No hay en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora”. Víctor Hugo.

Hoy es 4 de febrero y se cumple un año más desde aquel nefasto 1992 en que un grupo de militares y algunos civiles intentaron hacerse del poder por la fuerza de las armas, en una Venezuela que creía haber superado ya la perniciosa experiencia de los “golpes de Estado”.

El período de la democracia de partidos y de consenso y de la república civil fue confrontado por oficiales jóvenes que, sin escatimar violencia, la emprendieron contra la institucionalidad electa por el pueblo y con un mensaje de muerte y destrucción intentaron fallidamente derrotar al presidente Carlos Andrés Pérez y a los poderes públicos.

En medio de la refriega, cuando se hacía evidente que los objetivos de la insurrección se hacían inalcanzables, un teniente coronel, Hugo Chávez Frías, comandante de un grupo de paracaidistas, al ser apresado y ante las cámaras de televisión admitía la derrota acotándole un deletéreo “por ahora” que fue asumido como un recordatorio y una locución en el discurso del revanchismo, devenido luego movimiento político y pocos años después, clase política gobernante a nombre de una revolución que comenzaría con una victoria electoral que siguió a una campaña de denuestos y de no simulados rencores que interpretó a la masa más humilde hasta hacerla sentir como del lumpanato que corona su progresión inesperadamente.

Mientras lee usted este artículo, no debe sorprenderlo oír los aviones de combate cruzar los cielos entre otras expresiones de jubileo que también pueden y deben calificárseles como apología del delito.

Este país díscolo, arruinado, acrático y distópico a ratos, es el legado de ese yerro que la demagogia y el populismo trajo e incluso que degeneraría más aún cuando el caudillo y militarista haciendo realidad la tesis de Ceressole edificó una alianza que daba lugar a un giro oclocrático de ejército, caudillo y pueblo y después se torció más la racionalidad en la aventura gravosa del socialismo del siglo XXI.

La antipolítica y los errores de los dirigentes de los grandes partidos, pero, especialmente, la defenestración de que fueron sujetos los distintos planos dirigentes por la maledicencia convertida en noticia debilitó, desarmó las convicciones democráticas y produjo el desenlace que hoy, todos, unos y otros admiten que lanzó el país por el barranco de todas las crisis y la pérdida de la libertad y la soberanía.

Paralelamente, se cuajó un proceso de ascenso de la mediocridad en cada uno de los planos dirigentes que fue favorecido, paulatinamente, por la acción del régimen de Chávez y acólitos quienes para hacer lo que querían, prescindieron del saber y del mérito a favor de las lealtades y fidelidades hambrientas de poder.

De lo crematístico como criterio surgió la mayor corrupción y el más ominoso saqueo que recuerde el mundo para quebrar al país que lucía mejor ubicado macroeconómicamente en el continente. Muerto Chávez, sus espalderos, lisonjeros, adulantes, alabarderos se postularon como epígonos para continuar la revolución de todos los fracasos y de todos los abusos.

Regresando de nuevo a nuestra realidad actual y luego de ser testigos del aborto del referéndum revocatorio, última iniciativa constitucional y pacífica para cambiar las cosas y salir del pandemónium que nos aniquila como nación y como Estado, es menester hacer un balance que nos permita comprender lo pasado y, sobre todo, visualizar lo que puede venir.

En efecto, algunos nos llamaron ingenuos a los que promovimos el referéndum revocatorio. Recuerdo habernos reunido previo a la cita de México o durante la misma para insistir en la necesidad de llevarlo a cabo y pensamos como el primero o de los primeros puntos de agenda, pero, los ungidos de la pretendida oposición no lo consideraron pertinente.

Se habló con ese liderazgo aspirante a la presidencia, desde la acera de enfrente del régimen y, poco o ningún interés manifestaron en apoyar el revocatorio, como si su plan y solo ese plan de llegar al 2024 a elecciones frente a Maduro fuera la única probabilidad.

Al producirse el descalabro, algunos de ellos ni siquiera exteriorizaron su disgusto. Se diría que al no ser ellos los protagonistas, la suerte del ejercicio de ese derecho político constitucional ya estaba sellada. Si así fue, debo lamentar sus conductas y reclamarles su falta de responsabilidad para con el país. Mantener el status quo pareció lo que a su cálculo satisfizo. Atroz para aquellos que sufren a diario y que son vistos incluso por la ONU como requiriendo urgente ayuda humanitaria y desde luego la espera no era una opción aceptable.

Empero lo anotado, Maduro y lo que él significa sigue allí y con su presencia la imposibilidad de ofrecerle a la nación una respuesta, no solo a sus interrogantes sino a sus frustraciones que en definitiva suscitan nueva estampida como empieza a registrar la prensa internacional.

Cruel dilema, pues el que angustia al coterráneo o se va o renuncia a una vida digna y con opciones de progreso. Así de sencillo. Hemos venido advirtiendo que se diluye la nación y el Estado se vacía de todas sus fortalezas y seguridades.

Imagino que el clan Maduro luego de el referencidio piensa que las cosas son para ellos una vez más favorables y ganaron tiempo de permanencia sin que se vislumbre ninguna contingencia.

Por ahora y gracias a la confusión estratégica de la “oposición,” se alejó una coyuntura que pudo permitirnos más que hostigar al régimen o acosarlo verdaderamente, retarlo y vencerlo, pero no fue posible, y debemos ahora reconcebirnos como referente y ciudadanizarnos también los que reclamamos ciudadanía a la sociedad.

La tarea sigue siendo entonces hacer de correa de transmisión y beber en el pozo societario para reconectarnos con una dinámica álgida de vida que nos ha segregado a todos; llevar correlativamente un mensaje de ciudadanía y de promoción de un nuevo activismo que compagine con un rediseño del acto de regularización de la conflictividad y su atención.

El país seguirá en cuidados intensivos y lo central sigue siendo que el régimen que encabeza Maduro es el vector de todas las infecciones que comprometen la salud pública y sacarlos es nuestra razón existencial. Hay que hacer política pero no para enajenarnos más sino para reunirnos como un auténtico cuerpo político con los arrestos para recuperar nuestra libertad y nuestra soberanía hoy perdida.


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