Ante una situación política que es insostenible, tanto para el gobierno como para la oposición, comienzan a circular rumores de un nuevo proceso de negociación en marcha. En lo internacional, hay quienes ven con entusiasmo que, por parte del gobierno de Venezuela, se haya llegado a un acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos de la ONU y, al parecer, también con el programa de acceso global a las vacunas para el coronavirus (Covax), impulsado por la OMS y la Unión Europea. Mientras todo eso se materializa, en la esfera interna, algunos perciben como gestos positivos que a unos rehenes de Citgo les den casa por cárcel, que se admita que el concejal Fernando Albán fue asesinado, que se ofrezca un par de chivos expiatorios para pagar por ese crimen horrendo con un par de palmadas, o que se designe un CNE -en palabras de uno de sus integrantes- “medianamente” independiente e imparcial. Pero, paralelamente, se ha producido la toma de las instalaciones de El Nacional, ejecutando una sentencia extravagante de la Sala de Casación Civil del TSJ, como si alguien quisiera dejar claro quién es el que manda, o como si alguien quisiera poner palos en las ruedas de ese incipiente proceso de negociación.

Por lo pronto, Diosdado Cabello ha hecho saber que no es uno más y que, más que influencia, todavía tiene mucho poder en los círculos judiciales, que puede lograr que en los tribunales se adopten decisiones sorprendentes, que él es el que decide el tipo de información a la que podemos tener acceso, y que, si no se cuenta con él, puede hacer estallar por los aires cualquier acercamiento entre gobierno y oposición.

No es mi intención descalificar la necesidad de dialogar; sobre todo, si ambas partes manifiestan su disposición a hacerlo y a buscar caminos de entendimiento, que pongan fin a esta larga tragedia que aflige a los venezolanos. Pero, ante un hecho como la toma de El Nacional, que significa un mazazo para la libertad de expresión de los ciudadanos de este país, y para la independencia e imparcialidad de los tribunales, por lo menos, hay que poner en duda la buena fe del gobierno, o hay que preguntarse si la oposición está negociando con el interlocutor adecuado, con capacidad para asumir compromisos políticos.

Negociar no es una opción, sino una necesidad política. Cuando ninguna de las partes está en condiciones de imponer su punto de vista, no hacerlo es invitar a que nos aniquilemos unos a otros. Con nuestra familia, con nuestros amigos, en nuestro sitio de trabajo, o en la comunidad en que vivimos, siempre estamos negociando, hasta los asuntos más intrascendentes. En la Venezuela de hoy, ya es usual negociar la forma de pago de los bienes que adquirimos, y es posible que incluso tengamos que negociar con un secuestrador, o con un asaltante de caminos, para que no nos quite la cédula de identidad, o para que no maltrate a los niños. Pero negociar con quien no tiene el poder para llegar a un acuerdo, negociar con quien ha dado demostraciones de que su palabra no tiene ningún valor, o negociar nuestra rendición incondicional, es una insensatez. Si negociamos con quien carece de autoridad para ello, o si negociamos a sabiendas de que la contraparte no va a cumplir con los compromisos asumidos, estamos perdiendo el tiempo; por otra parte, si negociamos nuestra rendición incondicional, no hay nada que negociar porque no pedimos nada a cambio. La negociación es una forma civilizada de resolver nuestras controversias; pero, en el presente caso, negociar con quien no representa a los que mandan es un despropósito.

Con la toma de El Nacional y con la sentencia de la Sala de Casación Civil del TSJ que la precedió, parece haber quedado demostrado que el poder fáctico está en manos de Diosdado Cabello. Pero él no ha dado ninguna señal de que quiera negociar; muy por el contrario, él se ha manifestado dispuesto a radicalizar el proceso de desmantelamiento de la institucionalidad democrática y de vaciamiento de nuestras libertades públicas. En cuanto a Maduro, aunque esté dispuesto a dialogar, ya se sabe que, en este momento, él no manda ni siquiera en la Cota 905.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!