Históricamente, el populismo se ha encarnado en una amplia diversidad de regímenes de gobierno y de ideologías y doctrinas políticas. Así como hay populismos de derecha e izquierda, también hay populismos democráticos y populismos autoritarios de la más diversa estirpe. No tenemos que ir muy lejos para encontrar ejemplos que nos ilustren de esta realidad: en nuestro país, el puntofijismo que rigió por 40 años fue un sistema populista democrático y representativo, y, de hecho, lo mismo puede decirse de una buena parte de las democracias latinoamericanas que lograron establecerse después de numerosas interrupciones y golpes de Estado en la última media centuria.

Es obligado citar a este respecto al recientemente fallecido Juan Carlos Rey, uno de los pioneros de la ciencia política en el país, e insigne estudioso del sistema político venezolano, quien identificó en uno de sus últimos trabajos tres modelos democráticos (todos populistas) en la Venezuela contemporánea : el primero, el del trienio adeco, que caracterizó como una democracia de masas con un partido hegemónico y una tiranía de la mayoría; segundo, el puntofijista, que describe como una democracia consensual y oligárquica pero con un amplio pluralismo económico y social (en el marco de un sistema populista de conciliación de élite); y el tercero, el chavista, definido, entre otros rasgos,  por la democracia participativa y protagónica, el personalismo autoritario y una tendencia al totalitarismo.

Esta aguda clasificación de Rey -que puede ser objeto de discusión en sus aspectos particulares pero que en líneas generales parece preclara- nos da una idea de lo multivalente y elástico que es la noción de populismo, que en cierta manera lleva a darle la razón a Ernesto Laclau cuando afirma que llegó a convertirse, al menos en el mundo contemporáneo, en sinónimo mismo de lo político. En efecto, el populismo (en cuanto significa -dentro de muchas definiciones que se han dado- la exaltación del pueblo y su postulación como fuente primaria y suprema de la legitimidad política), así como da sustento y justificación a diversos modelos democráticos, también ha servido de sustento -tanto en el siglo XX como lo que va del siglo XXI- a diversas formas de autoritarismo político: desde determinadas dictaduras militares, como Velasco Alvarado en Perú, hasta numerosos regímenes nacionalistas-populares y revolucionarios (Torrijos en Panamá, Nasser en Egipto, el Frente de Liberación Nacional en Argelia, entre tantos) e incluso los fascismos y totalitarismos clásicos y no tan clásicos.

Ciertamente -aunque esta ha sido una materia objeto de constantes polémicas- muchos estudiosos han sugerido que el fascismo y el totalitarismo (este último en su versión socialista soviética y modelos asociados, como la revolución cubana) son también formas de populismo, por cuanto, independientemente de que hayan consagrado de facto un líder supremo, practican ciertas formas de devoción de lo popular y utilizaron la movilización de masas y las consultas populares (elecciones, plebiscitos, etc:) como uno de sus principales recursos para sostenerse en el poder. En Mi lucha, Hitler afirma, por ejemplo, “que el primer fundamento inherente a la la noción de autoridad es siempre la popularidad”, y para dar fe ello en 1938 realizó las últimas elecciones de su período, un referéndum para renovar el Reichstag, donde la lista única de candidatos obtuvo 99% de los votos. Mussolini, por su parte, también realizó plebiscitos para relegitimarse en el poder, mientras que en la Unión Soviética se realizaban usualmente elecciones al Soviet aún en la era de Stalin (en ambos casos sus organizaciones obtuvieron también, indistintamente, 99% de la votación).

El enlace entre el populismo y los totalitarismos (ya sea en la versión fascista o en la socialista) viene dado no solo porque responden generalmente -según la literatura- a procesos de modernización tardíos, sino por la presencia de líderes carismáticos y de partidos de masas, además de que realizan un uso intensivo de la propaganda y variados mecanismos de manipulación ideológica y simbólica. Sin embargo, lo más común es que el populismo devenga en variados tipos de democracia, como podemos ver en el caso venezolano según el esquema presentado por Rey. Es lógico que sea así, si partimos que se define antes que nada  sobre la base de una noción positiva del pueblo y una defensa de sus virtudes y potencialidades. Sin embargo, los totalitarismos destacan por ser regímenes antidemocráticos por excelencia, y no en balde eliminan los parlamentos y concentran el poder, ya sea en el líder supremo (el Führer), o en este y un superejecutivo (Gran Consejo Fascista de Mussolini) , o en el secretario general del partido (Stalin), amén de colocar la coerción y el terror como elemento fundamentales del ordenamiento político. Esto explica por qué muchos autores (como Poutlanzas) colocan los sistemas totalitarios dentro de los regímenes de excepción.

Al tenor de lo que hemos examinado hasta acá, no tiene que extrañar que en algunos regímenes populistas en el mundo y América Latina en particular, encontremos una especie de mezcolanza o un continuum entre el populismo y el totalitarismo. Si dejamos por fuera el fosilizado régimen cubano (que puede ser calificado de populista y totalitario a la vez) quizás en América Latina los regímenes donde se ha observado, hasta cierto punto, esta confluencia (o intento de confluencia) son el de Perón en Argentina y el de Chávez y Maduro en Venezuela. De Perón era conocida su admiración por el modelo fascista italiano, aunque nunca lo copió fielmente y se mantuvo en los linderos de un populismo autoritario  pero competitivo. Del régimen de Chávez y Maduro -que ya hemos abordado en otras ocasiones- puede decirse que ha sido un sistema populista autoritario que ha pasado por varias etapas, y que, si utilizamos una expresión de Rey, pese a su pretensión totalitaria no ha pasado de ser todavía más que un totalitarismo fallido, pero cuyo devenir está aún poco claro, y dependerá, sin duda, de cómo evolucionen en el futuro un conjunto de eventos y circunstancias de la política doméstica y de la política internacional.

@fidelcanelon


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