Sudar en cualquiera de los trayectos, en la búsqueda y la obtención de la compostela formal con el hábito de la peregrinación hasta la tumba del apóstol Santiago en estos tiempos de intercambios misilísticos en el Medio Oriente entre Israel y Hamás, se convierte en una experiencia de caminar desde el pasado, viviendo el presente y abriéndose en las expectativas de lo que nos depara el futuro.

Sea desde el punto de partida más emblemático –el camino francés– la ruta del norte o el primitivo, a medida que los pasos se van comiendo todo el trayecto hasta que se empieza a pisar los predios de la capital de la comunidad autónoma de Galicia, todo ese recorrido va empapando al peregrino de la rica y generosa geografía española, de la historia peninsular en la construcción de su unidad, de la influencia de la religión en las junturas de tantos reinos, principados, condados y feudos monárquicos, de las guerras vecinas que se atravesaron durante las glorias del imperio español, de la introspección personal del caminante, de la oración frente a las multiplicidad de iglesias y conventos que se encuentran en la jornada, de la rememoración del pasado ante cada puente, cada gruta, cada castillo, cada paredón y estancia, cada albergue cargado de siglos; del presente saturado de conflictos y de los nubarrones del futuro. El camino se transita como una enciclopedia que se abre con muchos capítulos que parecieran estarse reeditando y releyendo con la esperanza de que algunos se reescriban con otros finales, con otros protagonistas y con otras secuelas que lleven a la paz. Algo un poco difícil.

El Camino de Santiago es una ruta de peregrinación con un valor espiritual, filosófico, histórico, geográfico, esotérico, bélico y político bien significativo. Durante siglos, ha sido un importante destino para aquellos que buscan una experiencia trascendental y una conexión con su fe. Las tres confesiones monoteístas que se desprenden del patriarca Abraham han marcado sus huellas desde sus salidas en los cuatro puntos cardinales mientras se van arrastrando los pasos con el morral atrás y el bordón de camino marcando la jornada, hasta la llegada a la ciudad vieja en el kilómetro 0 frente a la imponente catedral barroca en honor del apóstol y los numerosos peregrinos sellando su arribo con la Compostela oficial.

Espiritualmente el Camino de Santiago ha sido considerado como una oportunidad para el crecimiento personal, para la reflexión íntima y para la renovación espiritual. Los peregrinos caminan cientos de kilómetros, enfrentando desafíos físicos y mentales, lo que les permite desconectarse de la rutina diaria y sumergirse en una experiencia de autodescubrimiento y de introspección. A lo largo del camino se suscitan encuentros con otros viajeros de diferentes culturas y creencias, fomentando el diálogo intercultural, la comprensión mutua y el intercambio de experiencias. El trayecto es un bálsamo para el espíritu a través de la oración y la reflexión.

En una perspectiva filosófica, la ruta es un símbolo de búsqueda de significado y propósito en la vida. Muchos peregrinos se embarcan en esta travesía en busca de respuestas a preguntas existenciales, cuestionando su propósito en el mundo y explorando su relación con lo divino y con lo terrenal. El camino ofrece un espacio para la contemplación y la meditación, permitiendo a los peregrinos reflexionar sobre su vida, dialogar consigo mismo y con el creador, y tomar decisiones importantes sobre su futuro para un renacimiento personal. Contrario a la realidad, es una manera de que el camino te haga a ti.

Históricamente, el Camino de Santiago desempeñó un papel crucial en la salida de la invasión de los moros de España o en el final de la conquista musulmana en el complejo proceso político y militar que a lo largo del principio del siglo VIII se convirtió en la formación y consolidación de Al-Andaluz desde el califato Omeya. Durante la Edad Media, la península ibérica fue ocupada por los moros, que impusieron su dominio en gran parte del territorio. La reconquista de España por los cristianos comenzó cuando la mágica aparición del apóstol Santiago el mayor, uno de los apóstoles de Jesucristo y sobre quien se extendió un culto entre los creyentes peninsulares, desde la aparición de su cadáver martirizado en Hispania. Su fabulosa visión en una batalla para ayudar a las tropas cristianas se convirtió en una arenga permanente para los soldados de la cruz. ¡Santiago y cierra! ¡España! era el grito de guerra pronunciado por las tropas de la fe durante la reconquista mientras se trababa combate directo contra los musulmanes. Esta intervención divina inspiró a los españoles a luchar valientemente contra la invasión y a mantener viva la esperanza de liberar su tierra. El culto a Santiago hizo de cada uno de los castellanos un apóstol y una identificación única en el nombre popular que se le adjudicó: Santiago Matamoros. La imagen del apóstol se convirtió en un símbolo de resistencia y unidad, y el camino se convirtió en una ruta de peregrinación para aquellos que buscaban protección divina y la fortaleza espiritual en su lucha contra el enemigo musulmán y contra sus propios demonios internos.

