Giorgia Meloni
EFE

“Soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana. Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte, sí a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamista, sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva y descontrolada, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género, sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a la especulación de las finanzas internacionales, sí a la soberanía de nuestras naciones, no a los mandatos de Bruselas, sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla…”. Estos conceptos son algunos de los vertidos por Giorgia Meloni, la líder de Fratelli d’Italia, en su campaña electoral reciente, que la llevó a ser la más votada de la coalición de derecha junto a Matteo Salvini de La Liga y a Silvio Berlusconi de Forza Italia, el pasado domingo.

Meloni logró un aplastante triunfo sobre la izquierda encabezada por el Partido Democrático de Enrico Letta y el movimiento Cinco Estrellas de Giuseppe Conte. Así, se aseguró ser la primera mujer en la historia de la República italiana en acceder al poder y será la primera ministra por los próximos cinco años.

Sus posturas a favor de la vida, de los patriotas, su rechazo a los lobbys LGTB, a la ideología de género, al descontrol inmigratorio de sectores que no se asimilan, a la Agenda 2030 impulsada por el Globalismo desde la ONU y la Unión Europea, como su defensa de los valores tradicionales del mundo occidental, de la libertad y de las soberanías de los Estados-nación, le valieron desde los grandes medios de comunicación dominados por el progresismo, tanto en Europa como en Estados Unidos, amén de nuestro país, salvo honrosas excepciones, la descalificación con los remanidos motes de ultraderechista, eurofóbica, fascista, posfascista, xenófoba, populista, entre otras lindezas.

¿Qué sucedió entonces en Italia, la tercera economía de Europa, para que se llevara Meloni la victoria electoral, contra vientos y mareas poderosas? La respuesta, sin ser simplista, es que Meloni le habló al ciudadano común, al trabajador, al comerciante, al autónomo, al inversor, de los problemas reales que los afectan, dejando a las izquierdas el menear la ideología de género, el radicalismo ecológico, las construcciones teóricas, la defensa del mundo global, frente a la Italia concreta. La defensa de estas ideas, sin complejos, sin esperar el rasero aprobatorio de lo políticamente correcto, asumiendo sus convicciones como en 2018 , cuando solo obtuvo 4% de los votos, contra el casi 27% actual, la hicieron ser la única fuerza política que se mantuvo en la oposición frontal y honesta al gobierno de Mario Draghi, no electo por el voto popular sino por los acuerdos políticos de partidos, desde la izquierda radical hasta la centro derecha, incluidas las dos fuerzas que la acompañaron en la coalición ahora. Esto no le impidió que sus legisladores le votaran a Draghi las leyes que consideró provechosas para Italia. Hasta el propio Matteo Renzi, el expremier que no comulga con Meloni, lo reconoció. Y resaltó la actitud de Meloni como una opositora leal.

Otro de los sonsonetes escuchados y leídos hasta el cansancio fue que su triunfo podría poner en riesgo la permanencia de Italia en la Unión Europea. Un verdadero dislate, ya que Meloni, como otras fuerzas políticas europeas como VOX– con quien mantiene estrecha relación- en España, Reagrupamiento Nacional en Francia, la triunfante coalición en Suecia, los gobiernos de Polonia y Hungría, entre otros, jamás cuestionan su integración al bloque europeo, pero sí piden que se respete su soberanía nacional, ante una burocracia globalista que pretende imponer desde Bruselas los cupos de inmigrantes, políticas de salud, energéticas, de pesca y hasta leyes ideológicas que socavan la cultura y la idiosincrasia de muchos europeos que se resisten a ser cobayos y peones de una superestructura que nadie eligió por el voto popular y que se erigen como jueces supremos de lo que los países deben hacer, o no, y pensar, legislar, promover y acatar sin chistar.

El triunfo de Meloni es una respuesta a esta imposición política que pretende un supra-estado, autoconvencido que las patrias y fronteras deben sino desaparecer, ser laxas, en pos de una uniformidad que no respeta las variadas identidades nacionales con sus rasgos propios y distintivos de una Europa plural. Este fenómeno de lo sucedido en Italia marca una nueva etapa en el viejo continente, que sin duda se extenderá en otros países

Un dato no menor, a resaltar es el hecho de que los ideologizados colectivos feministas radicalizados del progresismo mundial no emitieron una sola palabra en resaltar la condición de mujer de Meloni, por llegar a la primera magistratura en Italia, al igual que han guardado un bochornoso silencio frente al brutal crimen de la joven iraní Masha Amini de 22 años, torturada por la “policía de la moral” a causa de llevar mal colocado el hiyab islámico, en el régimen teocrático iraní. Me hace recordar la movida mundial de Lives Black Matter, cuando fue asesinado por un policía el estadounidense George Floyd, pero que no emitieron sonido cuando en Nigeria más de 50 ciudadanos, también de raza negra, fueron acribillados en una iglesia católica por extremistas islámicos. La hipocresía selectiva y tuerta salta a la vista de manera aberrante.

Volviendo a Meloni, su contundente triunfo es el reflejo que las sociedades llegan a un punto que se hartan de una verborragia y un manual ideológico, en este caso progre, pero que le puede caber a cualquier corriente política, que no le da soluciones a los problemas que las asfixian como la inseguridad, la presión fiscal, la falta de apoyo a los pensionados, a los productores y a los autónomos, mientras una elite política y económica, da igual si se define de izquierda o de derecha, se engorda a sus anchas.

Por lo expuesto, Giorgia Meloni ha sido elegida por la voluntad popular para producir los cambios que anhela la gente del común y del sentido común, valga la necesaria redundancia.

Parecería que Giorgia ha hecho propia la frase expresada por Juan Pablo II que se encuentra en una placa de bronce en la catedral de Santiago de Compostela, frente a la tumba del apóstol Santiago, cuando concurrió como peregrino en noviembre de 1982 y que implora: “Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia Universal, desde Santiago te lanzo vieja Europa, un grito lleno de amor: VUELVE A ENCONTRARTE, SÉ TU MISMA”.

Artículo publicado en la Gaceta Mercantil de Argentina


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