Los países de América Latina han girado alrededor de una multiplicidad de esfuerzos, lamentablemente, sin una adecuada coherencia para estatuir “una democracia estable”. Brasil ha sido, tal vez, el menos.

Se escuchan como causas que la democracia no calza con la idiosincrasia de nuestros paisanos, lo cual conspira con la idoneidad para la libertad que aquella postula y los derechos y obligaciones que de la última derivan. Supuesto para “los caudillos”, a quienes, para algunos cuántos, se atribuye haber desempeñado una representación de las élites republicanas como guardianes de la ley y garantes de la estructura social existente. Así lo deja anotado John Lynch, prestigioso historiador inglés y profesor de la Universidad de Londres, autor de Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826. Pero, particularmente, en su ensayo El gendarme necesario: Los caudillos como agentes del orden social, 1810-1850. Nos ha costado, a los suramericanos, dejar de lado tal apreciación, por el contrario, a ella se acude ante cada fracaso de nuestros intentos democráticos. Se le considera su causa.

A la democracia, desde su gestación en la antigua Grecia, suele vinculársele con la materialización de “una sociedad lo más libre y justa posible”, razón para concebírsele como “la maquinaria para ello”. El anclaje del sistema democrático supone “la participación del individuo en el poder político” en procura de “la progresiva perfectibilidad de aquel”, lo cual supone que se haga más humano. Ello demanda una adecuada concurrencia de la moral para que la política no se convierta en una indigna actividad, pues terminaría degradando tanto al que la conduce como al conducido. En la actualidad, es difícil negar que la apreciación mayoritaria es contraria a esta imperativa necesidad. La devaluación de los gobiernos así lo demuestra. A ello se agregan las falencias en las estrategias para el logro de estadios de bienestar, en una humanidad tipificada por una devastadora desigualdad. Lejos estamos de “la felicidad humana” que leíamos en aquel viejo libro así titulado de Julián Marías. Pero, también, algunas de las lecciones de Keynes acerca del denominado “Estado de bienestar”, con respecto al cual se escribe “Historia y crisis de una idea revolucionaria” (Joaquín Estefanía, El País, 11 Feb 2023)

Entre otras, las manifestaciones anotadas con respecto a la crisis del sistema político y económico alimentan la interrogante, que desde hace un largo rato ya se escucha: ¿Por qué no soy demócrata? Evidencia de la frustración en la esperanza humana que la democracia postula.

El cuestionamiento a la democracia, a quienes la dirigen y a sus resultados, no ha dejado de potenciar alternativas, entre ellas “los denominados gobiernos de mano fuerte”, en el fondo herencia del “gendarme necesario”, entendido para el común como una manera para poner término a esa “situación confusa y desordenada, acompañada de ruido, voces y alboroto, calificada como “bochinche”. En algunos casos una especie de “caballo de Troya”, el símbolo de Atenea, diosa de la guerra, aprovechado por apasionados del poder para ejecutar la terrible máxima “quítate tú para ponerme yo”, canción que, por cierto, aparece integrado a la serie 12 discípulos, mención que para los venezolanos, víctimas de “la interesada y hasta perversa procura de opciones” a la democracia estatuida en la Constitución de 1961, nos induce a recordar a los mal denominados “notables” coautores de la crisis que hoy vive “aquella noble nación otrora democrática”.

En el “caballo de Troya” no han entrado únicamente los guerreros griegos. También y en muchas ocasiones “personalidades complejas”, definidas por el profesor de Psiquiatría Otto F. Kernberg como “aquellas que se caracterizan por su grandiosidad y exagerada centralización en sí mismas, notable falta de interés y empatía hacia los demás”. The Media hace referencia a la interpretación que ha pretendido hacerse del artículo 142 de la Constitución vigente de Brasil (Las Fuerzas Armadas, integradas por la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea, son instituciones nacionales permanentes y regulares, organizadas sobre bases de jerarquía y disciplina, bajo la suprema autoridad del Presidente de la República, y tienen por objeto defender la patria, la garantía de los poderes constitucionales y, a iniciativa de cualquiera de estos, de la ley y el orden). No hay dudas de que se trata de “una redacción generosa”, la cual pareciera una advertencia del constituyente del gigante suramericano con respecto a la necesidad, en casos extremos, del “arbitraje castrense”, como sucedió en Venezuela para poner fin a la dictadura de la década de los cincuenta. Conjunción de pueblo y soldados en una misma causa. En Brasil la institucionalidad logró imponerse, quedando en las manos de Lula da Silva el timón para conducirlo.

El filósofo Hans Magnus Enzensberger en su ensayo Panóptico (2016) deja entrever que la edificación de una nación tropieza con “discordias sangrientas, resentimientos, xenofobias y guerras y que el erudito universal Johan Gottfried Herder calificó al “delirio nacional” como un concepto terrible y que al preguntársele qué era una nación contestó: “Un gran jardín sin escardar, lleno de yerba buena y mala”. Tal vez, por ello, se acuda con sentido crítico a las que pudieran calificarse como “las naciones de papel”. En principio, incluidas, en la apreciación bíblica de Jeremías: “Hoy te doy autoridad sobre las naciones y reinos. A algunas deberás desarraigar, derribar, destruir y derrocar, a otras, edificar y plantar”. Para el común la edificación larga, la destrucción breve. Lo malo es cuando lo segundo priva con respecto a lo primero. Y hoy ello no deja de ser una seria preocupación.

Es como para indagar si son muchos o pocos quienes hoy se preguntan ¿por qué no soy demócrata?

Pero, asumiendo que va antecedida con la oración:¡A pesar de que deseo seguirlo siendo!

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra


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