Hace años, creo que en 2003, mi amigo Pantaleón Martínez (nombre raro para un hombre que entonces apenas tenía 35 años) y su novia Elizabeth Parra decidieron casarse con urgencia. Pantaleón se dirigió a hablar con el prefecto de su parroquia, que era su amigo, para un casorio exprés.

El prefecto, un hombre de la revolución bolivariana, pero pragmático y, sobre todo, muy amiguero, le dijo: “No hay problema, Pantaleón, pero dónde carajo vas a vivir. Nuestro comandante dijo cuando tomó el poder que el déficit de viviendas en el país se monta sobre el millón quinientos mil y él se da un plazo de cuatro años para resolver definitivamente ese grave problema”.

Pantaleón, con tono de decepción, más bien de degollado, le dijo: “Pensamos vivir en casa de la suegra mientras tanto”. El prefecto, con aire paternal, lo miró, con un gesto de desaprobación en la cara, y le respondió: “¡Ay, carajo, Panta, te vas a meter en la casa de la suegra, que por naturaleza es la mujer más mala del mundo, no solo la tuya, todas las suegras son perversas y te va a hacer la vida imposible! Date una aguantaíta y en cuatro años yo mismo te resuelvo ese problema con una apartamentico en El Soler”.

Pantaleón, más desanimado aún, le señaló: “No podemos, hermano. En cuatro años el problema que tenemos Elizabeth y yo va a estar en el preescolar”.

Esto viene a cuento porque ese es precisamente el problema del tiempo en política, pues entre los plazos objetivos que el poder, devenido en gobierno, se plantea y planifica, y las urgencias subjetivas de la gente, hay una distancia que produce un ruido increíble y una indeterminación que casi siempre termina por hacer naufragar al poder.

Es que el poder se mide también por quien dispone del tiempo del “otro”. Esto es, quien dispone del tiempo de los demás y pone el plazo. El que lo hace es el que detenta el poder. Tiene la capacidad de ampliar su propio plazo y encoger el plazo de sus adversarios o enemigos.

Fíjense en el caso del segundo período de Carlos Andrés Pérez, quien decía que él entregaría el gobierno a su sucesor en febrero de 1994, como resultado de las elecciones, pero Pérez había sido defenestrado del poder antes de que lo echaran del gobierno y no pudo ampliar su plazo y manejar su tiempo. La Corte Suprema de Justicia decidió que fuese el 21 de mayo de 1993 su fecha de salida. El poder se había desplazado del Ejecutivo a las instancias judiciales, aun cuando todos sabían que era una decisión política que nada tenía que ver con la justicia.

Hoy Maduro lucha por ampliar su plazo y restringir el de la oposición y es una lucha sorda. Entre la fecha de término formal de su mandato (fuera de las condiciones en  que fue electo) y el deseo de la mayoría del país que quiere un cambio político hay una distancia inconmensurable. Se podrá alegar que Maduro, todavía, dispone de los aparatos autoritarios del poder, especialmente la FANB, pero su margen de maniobra para ampliar su propio plazo de gobierno se ha reducido drásticamente.

Parece casi imposible que él pueda materializar su promesa de llegar hasta 2025, dada la profunda crisis que el gobierno de 20 años de continuismo chavista ha producido. El tiempo de Maduro y su gobierno es diferente al de la mayoría.

¿La oposición tiene alguna posibilidad de imponerle su tiempo al régimen? Obviamente, la oposición carece de mecanismos de poder de Estado (con la excepción de la Asamblea Nacional) que impliquen que ella (la oposición organizada y la no organizada) por sí sola y con sus propias energías pueda imponerle un plazo de término al gobierno de Maduro.

De ahí que solo la presión de todos los que quieren un cambio, por lo menos 80% de la población (y eso es según estudios, unos serios y otros no tantos, pero todos coincidentes), la presión internacional y una oposición unida en torno a un nuevo proyecto de orden y, finalmente, que la propia presión de esos tres elementos engranados produzca una fractura significativa en la FANB que obligue al régimen a una negociación que se acuerde en una salida a la crisis. Solo así se podrá imponer un plazo perentorio de término del gobierno a Maduro y su gente.

El tiempo en política es una variable imprescindible y hoy el reto de la oposición y de la sociedad venezolana es manejar los tiempos: reducir los del chavismo y ampliar el suyo.

 


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