No cometeremos la torpeza de subestimar a los decisores políticos estadounidenses. Tampoco de creerles unos titanes infalibles. Ahora bien, con respecto a la historia de las relaciones del coloso del norte con sus vecinos latinoamericanos, resulta obligado tomar en cuenta una importante historia de errores y fracasos, en no poca medida basados en la defectuosa comprensión de sus adversarios en la región.

¿Está ocurriendo ello otra vez con respecto a la crisis venezolana? A primera vista, lo menos que cabe razonablemente decir es que desde Washington se han estado emitiendo señales confusas, y según algunos analistas contradictorias. De un lado se usó el garrote, mediante las acusaciones del Departamento de Justicia a Maduro y otros cabecillas del régimen, acompañadas por una oferta de recompensas en metálico a quienes denuncien su paradero. Del otro lado y a los pocos días, se plantó una propuesta de negociación, quizás la zanahoria de la jugada, dirigida a concertar una transición democrática que obligaría, entre otros aspectos, a la aceptación del fin de su poder por parte de Maduro y la salida de las tropas cubanas de Venezuela. Si lo interpretamos bien, el documento del Departamento de Estado, en la sección de garantías, sugiere la permanencia del actual Alto Mando Militar, incluido el ministro Padrino López, durante la etapa de transición y hasta concretar unas elecciones.

En teoría, pensamos que no se trata de acciones necesariamente contradictorias. De pronto algunos factores internos en Venezuela, del régimen y de la oposición, pidieron a Washington lanzar al aire esta propuesta como un globo de ensayo, a ver qué pasa en vista del creciente acorralamiento de Maduro. O de pronto los decisores estadounidenses están llenando un expediente, por decirlo de ese modo, para dejar en claro y más allá de toda duda que Maduro y los cubanos (es en esencia lo mismo) no están dispuestos a aceptar otra salida que la inmolación, tarde o temprano, en medio del apocalipsis delirante que tanto cautiva las mentes y corazones de nuestros revolucionarios guevaristas.

Y allí, en el guevarismo, está el detalle, como habría dicho el gran Cantinflas. Con esto queremos destacar el elemento emocional, profundamente irracional, que captura  a tantos en América Latina, en su incesante y agotadora confrontación contra el “imperio”. Desde luego que sabemos que la revolución bolivariana ha estado siempre contaminada de corrupción, ahora confirmada por el irredimible pecado del narcotráfico; pero tal realidad no debe impedirnos constatar que existe también una motivación ideológica, una justificación, que funciona para algunos y que no es conveniente menospreciar. Lo afirmamos, pues tal impulso cumple su papel en un escenario muy complejo. América Latina no es una novela inglesa. Es una novela de García Márquez.

Y en nuestro teatro del absurdo, o si se quiere del del realismo mágico, no podrían faltar otros personajes entregados a enredar aún más las cosas, en este caso del lado opositor, que insisten sobre el imperativo del “diálogo”, argumentan que la línea dura contra el régimen, de forma sistemática, lo que obtiene es fortalecerle, y que la salida debe ser pacífica y democrática. A la vez, y a la manera del Departamento de Estado, emiten señales confusas, pues no tienen más remedio que admitir que Maduro es incapaz de hacer el más mínimo gesto sincero en función de una negociación real, y que sencillamente, una y otra vez, Maduro se refugia ante las coyunturas difíciles en los llamados a un “diálogo nacional”, tan falso (diría de nuevo el gran Cantinflas) como “pistola de Mariachi”.

El garrote busca claramente agrietar al régimen desde dentro y producir su quiebre final. La zanahoria busca una negociación genuina que abra el camino del fin, con dolores atenuados. El acto de acrobacia es exigente. Podría tener éxito, o acabar en salto mortal.


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