Pese a la magnitud del éxodo venezolano, próximo a las dimensiones del sirio y el más grande de Latinoamérica, el régimen, responsable de haberlo ocasionado, optó por desconocerlo, menospreciarlo y ocultarlo. Percibió la diáspora como una amenaza y la mira con profundo desprecio; no ahorra epítetos para descalificarla. Para despejar cualquier duda, reforzaron su odio con hechos: los obstáculos para acceder a documentos de identidad crearon niños apátridas, asfixia y burla absoluta a jubilados y pensionados y normas para impedir la administración de sus recursos a quienes migraron.

Con toda razón creció entre la diáspora el recelo y la desconfianza en las instituciones del servicio exterior, en particular sus embajadas: actuaban como instrumentos al servicio del jefe de turno. En lugar de ocuparse de los ciudadanos venezolanos cuyo número crecía a diario, los tratan como enemigos o, peor, desconocen su existencia. Paradójicamente, tienen grandes dificultades para negar la propia, la “camaleónica” de quienes hacen lo indecible para congraciarse y mimetizarse con la diáspora para disfrutar de lo robado.

Al mencionar a los “camaleónicos” viene a mi mente el “aparente” suicidio, en muy extrañas circunstancias, de un “empresario” venezolano, parte de la trama del Sr. Morodo, quien fuera embajador de España en Venezuela, y su hijo. Se les acusa de lavar millones de dólares robados a los venezolanos. El suicidio ocurrió, extraña coincidencia, después de haber consentido ofrecer toda la información que poseía a la justicia española. Otros ministros, viceministros y “empresarios sanguijuelas” (para diferenciarlos de los emprendedores), con solicitudes de extradición en Estados Unidos, disfrutan impunemente de lo que han robado. Mientras ellos evaden la justicia, la diáspora se dedica a encontrar mecanismos para apoyar la reconstrucción del país.

Los “ladrones” se presentan como adalides de la democracia. El ex embajador mencionado es coautor de un libro sobre golpes de Estado en Latinoamérica. También se exhiben como cabecillas de la anticorrupción, aunque nadie les crea. Solo basta con revisar la lista de inasistencias y motivos de la misma en la última edición del Foro de Sao Paulo, instrumento de la dictadura más longeva de la región, para comprender el carácter de pretexto y estrategia de marketing de los “anticorrupción”. Varios de ellos entre rejas, como el cofundador del foro; se repite la escena de otro sonado caso, el del tesorero de Venezuela, conocido como el tuerto Andrade. Como diría cualquier profesional de la salud mental, proyección de la parte oscura para castigar en otro su más sombrío deseo.

El inmenso saqueo de los recursos de los venezolanos, estimado en varios centenares de miles de millones de dólares, perpetrado por unos cuantos miembros del régimen y por unos pocos cómplices, es una de las causales de la diáspora venezolana, cuyo número supera hoy los 5 millones de ciudadanos preocupados y comprometidos con su país.

La participación de la diáspora solo es posible sobre la base del diálogo y el reconocimiento y el régimen ni dialoga ni reconoce, solo administra bien la cultura cuartelaría. El diálogo, a su vez, necesita de personas dispuestas a escuchar al otro y a respetar las posiciones ajenas, atributos inexistentes para el régimen. Las voces de los otros son múltiples, también sus intereses son diversos y “el interés general” se construye con el diálogo y la presión de todos ellos.

Los obstáculos creados por el régimen a la diáspora para votar, inscribirse, aportar, documentar y denunciar, no resultaron suficientes. Todo lo contrario, sirvieron de acicate para mantenerse en movimiento, para reflexionar sobre el país, para identificar sus necesidades y avanzar en la agenda para la reconstrucción. Todos los días un nuevo acto, un nuevo encuentro, una nueva denuncia, una nueva movilización, una nueva iniciativa, un nuevo chat, continúan sembrando esperanza.

En el nuevo panorama del país, cobra pleno sentido la agenda fraguada a lo largo de dos décadas: es la oportunidad de formular una Estrategia de Estado de la Diáspora venezolana. Hoy es posible convocar a todos los actores: sector privado, sociedad civil y sus organizaciones, instituciones y a las asociaciones diaspóricas para, de manera conjunta, intervenir en su formulación.

