En Venezuela los testimonios que se conocen son aterradores, los relatos quedan grabados en la memoria y son difíciles de digerir como situaciones normales o comunes a pesar de ser constantes y permanentes en un país secuestrado por quienes se mantienen en el poder.

Poder que se fortalece bajo el eslogan de «Patria, socialismo o muerte», el cual han sabido cumplir a cabalidad con precisión y efectividad quirúrgica.

Las historias sobran, basta recordar por ejemplo a Franklin Brito o al mismo Hugo Chávez, quien luego de muerto estuvo secuestrado hasta que sus socios de la liga de la maldad decidieron, cuando lo consideraron oportuno, anunciar su desaparición física para luego programar un “tributo” digno de una escena típica de regímenes como el de Franco en España, que logró endiosar el cadáver de un tirano mediante una fila interminable de aduladores que representan sin dudarlo el verdadero termino de sátrapas civiles.

A diferencia de Chávez, Brito murió solo y abandonado por quien debía garantizar su vida. Es política de Estado promover la muerte. La deuda moral con este gran agricultor venezolano es una tarea pendiente de la sociedad civil venezolana.

En la misma medida en la que se desmonten las estatuas y la vergüenza esa que se conoce como cuartel de la montaña, se tendrán que erigir los monumentos a estos dignos venezolanos como Franklin Brito y tantas otras víctimas que describen de una manera clara lo que puede hacer la maldad que sembró el chavismo en todos estos años de tiranía.

Los memoriales son una muestra real y tangible no de odio ni de rencor, sino de la importancia del acto de no repetición en el futuro.

Los consigues en Estados Unidos, en Alemania y en general en todos los países que atravesaron y sobrevivieron a los desmanes de ciertas cúpulas que dominaron estos países.

Son un recuerdo vivo que dignifica a las víctimas, a sus familiares y a todos los ciudadanos que se mantuvieron firmes y lo único que pretenden es mantener viva la esperanza de que actos pasados cargados de injusticias no se repitan.

Probablemente, si los activistas políticos que lucharon contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y que luego fueron gobierno en los 40 años de democracia en Venezuela se hubiesen preocupado en mantener viva la historia de esa cruel tiranía, la historia de salvar el país mediante las armas de Hugo Chávez no hubiese calado en su momento.

Que las referencias de la dictadura de Pérez Jiménez sean solo un 23 de enero, la Vaca Sagrada y su colaborador más sangriento, Pedro Estrada, es una barbaridad que no se puede repetir en el país.

Los héroes que lucharon y murieron bajo esa tiranía solo se estudiaron, en mi generación,  en los libros de historia y con una frialdad que hoy asusta.

Hay que colocarle rostro, nombre y apellido a los que han ejecutado en tu barrio, en tu municipio y en tu estado, toda la maldad del chavismo; no con sentido de revancha ni de odio, sino con la única y exclusiva razón de la no repetición.

En Alemania, por ejemplo, se proscribió y se ilegalizó al partido Nazi, se prohibió el uso del apellido Hitler y se persiguió para que se enfrentaran a la justicia internacional a los colaboracionistas del nazismo.

Si en Venezuela se intenta hacer borrón y cuenta nueva solo quedará una mancha como muestra real de un riesgo de que vuelva a ocurrir todo al cabo de unos años.

El escritor americano Ernest Hemingway escribe en ¿Por quién doblan las campanas? lo siguiente: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo estoy ligado a la humanidad y, por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: están doblando por ti”.

Emulando a Hemingway, a todos nos disminuyen los secuestros, las torturas, las muertes y las injusticias y no debemos preguntar por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti y por mí.

@andresvzla1975


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