En términos geográficos y políticos, el Camino de Santiago ha sido un factor unificador para España y Europa. Durante siglos, desde los tiempos de Alfonso II de Asturias denominado El Casto, personas de diferentes nacionalidades, clases sociales y religiones han caminado juntas hacia la catedral, creando lazos de amistad y solidaridad. El camino ha fomentado el intercambio cultural y ha contribuido a la construcción de una identidad europea común basada en los valores compartidos de la fe, la paz y la tolerancia. En los tiempos de la unificación de España bajo Isabel la Católica y Fernando VII la expansión del reino a través de los viajes de Cristóbal Colón y el cierre interno con el desalojo musulmán y de los judíos en la España de 1492, hizo de la ruta en la consolidación católica de la corona una señal de la fortaleza. El expediente de la guerra entre cristianos, moros y judíos es ancestral y abultado; muy bien puede la espiritualidad del camino arrancar algunos folios para atenuar eso de a Dios rogando y con el mazo dando.

La lingüística francesa y castellana de la época se nutrió del intercambio que fluía desde las rutas que atravesaban a España en las diferentes marchas de aproximación primero para combatir a los moros y luego para peregrinar hacia la tumba del apóstol, en una fecunda reciprocidad desde el norte peninsular incorporando numerosas palabras. Esas marcas han quedado trazadas a lo largo de todas las villas y en las impresionantes muestras de la arquitectura popular y los vallados y muros de fincas por los que el camino discurre a medida que se va avanzando en el recorrido. Con intención asociativa el libro Hombres buenos de Arturo Pérez Reverte se vino en el morral haciendo peso de referencia. Era inevitable relacionar el accidentado viaje en reverso del almirante don Pedro Zárate y don Hermógenes Molina, comisionados por la Real Academia de la Lengua Española para trasladar desde París a finales del siglo XVIII, de manera clandestina, los 28 volúmenes de la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot, prohibida por las severas normas de la inquisición española en todos los predios del reino. O el recorrido napoleónico en 1808 desde las abdicaciones de Bayona hasta el palacio de Fernando VII en ese mismo siglo que prendió en las provincias de ultramar la llama de la independencia y la libertad.

Desde el oriente español en el comienzo, el valor esotérico y místico de la caminata se queda impreso en un ambiente de tenida entre columnas y se queda con la luz del sol a las espaldas en la salida a primeras horas de la mañana con un referente iniciático impreso en una trinidad con sus significados de logia. El esfuerzo mental y físico de los primeros kilómetros, después la parte de la meditación en las alturas que se consiguen en el trazado y, por último, en la explanada, la esperanza de la culminación con éxito y frente a la luz de la tumba del apóstol en la alegría de la metamorfosis. Sea cual fuere el desarrollo, los medios y la cantidad de kilómetros del recorrido las huellas de los cascos de la caballería templaria, las voces de mando de la hermandad de Santiago el mayor entre León y Urcles en los predios de Castilla, las reminiscencias de la época y la contigüidad desde Albi en el catarismo hereje desde los territorios feudales del Languedoc francés y el desastre cercano de Beziers, en la ruta en la iglesia de Santa María de la Blanca o en el castillo de Ponferrada o en otras estancias templarias en la ruta jacobea, al abrirse una posición de la luz del sol equivalente al punto vernal personal desde donde se ilustran los grandes mensajes del cosmos y la metamorfosis íntima, y el itinerario hace un tatuaje perenne en el espíritu. La orden militar y religiosa de Santiago tuvo un papel fundamental en el desalojo musulmán de la península, tanto como si se combatiera desde la columna Jaquin a la de Boaz para arribar a prevenirse y elevarse en la cámara del medio lejos de los fanatismos y de las tiranías.

De cierre, el Camino de Santiago posee un valor espiritual, filosófico, esotérico, religioso, histórico y político profundo. Ha sido un faro de esperanza y un símbolo de unidad para aquellos que buscan una experiencia espiritual, y reflexionan sobre la vida, luchan por la liberación y fomentan la amistad entre diferentes culturas. A lo largo de los siglos, el camino ha dejado una huella imborrable en la historia y en el corazón de quienes se aventuran en este viaje transformador.

La caminata debe cerrarse con el recorrido magnifico a la catedral, la misa vespertina y el impresionante botafumeiro que forma parte del atractivo turístico.

Para visitar el apóstol hay que hacerlo en un plan de castidad, de abstinencia, de ayuno, de oración, de reflexión, de introspección profunda, de humildad y de pobreza.

Cuando se haga la travesía, en la terna del pensamiento hacia el pasado, caminando el presente y en la proyección del futuro hay que recapacitar que por allí pasó Santiago Matamoros. Buen camino.

 


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