Pensar la diáspora supone reflexionar sobre el Estado. Los más de 5 millones de venezolanos que la integran representan más de 15% de la población, dispersa en una “nueva geografía” de Venezuela. Un fenómeno de esa magnitud, naturaleza e importancia exige de una Estrategia de Estado. Sobre ella, su forma y contenido es mucho lo que tienen que decir las asociaciones que constituyen ese vasto universo.

En el diseño de la estrategia es recomendable desmarcarse de las posturas adánicas, aprovechar lo realizado, prestar atención y escuchar, considerar y compartir los argumentos de estas asociaciones. Puesto de otra manera, una Estrategia de Estado de la diáspora no puede hacerse al margen de ella y sus organizaciones. Estas han puesto sobre papel los contenidos de la estrategia y la institucionalidad responsable de desplegarla y ejecutarla.

Las expectativas ante la nueva situación resultan esperanzadoras. Las asociaciones creadas por el éxodo venezolano han acumulado muchas millas de vuelo en todas las áreas: la ayuda humanitaria, la movilidad, la seguridad, los derechos humanos, los derechos políticos, la inserción del nuevo éxodo, la integración, la difusión tecnológica, el emprendimiento, uso de capacidades en el país de acogida para evitar el desaprovechamiento de los cerebros y sus capacidades y han creado redes y conectado con organizaciones con intereses similares en Venezuela.

El instrumento para diseñar la estrategia es el diálogo con esas experiencias. Comenzar preguntándoles por lo hecho, las dificultades encontradas, para conocer de primera mano lo que esperan del país, la forma de visualizar su inserción y el modo en el que quieren contribuir en la reconstrucción. Mostrar, también, lo que el país espera de su diáspora. Abrir un diálogo franco, conocer sus proyectos y sus iniciativas es un paso indispensable en la construcción de una estrategia de la diáspora y con ella. La estrategia debe contener ese amplio abanico de posibilidades. Preguntarse: ¿cómo aprovechar y potenciar los logros de lo realizado hasta el momento? ¿Cómo acompañar esos esfuerzos? ¿Con cuáles instrumentos, política y recursos? Es necesario tener presente que las asociaciones diaspóricas son bisagras entre el país receptor y el de origen, reconocidas y aceptadas por las relaciones de confianza desarrolladas con su trabajo.

La diversidad y pluralidad de la migración venezolana es imposible de acotar en una sola categoría o reducirla a un segmento de ella. La complejidad y variedad hace útil descomponerla, desagregarla en sus distintos segmentos. Los mismos expresan intereses y expectativas diversas. La segmentación es, por tanto, una de las primeras tareas. Lo hicimos en el estudio y la estructuramos en las Tres E: Emprendedor, Empleado, Estudiante. Hemos agregado otras dimensiones: demográficas, geográficas, socioculturales, sectoriales, profesionales y organizativas, con sus respectivas vocaciones.

La desagregación en segmentos facilita el análisis y la identificación de necesidades específicas, realidades particulares, diferentes intereses, todo lo cual posibilita ajustar políticas y programas a fin de establecer una relación más idónea y adecuada. La segmentación nos permite, asimismo, identificar rasgos particulares de cada grupo para asegurar un mejor aprovechamiento de los recursos y descartar aquellas opciones de evidente fracaso en el mundo.

La estrategia se está desplegando en todos los frentes. Uno de ellos, de creciente atención, es del papel que puede desempeñar la migración calificada en los países de acogida, como es el caso del aporte de la diáspora de la salud en regiones con problemas en los países receptores. Lo mismo ocurre en el campo de las ingenierías, la docencia, la psicología y las redes de emprendimiento e integración.

La diáspora ha venido sentando las bases de la estrategia y en el camino se han obtenido importantes logros. El propósito es institucionalizarla, dinamizar la relación y la participación del éxodo venezolano en el proceso de reconstrucción de Venezuela y convertir la nueva institucionalidad en un catalizador que articule las necesidades del país con las de la diáspora. Es una manera de asegurar un uso óptimo de los todos los recursos que serán necesarios para reconstruir el país.


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