Numerosos comentaristas han señalado la aparente paradoja del caso chileno. De un lado y hasta hace poco, la sociedad chilena era considerada exitosa y de avanzada en diversos sentidos, en particular dentro del marco latinoamericano. Por otro lado, y precisamente por ello, muchos se muestran sorprendidos ante los estallidos de protesta violenta que han sacudido a un país al que se veía como estable, civilizado y próspero.

Con relación a la mencionada paradoja, conviene referirse al brillante libro de Alexis de Tocqueville, El antiguo régimen y la revolución (1856), una obra que a nuestro modo de ver es tan importante y tal vez todavía más original, en cuanto a sus indagaciones y hallazgos, que su más conocido libro La democracia de América (1835 y 1840). En El antiguo régimen y la revolución Tocqueville desarrolla una idea clave para el análisis político, según la cual existe una independencia relativa entre los procesos socioeconómicos y la dinámica ideológico-cultural de una sociedad. Con especial lucidez, Tocqueville enfatiza el fenómeno de que la prosperidad no produce necesariamente la serenidad en el ánimo de la gente; al contrario. “A medida que se desarrollaba en Francia la prosperidad… los espíritus parecían, sin embargo, más inestables e inquietos; se exacerbaba el descontento público; iba en aumento el odio contra la totalidad de las instituciones antiguas. La nación se encaminaba visiblemente hacia una revolución”.

En otras palabras, puede ocurrir que la creciente prosperidad del conjunto crispe los ánimos, remueva los resentimientos y exagere las expectativas de determinados grupos sociales, que pasan demasiado rápido de la escasez relativa a un progreso desigual, y de la resignación a la ansiedad que busca cambios más rápidos y resultados inmediatos. Si lo pensamos bien, es viable especular que algo de ese tenor ocurrió en Venezuela durante el segundo período presidencial de Carlos Andrés Pérez. Es cierto que el programa de ajustes económicos ejecutado comenzó en poco tiempo a generar mayor crecimiento, pero tal proceso de esfuerzos a corto plazo, para alcanzar metas a mediano y largo plazo, no era lo que esperaba el electorado que volvió a llevar a Pérez a Miraflores. El Caracazo, los afanes de reforma institucional de ese tiempo, la descomposición generalizada de los pactos políticos y la fragmentación del cemento social comprobaron, al menos hasta cierto punto, la validez de la tesis de Tocqueville. A medida que nuestro país marchaba mejor en el plano de la macroeconomía, la sociedad venezolana experimentaba el resquebrajamiento de sus tejidos esenciales.

Desde luego, la explicación un fenómeno sociopolítico complejo no se agota con el uso de una única conjetura. Pensamos que en la situación chilena intervienen otros factores de suma relevancia, que pueden despejarse mediante las categorías marxistas, o mejor dicho leninistas, de “condiciones objetivas y subjetivas” de las mareas revolucionarias. Para simplificar, lo de condiciones objetivas se refiere a las realidades sociales y económicas presentes en un momento histórico dado, y las condiciones subjetivas tienen que ver con el nivel de organización, convicción ideológica y sentido estratégico de los distintos actores que luchan por el poder.

En tal sentido y con pocas excepciones, podría afirmarse que las sociedades latinoamericanas, desiguales y parcialmente fracturadas, ponen de manifiesto, unas más y otras menos, condiciones objetivas para la protesta social casi permanentemente. Lo que cambia en cuanto a vigencia y capacidad de influir sobre los eventos se encuentra en el plano de las condiciones subjetivas. En ese sentido, nos parece evidente que en el Chile actual se mueven, por una parte, fuerzas bien organizadas de la izquierda radical, sustentadas y promovidas por el llamado Foro de Sao Paulo y los regímenes de Venezuela, Cuba, Nicaragua y pronto de nuevo Bolivia, además de movimientos y núcleos políticos y mediáticos subversivos en otros países. La característica fundamental de estos actores, que buscan la desestabilización, es su audacia y aptitud para la acción política con un sentido estratégico, acompañadas de una en ocasiones envidiable claridad de objetivos.

Por otra parte, el otro actor político crucial en el Chile de hoy, el que debería y podría plantarse firme ante la ofensiva de los radicales y extremistas, es decir, las autoridades, partidos e instituciones democráticas, han reaccionado frente a la amenaza que les acecha con lentitud, desconcierto, timidez, debilidad y ausencia de claridad estratégica. De manera que en el nivel de las condiciones subjetivas de la confrontación política, se ha desplegado hasta el momento una pugna de gato contra ratón, a pesar de que vistas las cosas con frialdad, el sector democrático y constitucionalista tiene enormes fortalezas en el terreno de las condiciones objetivas, sin duda capaces potencialmente de resistir y vencer. No obstante, para lograr la victoria, y como bien percibió Lenin, las condiciones subjetivas desempeñan un papel primordial y decisivo en el combate político. Es por tanto imperativo admitir que las fuerzas de la izquierda radical, no solo en Chile sino en muchos lugares dentro y fuera del continente americano, avanzan sobre la base de una más clara visión estratégica, y con la intensidad espiritual que concede una ideología cohesionada, aunque sea equivocada y su destino sea el caos.

 


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