A principios del mes de noviembre, me tocó realizar un viaje a la ciudad de Cumaná. Motivos personales me llevaron a la capital del estado Sucre, específicamente a la Universidad de Oriente. Mi salida de Caracas fue muy temprano, aún no salía el sol. Durante el trayecto por la autopista, un sinnúmero de alcabalas policiales sin sentido, que detenían a quien veían sospechoso, te invitaban a pararte a la derecha, estrategias que, en vez de combatir el crimen, alargaban las horas en el camino. A esto se le sumaban los reductores de velocidad (policía acostado) a lo largo de la vía, donde en vez de aminorar la aceleración de los vehículos, eran puestos obligados de ventas de arepas, empanadas, cachapas, naiboas y mamones. A esto hay que sumarle los huecos, hay de todos los tamaños, con agua, sin agua, alargados, pequeños y profundos, en fin, si te descuidas, tu viaje puede terminar de manera abrupta.

Sin contratiempos, realizamos varias paradas para abastecernos de queso guayamano, casabe, ir al baño y naturalmente surtirnos de gasolina. Pero en la medida que se avanzaba hacia el este del país, se podía observar el abandono casi en su totalidad de cualquier actividad comercial. Muy pocos establecimientos abiertos, parte del campo desasistido, casas derruidas, muchos vendedores ambulantes y niños deambulando en las carreteras ofreciendo productos a cambio de algo de dinero para lograr subsistir.

Primera parada, Barcelona, visitamos algunos parientes, para compartir un café, entregar algunas encomiendas y charlar sobre la realidad política, económica y social que nos embarga a todos, como tema obligado. Ya no se habla de beisbol, ni eventos familiares y menos compartir chismes sobre las andanzas de nuestros amigos y vecinos, no, la materia obligada de cualquier conversación empieza siempre con la frase “y cómo está la vaina”, con una respuesta casi repetitiva: “La vaina está jodida”.

Luego de despedirnos, seguimos la ruta hacia Cumaná, claro, no sin antes recibir las advertencias necesarias, para que tomáramos las precauciones de rigor, ya que la carretera que comunica hacia la capital del estado Sucre se presta para muchos hechos delictivos. Entonces, paisajes hermosos, como la vista hacia el Parque Nacional Mochima, se tienen que apreciar a través de la ventanilla del auto a una velocidad mínima de 60 kilómetros, que dificulta muchas veces tomar una foto para el recuerdo.

Cuando se llega al núcleo urbano, una estatua del indio Cumanagoto te da la bienvenida. Esta localidad tiene el honor de ser la primera ciudad del continente americano, fundada por los españoles en el año 1521, bajo el mando de Gonzalo de Ocampo. Su nombre, en la lengua de sus pobladores, los cumanagotos, significaba unión del mar y del río, hay que mencionar que esta localidad se encuentra en el golfo de Cariaco, donde desemboca el río Manzanares, de allí deriva su denominación.

Ya instalados en casa de Luis Manuel y Maritza, organizamos nuestra agenda para poder efectuar la actividad programada, que no era otra que acudir a la Universidad de Oriente para realizar diferentes trámites administrativos. Allí, en ese recinto académico, comenzó toda una odisea que obligó a que se alargara nuestra estadía de 3 a 15 días.

No hay palabras que puedan explicar lo que está pasando en esa casa de estudios. La entrada, casi perceptible debido a los árboles sin podar, ocultan el nombre de la institución. Naturalmente, hay que entrar con cuidado, el asfalto deteriorado te da la bienvenida al núcleo de Sucre. A primera vista se pueden apreciar las petroaulas que albergan a la gran cantidad de estudiantes que reciben clases en esas instalaciones, que se caracterizan más por concentrar el calor y la humedad que ser recintos de conocimiento y saber.

Ese gran espacio, que debería ser un hervidero de jóvenes hambrientos de ilustración, es una ciudad universitaria fantasmal, donde deambulan de forma apresurada estudiantes, profesores y personal administrativo, por miedo a ser presas de la delincuencia. Todos los vehículos se estacionan lo más cerca de la entrada, porque después de los edificios donde funcionan las escuelas de administración y educación es tierra de nadie.

Naturalmente, mi curiosidad periodística me lleva a investigar sobre los diferentes sucesos en la UDO. Me arriesgo y comienzo a enfilarme hacia el Instituto Oceanográfico, cuando de repente de la nada salen varios sujetos cargando sobre sus hombros marcos de ventanas, computadoras y puertas de metal. Después de pasar el susto, seguimos avanzando, donde se pudo apreciar que las diferentes edificaciones que albergaban aulas y oficinas fueron literalmente saqueadas. Se robaron hasta el agua de los floreros. Marcos de puertas y ventanas desaparecieron, pocetas, lavamanos, puertas, computadoras, aires acondicionados, bombillos, todo lo que se podían llevar se lo robaron y lo que no, lo destruyeron. Expedientes de estudiantes desaparecidos, tesis de grado mutiladas y quemadas, todo el cableado eléctrico hurtado, ahora el piso de las aulas está tapizado por vidrios rotos y escombros. En ese recinto solo deambulan los fantasmas de la ignorancia y el analfabetismo.

