Por Ysméride Astudillo López (*)

Cuando sientas la necesidad de conversar con alguien, vive la emoción que se nutre de tus deseos de conexión. Sin mayores complicaciones que la inmediata sencillez de escudriñar en ninguna parte, acerca de los temas en los cuales ha de invertir un tiempo de sus vidas.

Realmente es una inversión. Así como debes abrir tus bolsillos y revisar tus cuentas para adquirir una entrada de ver una película, un boleto del Metro, comprar una bicicleta, dar un regalo para una compañera de estudios o trabajo, una mensualidad en el gimnasio, un deseo de revisar tu vida con un especialista del tema, sólo por citar algunos actos que realizamos como si de nada se tratase, constituyen ejemplos vivenciales diarios de lo que ocurre alrededor. Sin percatarnos de la influencia que cada gesto o acción pudiera tener en nuestras vidas.

Cierto que constituye una inversión conversar con algún pariente,  caminante desconocido, conversador elocuente en la estación del tren mientras éste llega, en la parada del bus, taxi, estacionamiento del carro, etc.

¿Cuál es la diferencia entre invertir unos minutos compartiendo con alguien, o pensar que voy a perder mi tiempo con una persona a quien ni siquiera conozco?

Pues bien, una vez aprendí con una amiga pasajera del camino hermoso que conduce a la gloria que no hay persona más importante de conocer que a ti mismo.

Poderosa razón para visualizar que la mayor inversión que cada persona ha de hacer es mirarse al espejo del alma y entablar una amena conversación con quien convivimos internamente.

La importancia radica en el simple hecho de que existe una persona en ti a quien mereces conocer toda la vida.

¿Acaso no es una inversión arreglarse el cabello, cepillarse los dientes después de cada comida y al levantarse? Cuando nos percatamos de que el compuesto químico usado en su elaboración debemos pagarlo al ser consecuencia de una investigación, caemos en cuenta de la necesaria inversión.

¿Consideras que debemos vivir como si nada hemos de invertir? En verdad, ¿quién creemos que somos? A nuestro entender somos agentes transformadores de todo cuanto existe.

Por supuesto que debemos transformar para concederle mayor elegancia y prestancia a los eventos, haciendo de la existencia algo cada vez más excelso.

Comprendiendo que la belleza tiene en su interior las opciones de lo que no es bello, corresponde a cada quien concederle valoraciones que sin duda conllevan a prestar una atención cualificada hacia aquello por lo cual debemos decidir.

¿Es bueno invertir en una flor? Por supuesto que representa una valiosa inversión para el amante de los pétalos, así como para quienes disfrutan sus aromas, de la tenue fragilidad de su bien delicada textura, del inmarcesible color, etc.

¿Quién pudiera oponerse a su beldad? Considero que en gran medida apreciamos a la esbeltez como sinónimo de algo sublime y por lo cual prestamos audición.

Sin embargo, en cuanto a la inversión en ella pudiéramos no todos estar en sintonía.

No es igual comprar una flor en la tienda que adquirir un terreno para producirla. Son dos inversiones totalmente diferentes en sus concepciones.

He tratado a la flor para aproximarme en máxima medida a ti, en búsqueda de los espacios para pensar que la flor está allí representada.

Pues bien, ahora que estás imbuido del glamour de lo divino, ¿qué te cuesta dar sentido a la  fragancia contenida en cada pétalo de tu contextura? ¿Qué te diferencia de tu naturaleza, si en el fondo somos esencia de la misma cosa?

Ambas inquietudes tienen la observación de quien se interpela a sí mismo, bajo los designios de sus avatars, que son la concepción del hombre que apreciamos con formas.

Razón de ser para afirmar y aceptar que a consecuencia de invertir en nosotros nos acercamos a otras maneras de formarnos desde el maestro que llevamos por dentro.

Es ahora cuando nos decidimos a contemplar con transparencia lo divino que somos para aceptarnos como seres dignos de una relación armoniosa y en paz.

Comprender que en el plano financiero debemos incluir como inversión lo que se necesita para sentirme a gusto con lo que quiero ser. Es de importancia el vestuario que usamos y también los accesorios que nos confieren armonía con lo que quiero mostrar, con lo que me gusta.

Accesorios de la vida como una vivienda, un carro, una computadora, los alimentos, los materiales y equipos para realizar las actividades, son indicativos de elementos de importancia. Sin dejar a un lado la visita a la iglesia del culto que profeso, a la consulta médica, a la biblioteca que me invita a conocer otros mundos y personajes, a la actividad deportiva que me conecta con gustos similares, a la tienda para adquirir el perfume, la ropa, el calzado, los lentes de mi preferencia, y así sentirme a gusto con ese ser que me interpela y con el cual tengo que sentirme en paz.

Hablo del financiamiento de mi formación para sentirme feliz. De aceptar que en mi educación debo tener plena conciencia de mi inversión.

Esto hace posible que como sociedad apreciemos que esta se nutre, educa y forma en la medida que cada quien lo haga partiendo de la necesidad de apoyarnos entre todos, al concebir que la educación es colectiva y la formación es individual. Que se complementan e intercambian en sus roles hasta fusionarse en la búsqueda de un individuo transformado en ciudadano, desde las bondades del financiamiento en sus propias necesidades formativas.

Es partir del hecho cierto que llevamos por dentro una escuela y el maestro está ocupando su lugar de mediador entre lo que quiero y lo que puedo. Para que la armonía fluya como gesto de paz y entendimiento entre ambos pareceres.

(*) Ysméride Astudillo López

[email protected]

Profesor UPEL-Ipmala


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