RAÚL

En un mes tendremos la respuesta. Por ahora, el camino al 23 de julio se abre, con los mismos presupuestos, sobre los que viene malviviendo la política española. El peor de ellos: la mentira. Sin pudor, sin límites. Solo desde el convencimiento de que los españoles hemos perdido la capacidad de discernir, entre la verdad y el engaño, puede esperarse que nunca vayamos a reaccionar. Por si acaso, se añaden unas gotas de miedo, ante las supuestas «amenazas terribles» que caerán sobre «la gente», para disuadir a los que no acepten someterse. A ojos de la izquierda «progresista», la derecha lleva una carrera tan asustante, como meteórica. Ha pasado de «fascista» a «trumpista», en menos de lo que canta un gallo. ¡Qué horror! ¡A las urnas ciudadanos! Engalanado con tales disfraces y «profundos» argumentos, se repite, desde Moncloa, el discurso surrealista patentado para estas situaciones. Sin embargo, no parece que ahora vaya a ser eficaz.

Tengo para mí, con las dudas lógicas ante un proceso sostenido por la propaganda, que el presidente del gobierno se ha equivocado convocando elecciones generales, inmediatamente después de su derrota del 28-M. Nunca sabremos qué habría ocurrido si hubiera respetado el calendario previsto. Tal vez creyó poder apagar el ruido de las campanas, que habían empezado a hacer oír su toque de difuntos, sobre el poder autonómico y municipal del PSOE. Dado su carácter no parece que considerara posible aplicarse la meditación de Donne: «Nunc lento sonitu dicunt morieris». Ahora una campana que dobla lentamente por otro me dice: «eres tú quien debe morir».

Suenan las campanas, pero Sánchez no puede asumir la reflexión de Donne, el mejor poeta en lengua inglesa, del siglo XVII. Tampoco la que resuena, más de trescientos años después, en la novela de Hemingway, ¿Por quién doblan las campanas?, pues debería aceptar que, en esta España de cerril intransigencia, esa izquierda de la superchería, personalizada en él, ha hecho lo peor. Está atrapado en la falsedad construida, que amenaza con hacerle sentir el odio generado por el fraude continuo. Así le resultará casi imposible reconducir la situación, porque lejos de responder al mensaje de la mayoría de los votantes, en la última consulta electoral, está obligado a mostrarse satisfecho con la gestión realizada. Demasiado tarde para mostrar el menor atisbo de los errores cometidos, se ve obligado a seguir fingiendo. O lo que es lo mismo, a ser víctima de su propia impostura.

Desde su arrogancia proclama, como siempre, que la culpa es de los otros. Son «ellos», los enemigos de fuera y los incapaces de dentro, los que han propiciado el fuerte varapalo recibido. Bastará, por tanto, seguir negando la realidad. Pero empieza a sentir que la falsedad puede ser peor que el odio y su más directa impulsora. Nunca creyó que llegaría el momento en que no podría ocultar sus miserias. ¿Acaso porque no ha sabido nunca hacer otra cosa? Ha bastado que un periodista, mirándole de cerca, le desenmascara, denunciando sus infundios sin paliativos. De pronto siente que ya no puede tapar sus mentiras. Trata, angustiado, de seguir en la impostura, transformando el engaño permanente, en un simple compendio de cambios de opinión. Su alegato resulta un ejercicio ridículo. Patético. Por si fuera poco, para disimularlo, cuenta con el «apoyo» de Tezanos y Zapatero. ¡Menos mal!, pues con amigos como estos, no necesita enemigos.

Solo un milagro puede «salvarlo», la incoherente gestión del éxito del 28-M por parte del PP. Un partido más «partido» que nunca, empeñado en demostrar que es mejor en la derrota que en la victoria. Incomprensiblemente para muchos, su estrategia zigzagueante sigue sometida a las directrices de Ferraz, acobardado ante la acusación de pactar con la extrema derecha. Una táctica que le conduce a decir una cosa y hacer lo contrario, a la hora de los pactos que necesita para gobernar.

Núñez Feijóo, posiblemente el político más favorecido por el adelanto electoral de Sánchez, así al menos llegará como candidato a la presidencia del Ejecutivo, ha empezado a repartir ya la piel del oso antes de cazarlo. ¿Se siente fuerte o débil? Las campanas del triunfo de su partido, hace unas semanas, tal vez le impiden ponderar, correctamente, lo que ha ganado él en las elecciones municipales, en su taifa de Galicia. Su éxito allí ha sido, como diría D’Ors, «perfectamente descriptible», si lo comparamos con los resultados de Madrid, Andalucía y otras autonomías. El BNG ha sido el triunfador y de las principales ciudades gallegas sólo El Ferrol ha pasado a manos del PP. Esperemos que su empeño en demonizar a VOX y el «debate» con el presidente en funciones y la musa blanca de lo más oscuro, no le cueste demasiado. Sólo entonces sabremos por quién doblan las campanas.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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