cantidad de discípulos que tenga aquí o donde sea. Es también escribir, leer, escuchar música, pintar, continuar una escultura que lleva meses haciendo. Amar, aunque cruja la cama a esa hora de la mañana y los vecinos y vecinas se sorprendan con el contiguo par de viejitos. Pero sobre todo inventar, escribir hasta por la tapa de la barriga. Dicen que hay quien le desprecia, pero que son más las gentes que le siguen y le leen, que les gusta aquella pasión compartida suya ¡Libido, libido, la libido que hace tanto bien! Al empezar, continuar o finalizar alguna de sus faenas, dicen que dice que la pasión se ha compartido, ¡porque es que se reparte con la multiplicación cotidiana de leche y queso, panes y peces, escrituras y libros! Un milagro posible ese de reinventarse y producirse todos los días y todas las noches ¡y hasta las madrugadas! Aunque parece que le cuesta eso de redondear la arepa. ¡Ya se ocupará de aprender la geometría de la sopaipilla, pues!

En él, amar es sinónimo de atenderse para entregar mejor. Atenderse y amarse a sí mismo para entonces poder amar a los demás sin dilación ni demagogia, sin burocracias, sino con palabras, gestos y hechos concretos que expresan afecto, ternura, comprensión, compasión y posibilidades ciertas de servir al prójimo. Lo demás es mentira, comenta el Maestro…. Aunque nunca falta un censor, un detractor, un crítico de la boca para afuera. Como un hermano suyo que escogió el camino de censor ¡nunca falta un censor! que un día le escribió para decirle que aquello que había escrito y publicado sobre la familia no le parecía digno. El mismo hermano que rechistó un día al decirle: «Por favor, cuando venga una nueva visita, no me la presente diciendo: Conozca a este señor, háganse amigos. Yo no he venido aquí a hacer amigos, sino a trabajar. Así que no me vuelva a decir eso ¡coño!».

¿Qué es esto? ¿Cómo se llama eso? Eso se llama torpeza afectiva, dicen que dijo… Una especie de ineptitud, una incapacidad adquirida desde el primer bárbaro mesopotámico o desde el primer macho clásico precolombino que todavía hoy se levanta desde el reptil que lleva en el cacumen, que llevamos en la cabeza, porque nadie está exento de ese mal. Un mal al que toca mirar sabiendo que puede ser dosificado o, al menos, identificado con los cuatro dedos de frente o más que todos poseemos. Por cierto ¡sería una dicha el crecimiento de la frente! Sería todo un detalle, una señal de ampliación, de suma y multiplicación.

Con todos estos y otros antecedentes, he procurado este encuentro con el Maestro. ¿Cómo le llamaré? ¿Cómo se estará mentando? ¿Samuel o Simón? Quiero aprovechar los pocos días que, he sabido, pasará aquí en este suelo austral. Me interesa saber sobre todo acerca del viejo continente y me han dicho que él puede ser la mejor persona para informarme de tal cosa. Preparando mi viaje a París, él puede ser un guía magnífico. Capaz y hasta le convenzo de venirse conmigo, aunque ya esté muy viejo. Pero, viejos son los caminos y ahí están.

Le fui a buscar en un coche anticuado. Qué pena, no había otro. Hubiese querido el thetipon de cuatro caballos, pero estaba ocupado. En mi familia desestimaron la necesidad de un coche lujoso para buscar al Maestro y el que estaba listo era el tílburi ¡con ese frío otoñal! Muy bien, un coche ligero, sí, pero sin cubierta y con un solo caballo ¡Claro que se merecía uno mejor!

Pero si es que acaba de regresar de Europa, de dar clases hasta en Rusia. Al llegar a América, se fue para Colombia para fundar la primera escuela-taller. Después se marchó al Perú desde donde le llamó su propio pupilo, el propio Bolívar, para nombrarle director de la Educación Pública, Ciencia, Artes Físicas y Matemáticas, y de allí a Bolivia para desempeñarse como director de Minas, Agricultura y Vías Públicas ¡Es que es un sabio!

Aproveché de estar cerca del puerto y del mercado para llenar el coche con los mejores pescados, las conchas más grandes y los moluscos más robustos para hacerle mi sopa oceánica. Varias botellas de vino, algunos tubérculos y muchos vegetales convirtieron al coche en carromato de feria.

