El gran economista austríaco Joseph Schumpeter, en su Teoría del Desarrollo Económico, reconoció la importancia del sistema bancario –la sala de máquinas de la economía–, en el incremento de la producción de bienes y servicios durante un período determinado, respecto al valor obtenido en el mismo lapso del año anterior. El sector financiero juega un papel fundamental en el rastreo de oportunidades de inversión capaces de acometer la innovación y el avance tecnológico, indispensables para alcanzar mayores niveles de eficiencia en los procesos productivos. La orientación del ahorro hacia la inversión y las facilidades para efectuar transacciones financieras, son factores primordiales en cualquier estadio de desarrollo económico. Se trata pues de una correlación positiva entre el desempeño del sistema financiero de un país y las tasas de crecimiento económico de largo plazo. Un impacto favorable que arranca desde la funcionalidad de las instituciones del sector bancario y del mercado de capitales, hasta la inversión realizada y la mayor productividad de las empresas inmersas en las diferentes áreas de actividad. Naturalmente, habrá diversos mecanismos de transmisión de tales efectos sobre el crecimiento, canalizados mediante la acumulación de capital físico –los bienes que contribuyen a la producción de otros bienes y servicios–, y la eficiencia en su distribución. Existe igualmente una relación directa entre el crédito al consumo y el desarrollo del sector terciario de la economía.

En nuestra actualidad venezolana, la autoridad monetaria ha instrumentado una política restrictiva del dinero circulante en poder de los bancos, lo cual impide el crecimiento del crédito como herramienta financiera de singular importancia para la producción nacional y el consumo. El Banco Central haciendo uso del encaje legal –el volumen de depósitos que los bancos deben resguardar a modo de reserva–, determina que la banca disponga de pocos bolívares para prestar, evitando de tal manera un incremento en la demanda de divisas –ese es el propósito de la medida– y, al mismo tiempo, reduciendo ostensiblemente el crédito requerido por las empresas en marcha y los particulares para atender necesidades de inversión, capital de trabajo y gastos de consumo. La finalidad no ha sido otra que mantener el dólar estadounidense relativamente anclado, mientras el valor de paridad de la moneda es sustancialmente más elevado, dando lugar a la llamada “enfermedad holandesa” –la economía se expone a los embates de la apreciación del tipo de cambio, a la desindustrialización de la economía y su dependencia del ingreso fiscal petrolero, abaratando las importaciones de bienes y servicios en relación a los producidos internamente–. En esos términos es muy dificil alcanzar niveles de crecimiento económico cuantitativa y cualitativamente aceptables.

La salud del sistema financiero deriva del análisis y control de riesgos, así como también de la gestión y supervisión del crédito otorgado. Los altibajos que experimenta la liquidez monetaria en el sistema, incidirán sobre las diversas instituciones en función de la expansión del crédito y, en todo caso, cuando fuere necesario, recibirán asistencia del Banco Central, naturalmente dentro de ciertos parámetros. Así las cosas, el encaje legal se traduce en complemento indispensable de la política monetaria con el propósito de regular el dinero circulante en la economía nacional. Ahora bien, un encaje mínimo del 73% sobre las inversiones cedidas por las instituciones bancarias autorizadas para realizar operaciones en el mercado monetario (Artículo 16 de las normas que regirán la constitución del encaje), es sin duda excesivo e incide negativamente sobre el desempeño de la economía nacional. Ha sido suficientemente demostrado en estudios diversos, que una economía exitosa suele ser aquella que ha desarrollado sistemas financieros y mercados de capitales sofisticados desde una etapa temprana. Ello nos permite afirmar que el desarrollo y funcionalidad del sector financiero, desempeñan un contundente papel en el crecimiento económico. Es obvio que la contracción del crédito bancario, aunada al recorte del gasto fiscal y una limitada oferta de divisas, han determinado una cierta estabilización del dólar, lo que igualmente ha desacelerado la inflación. La pregunta es ¿a qué costo para el desarrollo de una economía paupérrima y una población mayoritariamente desatendida?

Se trata pues de un ajuste macroeconómico desmesurado, de exigua idoneidad y de severas consecuencias para el país, donde la economía dispone de muy poco crédito para canalizar la inversión y el consumo. Naturalmente, el gobierno en funciones encuentra motivos para celebrar su gesta –la dolarización parcial después de haber levantado el control cambiario y la indexación del crédito bancario–, traducida en el crecimiento de la cartera de créditos –de aproximadamente US$ 240MM a US$ 1,5Millardos, tal como se ha divulgado recientemente–.

A modo de conclusión y en puridad de conceptos, la política económica sigue siendo penosa para el país, donde prevalecen tasas de interés reales negativas, y aún cuando se ha registrado una reducción del gasto, persiste todavía el déficit del Sector Público consolidado (fundamentalmente Pdvsa, que dejó de ser una industria petrolera, para convertirse en mezcla de toda suerte de actividades dispersas). Unida a la dolarización y a sus primeros efectos, aún se mantienen niveles irreflexivos de financiamiento monetario del BCV –entrega de moneda sin respaldo a los entes de la administración central y empresas del Estado no financieras–, lo cual sigue traduciéndose en las más altas tasas de inflación del hemisferio. Urge pues un cambio político que entrañe causas positivas, tan evidentes como la libertad, la democracia y otras ideas elevadas que impulsen la toma de decisiones adecuadas a las circunstancias actuales y de tal manera encaminen al país hacia la senda de sus enormes posibilidades en materia económica y financiera.


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