Una vez más el pueblo de un país latinoamericano se vuelve a equivocar. ¿Quién dijo que eso no ocurre? De nuevo, la desesperanza, la ignorancia y el resentimiento social alimentado se vuelve a imponer en ese vasto territorio de un subcontinente repleto de potencialidades nunca bien explotadas.

Un señor llamado José Pedro Castillo Terrones, nacido en el recóndito poblado de Puña, de la región norteña peruana de Cajamarca, rondero, profesor de educación primaria y dirigente sindical, está a punto de ser nombrado oficialmente presidente de la República, solo a la espera de lo que resulte de la evaluación de las impugnaciones presentadas ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), por la candidata del Partido Fuerza Popular, todavía creyente de que a la tercera va la vencida.

Pedro Castillo, reconocido por su activa participación como dirigente magisterial durante la huelga de 2017, no se inmuta. Autoproclamado ganador y pidiendo “calma y cordura”, ya comenzó a sentirse guapo y apoyado por las apresuradas e irresponsables felicitaciones de sus futuros socios y connotados representantes del Foro de Sao Paulo: Alberto Fernández, presidente de Argentina; Luis Arce, presidente de Bolivia, y muy pegado a él, como para que no lo olviden, el expresidente Evo Morales. Por supuesto, no podía faltar uno de los fundadores del foro: el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Así mismo, la vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo, se sumó al coro de felicitaciones, refiriéndose a la victoria de Castillo como un triunfo de los pueblos de América Latina.

¿Consolidación de un nuevo ciclo de las izquierdas?   

Después de la derrota sufrida por la izquierda latinoamericana tras la elección del liberal Guillermo Lasso en Ecuador, un nuevo ciclo de reacomodo político pareciera asomarse con el (aún por confirmarse) triunfo de Pedro Castillo. En agenda observamos, entre otros, dos procesos electorales que tendrán lugar en el año 2022, y que serán decisivos en el peso y dirección que ha de tomar la geopolítica regional.

Ya el pasado mes de marzo Lula señaló, ante una audiencia del Sindicato de los Metalúrgicos, en el Gran Sao Paulo –luego de que un juez de la Corte Suprema de Brasil decidiera anular todas las condenas judiciales en su contra–, que sí lograba una mejor posición para ganar y mantenía buena salud, no dudaría en enfrentar al presidente Jair Bolsonaro. La comprometida situación de Brasil, con un mandatario irreverente, cuya deficiente gestión del coronavirus ha sido objeto de grandes titulares internacionales de prensa, ha ido abonando el terreno para un seguro cambio político.

Paradójicamente, y a pesar de los casi 500.000 muertos en Brasil por la covid-19, el presidente Bolsonaro, seguramente pensando en las elecciones de 2022, no dudó en tomar la decisión de organizar la Copa América de fútbol en tiempo récord, ante la renuncia de los organizadores originales (Argentina y Colombia). El solo hecho de celebrar un evento que remueve la esencia misma de los brasileños, sin mencionar los réditos que obtendría con un triunfo de la selección nacional, parecería ser una de las pocas cartas con las cuales contaría para su aspiración a la reelección.

Por otra parte, están las elecciones presidenciales de Colombia 2022, un país al borde del colapso, sacudido por masivas protestas y un paro nacional que se ha extendido por más de mes y medio, con sus consecuentes y cuantiosas pérdidas económicas. El mayor beneficiario de esta situación es el candidato de la izquierda, Gustavo Petro, exmilitante de la extinta guerrilla M-19, exalcalde mayor de Bogotá, fundador del movimiento político Colombia Humana y actual senador de la República. Encuestas recientes le atribuyen una victoria en caso de que las elecciones se llevaran a cabo hoy día. De concretarse la unión de las agrupaciones de izquierda colombianas en torno a un candidato único, en este caso el de mayor peso como sería Gustavo Petro, la victoria en 2022 estaría prácticamente garantizada.

Es evidente que la victoria de la izquierda en Brasil y Colombia en 2022, redundaría en el nefasto reforzamiento del actual eje Buenos Aires, Caracas, La Habana y México, con sus obvias y penosas repercusiones sobre el cuadro siempre imperfecto del republicanismo y de la democracia representativa y liberal regional.

De nuevo Perú

Seguramente es muy temprano para juzgar, pero sobre la base de su trayectoria, asociaciones y  precedentes muy recientes, la figura de Pedro Castillo presidente se nos antoja como el “buen revolucionario” de la obra de Carlos Rangel; es decir, aquel que en sus ejecutorias acudirá a la errada visión de América Latina como víctima del mundo desarrollado y de las clases pudientes; aquel que encarnará el populismo, el proteccionismo, el caudillismo y el autoritarismo como solución para su propio país y vecindario latinoamericano. Como diría el propio Rangel: un “buen revolucionario” que actuará “…en venganza de los males recibidos por los occidentales, al cual se le debe disculpar sus exabruptos en nombre de una buena causa”.

Pobre Perú que tuvo que escoger entre dos malos y eligió el peor. Pobre América Latina que continúa sin saber hacia dónde se dirige.


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