A los hombres hay que acariciarlos o destruirlos, pues vengarán un insulto leve, pero quedarán indefensos si se les aplica un golpe duro

Maquiavelo

¿Existe la mínima posibilidad de que la icónica disidente cubana Yoani Sánchez  –como quisiéramos– pueda hoy moverle el piso a la dictadura castrista, liderando a un pueblo sublevado dispuesto a rescatar definitivamente la dignidad perdida en la patria de Martí? Seguro coincidiremos en asumir ese escenario como supuesto negado; suena cruel, pero hoy es una dolorosa verdad. Ella, valiente y decidida, seguirá dando una lucha desigual, asimétrica diríamos. Ese testimonio nos pone de bulto la dimensión del problema cubano, pero también la del atolladero en el que nos encontramos los venezolanos.

Más de 30 años han pasado desde que estuve en la isla en una actividad académica; pude percatarme –ya para entonces– del verdadero estado de deterioro material y espiritual del pueblo cubano. Mercado negro de divisas, contrabando, robo de vehículos, caos de transporte, ruina urbana, esclavitud laboral, prostitución y un anestesiante y controlador Estado policial, fueron suficientes taras de la nomenclatura para constatar la naturaleza perversa de la revolución cubana que contaba para ese momento con la ayuda de la Unión Soviética.

Dos años después caía el Muro y luego se desintegraba la URSS. Se les acabó el chuleo a los soviéticos y les sobrevino una profunda crisis económica y financiera dando pie al período especial. Todo esto terminó agravando las condiciones ya precarias del pueblo cubano; pero no al privilegiado círculo gobernante, que nunca llegó a comer cáscaras picadas de plátanos o bistec de toronja, ni tomar agua de azúcar o comer gatos para mitigar el hambre. Estaba claro que esa sumisión del pueblo cubano ante el riesgo represivo, la carencia de lo elemental y los problemas ya mencionados le habían vaciado su alma. El descontento de ese pueblo impotente subyace en lo más profundo de sus entrañas.

Pasó más de una década para que le lloviera maná del chavismo, tenían de nuevo a quien chulear. La historia corta: petróleo por servicios de médicos (cuya actividad esconde una forma de esclavitud moderna, muy rentable), por respaldo político propio y de aliados internacionales. También a cambio de servicios de inteligencia y apoyo militar.

Cuba recibía en ese extraño trueque más de 100.000 barriles diarios de petróleo, a precio subsidiado, que luego revendía en el mercado mundial a precio internacional, obteniendo miles de millones de dólares. (igual se hizo con otros gobiernos de izquierda, con claros fines geopolíticos  en América Latina). Terminamos siendo una suerte de colonia del Foro de Sao Paulo, en este caso operada por el nuevo mestizaje castrochavista, que se abrió paso para quedarse entre nosotros por largos años.

Pero vinieron las sanciones, ahora fue Trump y no el comandante el que mandó a parar. También vino el derrumbe del mercado petrolero y una severa disminución de las remesas. Como señaló un estudio del español Real Instituto Elcano, sobre el insuperable problema estructural de la economía cubana, atada al comunismo: con estos hechos se ratificaba así la histórica dependencia económica cubana de otra nación y la necesidad de subsidios y ayuda sustanciales para poder subsistir económicamente.

En una especie de variable del síndrome de Estocolmo, a Venezuela la lanzaron políticamente a los brazos de la Cuba secuestradora, con un régimen chulo, que dependía económicamente de nosotros. En todo lo demás nuestra semejanza abruma; pareciera que hemos calcado lo peor de ella.

Hoy el pueblo venezolano, reprimido al igual que el cubano, no puede hacer valer sus derechos que le permitan cambiar de gobierno democráticamente. Somos pares en la miseria, abandono y destrucción,  con idénticos regímenes totalitarios que han causado grandes diásporas. De hecho, ya estamos sufriendo por igual horrendos  períodos especiales. ¿Podemos los venezolanos dejar la sumisión, para marcar la diferencia?


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