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Alan Dershowitz, un prominente profesor de Harvard y amigo personal de Donald Trump, se negó a defenderlo en el nuevo juicio que se le sigue alegando: «Esto es teatro político y no soy ni político ni actor, así que no veo el papel de un abogado en este espectáculo».

“El teatro y la política están intrínsecamente conectados”. Así comienza su tesis de grado de 2008 Richard Leahy, distinguida con honores por el Departamento de Ciencias Políticas del Union College. THE THEATRE AS AN EXAMINATION OF POWER – Combining political theory and theater history“La política es extremadamente teatral y el teatro siempre ha estado impregnado de relaciones políticas -continúa Leahy– la congruencia se deriva del hecho de que ambos campos se originan de la misma fuente fundamental: el poder. Expresiones diferentes del mismo concepto.

Políticos y actores han devenido en conceptos intercambiables. Una obra del politólogo británico John Street, Politics and Popular Culture, aborda esta intrincada relación. No es raro ver a políticos que acuden a programas de televisión de comediantes o que incursionan como cameos en una película popular en busca de publicidad o actores que aspiran trascender la supuesta frivolidad de sus carreras para opinar de política. Un conocido actor de cine, Joseph Estrada, fue electo presidente de Filipinas en 1998. Antes de que cumpliera dos años fue defenestrado del poder, juzgado y condenado a prisión bajo cargos de corrupción. Una historia parecida vivió Ecuador con Abdalá Bucaram. Cantó, bailó y circuló un CD con sus interpretaciones como parte de su campaña electoral. Bucaram debió huir de Ecuador acosado por las denuncias de corrupción. No existe un político-actor que haya contribuido más a probar esta transmutación de política y teatro, aliada a la corrupción, que el difunto Hugo Chávez.

Richard C. Beacham, en un interesante estudio, Spectacle Entertainments of Early Imperial Rome, sostiene que el teatro, el combate de gladiadores, la cacería de animales, las procesiones triunfales, el circo y otros entretenimientos públicos de la antigua Roma fueron potentes ejercicios de demagogia política. ¿Quién puede dudar de la potente capacidad histriónica de Nerón para destruir a Roma o Hitler para destruir a Europa?

En Los Ángeles se dice que Washington es el Hollywood de la gente fea. Cuando al presidente Franklin Roosevelt le presentaron al excepcional actor y director Orson Wells, le comentó con ironía: Somos los mejores actores del país”. Donald Trump comenzó su carrera en TV como actor de The Apprentice. No obstante, Ronald Reagan ha sido el único actor profesional en alcanzar la jefatura del Estado de Estados Unidos. Su pragmatismo conservador aún resuena entre los republicanos ortodoxos que hoy se oponen internamente a la puesta en escena de Trump y claman por la vuelta a la “doctrina Reagan” expuesta ante el Congreso de Estados Unidos con una dramática declaración: “La libertad no es prerrogativa exclusiva de unos pocos elegidos; es el derecho universal de todos los hijos de Dios». La «misión» de Estados Unidos es «nutrir y defender la libertad y la democracia…debemos apoyar a nuestros aliados democráticos. Y no debemos quebrantar la fe de aquellos que están arriesgando sus vidas, en todos los continentes…el apoyo a los luchadores por la libertad es una autodefensa». El actor Reagan enfrentó al hábil Mikhail Gorbachev con ventaja y aceleró el proceso de disolución del imperio soviético. Para algunos, esta afirmación de que Reagan ha sido único actor presidente no le hace justicia a Donald Trump. 