Es lamentable ver libros amontonados, algunos rotos y otros consumidos por las llamas. Eso demuestra el poco valor que tiene para estos saqueadores el conocimiento. Cabalgan sobre la ignorancia sin darse cuenta de que destruyen el entendimiento, la inteligencia, el discernimiento, la consciencia y la razón, como única arma que puede combatir el oscurantismo y la manipulación.

El personal docente y administrativo trabaja en cualquier espacio que les permite cierta seguridad, desde paradas de autobuses, pasillos o bajo cualquier árbol, con tal de que la universidad siga funcionando. Una tarea titánica y apostolar, pero lo que importa es mantener viva la esperanza de los estudiantes a pesar de las adversidades. Dicho sacrificio lamentablemente no es recompensado con un sueldo digno, pues la remuneración a los profesores, obreros y administrativos apenas alcanza para cubrir la sobrevivencia.

Después de batallar durante dos semanas logramos obtener toda la documentación necesaria para realizar las diferentes solicitudes en control de estudio del Rectorado. Ahora nos toca esperar que se cumplan los plazos.

Una vez concluida la odisea, emprendimos el regreso hacia Caracas. La estatua de Antonio José de Sucre nos despide. En Cumaná dicen que cuando llegas a la ciudad, entras como indio y te vas como prócer.

Nos olvidamos de Mochima porque los precios son prohibitivos, no olvidamos de ir a Margarita porque el dinero no alcanzaba. Luego de las lamentaciones, comenzamos el regreso. Primera parada, Barcelona. De nuevo en casa de la tía Vallita y el tío Rafael, compartimos nuestras andanzas, dormimos una noche y en la mañana siguiente, luego de desayunar, enfilamos hacia la capital. Eran las 9:00 de la mañana.

Todo iba bien, pudimos surtirnos de gasolina en Puerto La Cruz, ya que en Cumaná se comenzaba a sentir la escasez de combustible. Segunda parada, comprar queso guayamano, casabe y uno que otro recuerdo para la familia y amigos. Todo iba bien hasta Clarines. Un accidente obligó a detener la marcha, un conductor perdió el control de su camión y terminó saliéndose de la carretera. Por suerte no hubo heridos. Esa espera fue de dos horas, bajo un sol inclemente. Como siempre, compartimos con otras personas, intercambiamos comidas y bebidas, y una vez que se levantó el siniestro nos auguramos un feliz viaje.

Pero la gran sorpresa nos esperaba en El Guapo, los habitantes de esa localidad trancaron la vía en ambos sentidos, reclamando la falta de gas, electricidad y agua. Muy bien, todos tienen derecho de protestar y más cuando son servicios públicos. Dichas demandas comenzaron a las 2:00 de la tarde.

En la medida que transcurría el tiempo se amontonaban los vehículos, sin verse en el corto plazo solución al problema. Los cuerpos policiales no remediaban el contratiempo. Pero con el pasar de las horas, la desesperación y la llegada de la noche, comenzaron a hacer efecto el miedo y el temor. Naturalmente, estos supuestos protestantes se aprovecharon de las circunstancias y comenzaron a cobrar en dólares para dejar pasar supuestas emergencias. Pero al mismo tiempo, una vez caída la oscuridad, sirviéndose de las sombras, comenzaron a saquear camiones y asaltar cualquier vehículo que se encontrara vulnerable. Y todo esto, bajo la mirada impávida de los funcionarios que están obligados a resguardar la vida y los bienes.

El sobresalto, la zozobra y la impotencia nos cautivaba. La arrechera de no poder hacer nada porque estábamos literalmente atrapados entre un camión y un autobús que nos impedían cualquier margen de maniobra. En manada salía la gente, tanteando vehículos, rasgando lonas de camiones, forzando puertas de autobuses, todo para llevar a cabo sus fechorías. Lo único que pudo parar la rebatiña, por un tiempo, fue la lluvia. Pudimos salir de ese infierno gracias a la ayuda de un camionero, Johan, quien me sirvió de lazarillo para guiarme por carreteras desconocidas hasta llegar a Guatire. Llegamos a Caracas a las 10:00 de la noche.

En este periplo conocí gente buena, dedicada al trabajo, al sacrificio y al esfuerzo que, a pesar de las adversidades, creen que las cosas pueden y deben cambiar, a pesar de la desidia, la delincuencia, la indolencia y los policías acostados, literalmente.


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