I

Atrás quedaron las campañas electorales en las que los candidatos recorrían el país y se reunían con la gente para conocer de primera mano sus problemas. Aunque muchos sabían que no los volverían a ver así ganaran o perdieran, era un buen intento de conectar con los votantes.

A veces los aspirantes llegaban a los lugares más recónditos con un cuaderno de promesas. Para eso su equipo tenía que hacer el trabajo, investigar sobre la población e incluso ponerse en contacto con los líderes y las pocas organizaciones sociales que pudiera haber.

Se llenaban de barro, sufrían el calor inclemente, a veces se empapaban de tormenta, pero recorrían calles, tocaban puertas, cargaban niñitos y abrazaban viejitas. No quisiera que la imagen que recuerden los lectores fuera la del comandante muerto, porque él solo repitió lo que muchos antes hicieron, aunque se empeñara en decir que era diferente y la mayoría se lo haya creído.

Imaginen mejor a Rómulo Betancourt o Raúl Leoni, incluso Rafael Caldera y Eduardo Fernández, todos gozaban con su baño de pueblo. Por cierto, nada como Carlos Andrés Pérez.

II

Pero aquello eran elecciones democráticas. Los venezolanos sabían que, votaran por quien votaran, el resultado iba a ser respetado, lo que hacía la fiesta completamente real y los triunfos un asunto colectivo.

Pero llegamos a los años rojitos, que indudablemente han “producido” más elecciones que ningún otro período de la historia. Y pongo entre comillas esta palaba porque, como les he dicho en otras ocasiones, quiero ironizar su significado. Producir como se produce una película, una obra de teatro, una charada. Nunca en esos comicios la gente ha elegido realmente.

Pero digamos que la fórmula siguió siendo la misma, incluyendo la existencia de una oposición que invertía todo en la calle, que articulaba discursos y slogans y que alimentaba esperanzas.

III

Ahora la elección es Venezuela, el enfrentamiento debería ser por su libertad. No hablo del teatro programado para el 6 de diciembre sino de lo que debería ser la lucha por sacar a este país de la pesadilla. Y es una campaña tan difícil que todavía nadie sabe cómo enfrentarla. Tan dura que ni la oposición se pone de acuerdo en el objetivo final. Lo siento, pero lo que veo es que en su cabeza, cada uno se ve sentado en Miraflores. Esa no es la meta.

Lo cierto es que ahora la política se hace desde el seguro y cómodo teclado. Los políticos, en vez de reunirse para terminar de trazar una estrategia, lo que hacen es declarar en Instagram Live, en Periscope o escribir un tweet.

Esto incluye por supuesto a los rojitos, pero porque saben que no tienen necesidad de hacer nada. No les importa el abismo en el que han lanzado al país.

Incluso cuando se atacan, todo es de forma pública. Como ya no tienen los canales de televisión ni las emisoras de radio, tampoco los periódicos, se lanzan a las redes sociales. Todo parece un gran circo.

Atrás quedaron aquellas reuniones a puerta cerrada que duraban días en las que los adecos ventilaban todas sus diferencias hasta ponerse de acuerdo en una línea común.

Atrás quedaron las discusiones estratégicas para armar planes que les ayudaran a llegar a la meta. Atrás, muy atrás, quedó el Pacto de Puntofijo. Pero para cosas como esas hacen falta hombres de Estado reales, que piensen más allá de sus propios intereses.

En el fondo, doy gracias a Dios que no sigo siendo reportera de política.

@anammatute


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