Comédiens commandants

Esa simbiosis de política y comediantes lo aborda en un trabajo académico el profesor de historia del Bowdoin College, Paul Friedman, titulado “Mestizaje: La fusión de política y teatro en la Francia revolucionaria”. A pesar de que muchos actores de teatro, músicos, trovadores y comediantes se hicieron famosos, todos fueron marginados socialmente hasta finales del siglo XIX. El oficio de entretener era considerado como una buena distracción, pero sus intérpretes descalificados socialmente. No fue sino hasta el Día de La Bastilla, que los comediantes entraron a la política por la puerta grande de la revolución.  En siglos de monarquía europea y de predominio de la Iglesia Católica en asuntos públicos los actores y comediantes no poseían estatus civil, excluidos de cualquier forma de vida política. La Revolución Francesa fue el conducto ideal para que estos simuladores profesionales se introdujeran en la vida pública y desde entonces la política ha sido el escenario ideal de algunos actores, payasos y comediantes. 

De los distritos Cordeliers y St André des Arcs de Paris, que albergaban a los más importantes teatros, surgieron muchos voluntarios de la milicia revolucionaria que eran comediantes.  Algunos ascendieron a altos rangos de la Guardia Nacional en sus respectivas localidades y eventualmente en el Ejército. Dos comediantes con los nombres artísticos de Naudet y Grammont de la Comédie Française ingresaron de esta manera. Naudet alcanzó el rango de coronel y comandó un regimiento. Grammont ascendió a teniente coronel. Naudet, ya alto oficial de la Guardia Nacional, fue una vez acusado de usar la fuerza pública para asegurarse una numerosa audiencia en el teatro. Dugazon, otro comédien commandant, como eran llamados popularmente, fue quien ordenó el redoble de tambores para que se iniciara la ejecución de Luis XVI.

El comédien commandant más destacado de ese tiempo fue Jean-Marie Collot-d’Herbois. Fue presidente honorario del Club Jacobino y miembro del poderoso Comité de Seguridad Pública que decidió la ejecución de Maximiliano Robespierre el 9 de Termidor.

El teatro 

El actor Simon-Camille Dufresse renunció al famoso Théâtre Montansier para iniciarse como capitán del Ejército hasta ascender a general y comandante adjunto de la Armée Révolutionnaire de la Región del Norte. En Lyon, bajo el mando del dramaturgo y general brigadier Charles Philippe Rosenin, sus subalternos Fusil y Antoine de Durfeuille, de la Commission de Justice de Lyon, enviaron a miles de ciudadanos a la guillotina. En Venezuela el proceso revolucionario bolivariano fue en reverso; comandantes militares devinieron en comediantes, destruyeron el país y en el proceso han dejado, por negligencia criminal, centenares de miles de muertos en manos del hampa y algunos por sus propias manos.

En la América democrática unos diez comediantes y actores conocidos han personificado a Donald Trump, entre ellos la prominente actriz Meryl Streep. En la historia de Estados Unidos no ha habido un presidente con el carácter, temperamento y ejecutorias de Donald Trump que se haya generado tanta sátira y comedia.

En marzo de 1871 la derrota de Francia en guerra con Prusia hizo colapsar el imperio del histriónico Napoleón III y provocó una insurrección que se conoció como la Comuna de París.  En Estados Unidos, la derrota de otro histriónico mandatario provocó el asalto al Capitolio bajo la premisa falsa o la ficción de que hubo fraude electoral pese a que 60 tribunales y la Corte Suprema de Justicia en pleno rechazaron incluso considerar con algún mérito las demandas de fraude. No obstante, el teatro continúa pese a la enorme contradicción del drama político.

Trump, después de varios intentos fallidos, pretende que sus abogados defensores lo apoyen en la ficción del fraude en el juicio que decidirán los senadores que fueron elegidos en las mismas boletas electorales que Trump rechaza por fraudulentas. Como vemos, entonces y ahora, los políticos comediantes no han sido precisamente muy divertidos, pero una peculiar idiocia, entonces y ahora, no cesa de reverenciarlos.

En el caso de Donald Trump, su experiencia en la televisión y una natural disposición al histrionismo fueron sus únicos bagajes para un ascenso político fulgurante e igualmente fueron las causas su teátrica derrota y de cuyas consecuencias aún falta mucho por conocer.

 

 


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