Homenaje póstumo a Franklin Brito

Siguiendo las enseñanzas cubanas, Maduro y sus repetidores insisten en culpar a los demás de sus propios fracasos. Es este, por ejemplo, el caso de la escasez de alimentos que castiga a toda la población nacional, con la excepción, por supuesto, de los llamados enchufados que tienen recursos monetarios y el abastecimiento de toda clase de víveres asegurado. Por cierto, este cruento proceso de ausencia de bienes alimentarios viene ocurriendo desde hace muchos años; por lo tanto, es absolutamente incierto que esta hambruna sea consecuencia de la pandemia del covid-19 o de las sanciones impuestas al malandraje que secuestra a nuestro país mientras saquea nuestro erario público.

A Maduro hay que cantarle sus verdades para impedir que confunda a uno que otro incauto que se deje influir por esas excusas reelaboradas en los laboratorios cubanos, expertos en falsificar la realidad para justificar esa satrapía sexagenaria impuesta, a la fuerza, en esa hermana isla.

La hambruna viene corriendo como fuerza diabólica desde aquel año 2010 en que Chávez, el impostor, a tranca y barranca, impuso su caprichosa Ley de Tierras. Inolvidable aquellas invasiones a 47 fincas en plena producción en el Sur del Lago del estado Zulia. Arrasaron con sembradíos de plátanos y con las empresas donde se desarrollaban ganaderías de doble propósito -leche y carne-. Lo demás se desencadenó como un terremoto que destruyó en breve plazo nuestro sistema agrícola y pecuario. Todavía retumba como un silbido satánico aquel estribillo que Chávez se gozaba en plena plaza Bolívar de Caracas, desde donde ordenaba que se expropiaran edificios, tal como también hacía con los hatos La Marqueseña, Caroní, El Charcote, El Cedral, El Corozo, Piñero, El Frío de Apure; hatos donde se criaban toretes que servían para satisfacer la demanda cárnica del país. Todos esos emporios fueron demolidos. Igual mala suerte corrieron los mataderos de Clarines, Maturín y Pedraza, desmantelados por la furia de esos funcionarios irresponsables que no eran más que “asaltantes de caminos”. Y qué decir del Centro de Engorde El Guache que funcionaba a plenitud en el estado Portuguesa y de donde emergían más de 7.000 toretes anualmente. Eso también lo quebraron.

Esa realidad es terca y no podrán desmentir con subterfugios de esos falsos nacionalistas que convirtieron las fértiles tierras del Valle de Quíbor y de los Valles de Aragua en terrenos donde ya no hay caña de azúcar, sino rastrojos. Y dígame usted adónde fueron a parar los centrales azucareros, o las fábricas de aceite Diana o café Fama de América. Nada para freír ni nada para colar.

Centros portentosos para procesar leche por millares de litros como los de Cabudare y Nueva Bolivia, de donde salían más de 500.000 litros diarios, o el centro La Batalla de Barinas, o el Complejo Florentino que agrupaba a productores de Valle de la Pascua, Camaguán, Elorza, Socopó, Mirimire y Guanarito, tampoco hoy dan leche sino indignación al ser otra una prueba de cómo se puede desbaratar una riqueza construida con esfuerzo creador. Pero hasta ahí no llega la cuchilla criminal, también degollaron empresas como Leguminosas del Orinoco, las de Porcinos El Alba, dejando morir a más de 2.000 madres cerdas, o los complejos avícolas donde ya no hay pollos que digan ¡pío, pío!

Son tantas las víctimas de esa pandemia populista que nos cayó encima que faltarían muchas cuartillas para enumerarlas. Insólito el desmantelamiento de los centros de investigación en los que se adelantaban los cruces genéticos entre animales. Imperdonable el abandono de tantos sistemas de riego. Doloroso ver perdidos los avances ganaderos con razas autóctonas como la Gertrudis, Limonero o raza Carora.

Finalmente, solo quiero evocar uno de esos tantos viajes por mi tierra guariqueña. Un día salimos de Tucupido, Amenodoro Balza, su sobrino Antonio, «el guaro» Fernández y yo. Cuando pasamos frente a los colosos silos de Tucupido, Amenodoro exclamó, henchido de emoción: ¡Ese es un símbolo de nuestra verdadera independencia, la alimentaria! Pues, ese símbolo hoy es una bandera caída en el suelo, como consecuencia de las tropelías consumadas por esos depredadores del patrimonio agropecuario de Venezuela. Dejo para cerrar la insólita destrucción de una empresa de servicios que marcó pautas exitosas en nuestro país: Agroisleña. ¡Adiós luz que te apagaste! Lo mismo que decir adiós fertilizantes, semillas certificadas, pesticidas, créditos financieros, compra de cosechas y pronto pago, servicios con técnicos y maquinarias agrícolas.

Enfrentando esta barbarie dio su vida el inolvidable Franklin Brito, a quien conocí a las puertas de la OEA en Caracas el 3 de julio de 2009, minutos antes de iniciar la huelga de hambre. Sea este relato un homenaje póstumo para él.

Así, pues, Maduro, ¡no mientas más! Termina de abandonar la presidencia que usurpas y permite que Venezuela vuelva a respirar en paz.


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