¡Allá está! ¡Ese debe ser! ¿Será? Dicen que acá están haciendo la edición de una parte de su libro Sociedades americanas. ¡Ya he leído varios textos suyos en El Mercurio de Valparaíso! ¡Cómo fulgura entre ese grupo de personas!

  • La señora tenía 104 años y se conservaba muy bien, viviendo sola y tomándose un whisky diario. Tenía una escopeta y cuando alguien intentaba meterse por el patio del fondo, les echaba un par de tiros y esos hijos de su madre se iban muy asustados. No es para menos, no se lo esperaban… Y la honorable señora se iba a tomar su whisky del día de lo más tranquila de la vida. Es que la locura nos acompaña… Habría que revisar ese tema de quienes se meten en casa ajena, digo yo. He dicho tanto… Por cierto, me parece que lo mejor recibido ha sido eso de la pedagogía de la curiosidad… Así como aquello de pintar palabras…

De eso hablaba con unos vecinos -y algunas vecinas que miraban de lejos- cuando le abordé. Todos reían o sonreían y no querían dejarlo venir conmigo. En el fondo, no querían despedirle. Se me quedó mirando con ojos de tortuga y se asombró de mi puntualidad… Así como le extasió el rotundo olor a pescado y a mar que venía con nosotros en el coche.

El viaje hasta Santiago transcurrió de lo más entretenido entre palabras que subían y bajaban para volver a subir y levitar, hacerse unos grandes silencios que él aprovechaba para cerrar sus ojos de poeta y descansar un poco. Yo me quedaba prendado de sus palabras y ni siquiera le daba órdenes al caballo para no despertarle en su duermevela.

Me lo llevé directo a la peluquería francesa a ver si le acicalaban un poco. Entre pasadizos y espejos, aquel lugar mágico estaba repleto de gente que sabía de su llegada. El señor Tauzán, uno de los peluqueros, dijo que sabía del Maestro. Le saludó con especial cortesía y, con mucha dedicación, se puso a cortarle el cabello y a rasurarle la barba. Las palabras iban y venían, los cuentos cabalgaban en los sillones y en los taburetes. Ahí lo dejé mientras me fui a prepararle la sopa oceánica.

A mí me sangraba la nariz. Siempre me pasa con estos largos viajes en coche. Puse todo a cocinar y luego me quedé dormido. Es que, para sentirme mejor, había apurado unas cuantas dosis de óxido nitroso y quedé sedado, como borracho…

Al rato me despertó el sonido de las ollas en la cocina y la risa de las mujeres quienes le hacían rueda al Maestro que había vuelto reluciente y les hacía fiesta con sus cuentos de desnudo para explicar fisonomía y con sus alabanzas por la sopa oceánica. Él mismo entró a mi habitación con un enorme plato hondo que hacía sonar con una gran cuchara de plata.

– Tómese esta maravilla para que se reponga, bachiller.

– Nos salvó la sopa oceánica, querido Maestro querido.

– Tu sopa oceánica y la proposición de venirme a pasar unos días de Valparaíso a este Barrio Yungay del carrizo donde hay vecinas y vecinos de todas partes y se llevan todos tan bien. ¡Qué hermoso vecindario, caray!

Esa noche duró bastante. Hablamos mucho, recordamos harto, visitamos las estrellas. Le hice historias de Chile que él conocía tanto como yo. Don Simón me habló de Europa y me dijo que no lo pensara dos veces, que aprovechara la oportunidad de tener una familia que me respaldaba. Que aprendiera mucho para poder crear cosas nuevas para este continente nuestro que tanto nos duele y tanto nos quiere…

Cominos hasta quedar ahítos, tomamos como cosacos, de postre comimos “dulce patria”, luego cantamos con los músicos de la cuadra que vinieron en camada por el Maestro y por la sopa y por el vino. Ya se asomaba la alborada cuando comentó:

– Escucha, Vicente Huidobro, escuchen todos, por favor ¿Saben qué? Habría que cantar siempre en este pedazo de mundo de Yungay y celebrar a Juan Colibrí y sus predecesores, a los Mapuches y a los Warao, sí, sí, sí, sí. Sí, Vicente, sí, escribir un poema y muchos. Yo sé que tú lo harás y escribirás viajes maravillosos a Europa y más allá y más acá, montado en paracaídas; asunto que se hará necesario como práctica cotidiana para la dignidad, para la alegría y esas otras maravillas que nos permitan acceder al cielo para caer hasta desnudos con la certeza de los abrazos, los placeres, los saberes y las emociones.

V.H.

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