Muy de cerca nos ha tocado ver cómo un drama de proporciones tan épicas como el advenimiento de un virus mortal y planetario como el covid-19 es posible pervertirlo y colocarlo en una posición aún más peligrosa e inmanejable, si su abordaje oficial es contaminado por elementos políticos y, entre ellos, por el peor de todos: el que tiene que ver con el inmoral apego al poder.

De acuerdo con Wikipedia, la política es “la actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común”.

Hay países en los que ese bien común puede ser manipulado de manera diestra, incluso utilizando torcidamente los artificios que la ley pone al servicio de los gobiernos, para hacer parecer que en cumplimiento de ese mandato supremo de conseguir lo mejor para la ciudadanía, quienes ejercen el poder pueden dictar a su guisa cualquier género de medidas para someter a los gobernados. Suena gruesa esta afirmación, pero es lo que está ocurriendo en España, bajo el gobierno de la dupla socialista-comunista del PSOE y Unidas Podemos.

Con motivo de la administración de la pandemia y escudados en el evidente temor colectivo y el desconocimiento público de las secuelas y consecuencias del mal, el gobierno presidido por Pedro Sánchez, a través de la declaratoria del Estado de Alarma, se ha convertido en la   única autoridad capaz de tomar decisiones sobre el accionar de la ciudadanía, llegando incluso a secuestrar las atribuciones que corresponden a las comunidades autonómicas.

Desde el inicio de la pandemia en España los dislates o equivocaciones imputables a La Moncloa en el manejo de la crisis han sido numerosos, pero en eso no se diferencian de lo ocurrido en otras partes. Los errores cometidos por multitud de países en torno, por ejemplo, a la ventaja y la oportunidad de decretar el aislamiento social, o las medidas sanitarias prioritarias implantadas a destiempo, o la falta de uso masivo de los test de despistaje, pueden ser atribuidos al desconocimiento de casi todos los gobiernos del planeta sobre cómo abordar un hecho inédito y amenazante como el presente, a la inexperiencia o a la simple torpeza. Casi todos hemos avanzado a oscuras, es la verdad.

Donde la dupla PSOE-Podemos se está equivocando de palmo es en querer seguir adelante de la misma manera. Adentrándose España ya en la espantosa debacle económica que se alza frente a ella como un tsunami, la coalición pretende gobernar en solitario, sin compartir estrategias y sin siquiera apoyarse en la opinión de las otras fuerzas que componen el espectro político y territorial español. Todo ello pretenden abordarlo mesiánicamente, cuando los indicadores oficiales presentados a las autoridades europeas auguran a España al menos 2 años de profundas dificultades. Estas cifras muestran ya un despeñamiento del PIB que se acercará al 10%, un pasivo público que superará el 115,5%, una tasa de desempleo por encima de 19% y 50% de la fuerza laboral nacional dependiendo de la dádiva estatal cuando su tesorería se encuentra vacía.

Una sola cosa es capaz de inspirar esta manera de actuar y no es otra que el inveterado apego al poder y la inclinación totalitaria de los dos grandes partidos que sienten tener en sus manos la brújula de los acontecimientos. Cualquier análisis sensato aconsejaría a los altos personeros de la coalición compartir con el resto de los actores políticos la carga de responsabilidad de la ciclópea tarea que representa el rescate de la economía española.

Por fortuna, estos son países donde sí se producen evaluaciones, balances y penalizaciones por parte del electorado sobre las actuaciones de quienes llevan el timón a través de la tormenta. Ya varias encuestas de opinión dadas a conocer este pasado fin de semana han hecho lo propio y, antes de que comience la parte más empinada de la cuesta, han mostrado en números el malestar colectivo: no salen bien parados en ellas ni Pedro Sánchez ni su mancuerna fiel, Pablo Iglesias.


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