Cuando advertíamos en febrero de 2018 desde esta tribuna la salvaje destrucción del poder adquisitivo del venezolano, cuya más clara referencia era el hecho de que el salario mínimo integral para entonces alcanzaba apenas veintisiete dólares con cincuenta y tres centavos (27,53 dólares), lo que es igual a noventa y un centavos de dólar (0,91 dólares) diarios, costaba imaginar que las cosas podrían ir peor. De hecho, cuando apenas 6 meses después evaluábamos la situación luego del terrible, irresponsable y doloroso Madurazo, si bien el cambio era porcentualmente insignificante y existió un leve ascenso de apenas unos centavos, al menos las cosas no habían empeorado.

Sin embargo, poco duró esa contención del empeoramiento, pues en esos 14 meses que transcurrieron desde agosto de 2018 a esta fecha y que parecen millones de años luz de distancia, ese sorprendente salario mínimo integral que se fijó entonces en mil ochocientos bolívares “soberanos” (1.800 bolívares soberanos), pasó a trescientos mil bolívares “soberanos” (300.000 bolívares soberanos), es decir, un impresionante aumento nominal en nuestra mancillada moneda, de casi diecisiete mil por ciento (17.000%), pero en la práctica, una disminución porcentual de más del cincuenta por ciento (50%), pues léase bien, el salario mínimo integral venezolano, de acuerdo con la tasa oficial del dólar Dicom fijada por el Banco Central de Venezuela para esta fecha, equivale a cuarenta y siete centavos de dólar (0,47 dólares) diarios.

Para colocar al salario mínimo integral venezolano en debido contexto, es preciso mencionar que el umbral de pobreza extrema determinado por el Banco Mundial ha sido previsto en un dólar con noventa centavos (1,90 dólares) diarios, y por debajo de eso, la condición es equivalente a la pobreza absoluta, la penuria, la miseria y la indigencia, que es la condición en la cual se encuentra cualquiera que perciba lo que el desgobierno y el “presidente obrero” en su infinita crueldad han estimado como un mínimo razonable, convirtiendo en cenizas la expectativa de cualquier ciudadano de vivir de su trabajo.

El desgobierno, como siempre, está fuera de timing y perdido sin brújula, y el hecho de que aún con lo descomunal del aumento nominal recién decretado el país siga adelante en medio de su precariedad, lo único que demuestra es que no importa lo que hagan, su gestión no tiene ni tendrá algún impacto positivo en la calidad de vida de los venezolanos, y por el contrario, cuanto hagan solo la empeorará y acrecentará el sufrimiento.

Urge reaccionar, sacudirnos la modorra, asumir la responsabilidad y ponernos a la altura del reto histórico que nos plantean las circunstancias. Basta de culpar a todos menos a quienes son verdaderamente responsables de la catástrofe de haber convertido en polvo cósmico el poder adquisitivo del venezolano, llevando a buena parte de la población a condiciones de elemental subsistencia bajo en esquema de esclavitud moderna.

Es el desgobierno y solo el desgobierno el responsable, y es contra ellos y nadie más contra quien debe orientarse nuestro reclamo y nuestra furia, sea en las calles o en cualquiera de los escenarios que nos toque en nuestra vida diaria. Solo así avanzaremos en el objetivo de recuperar al país del más profundo retroceso histórico que hayamos experimentado, rescatar la dignidad del trabajo y la adecuada remuneración, para convertir –eso sí y con justificada razón– en polvo cósmico el recuerdo de la más perversa gestión que haya tenido en momento alguno las riendas del país.

@castorgonzalez

 


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