Pedro Castillo

El hecho de que un maestro de escuela del interior de un país subdesarrollado haya podido llegar a la presidencia del Perú puede tener una lectura favorable o no, según el ángulo desde el que se mire.

En esta época de la historia donde la igualdad de oportunidades es la piedra angular de la democracia, ciertamente es refrescante presenciar el hecho trascendental de haber visto a Pedro Castillo acceder limpia y democráticamente a la jefatura del Estado en el Perú, incluyendo la muestra de transparencia  e institucionalidad que permitió proclamar su triunfo por escasísimo margen frente a su rival Keiko Fujimori.

Al mismo tiempo da para pensar acerca de las implicaciones del hecho de que un modesto y honorable (hasta entonces) maestro pudiera acceder al Palacio de Pizarro sin tener las mas mínimas condiciones de preparación para ocupar el privilegiado sillón presidencial peruano. ¿Resultó bueno o útil el experimento? Vistas todas las cosas que ocurrieron durante la corta presidencia del maestro Castillo no es improcedente deducir que el salto aula-palacio sin al menos algún recorrido previo que pudiera haber aportado mayor amplitud o experiencia al hombre del sombrero no fue exitosa. De la remota provincia de Chota en Cajamarca directo a la Plaza de Armas en Lima no parece haber sido positivo, lo cual se reveló en cada paso de esta turbulenta historia.

Ha quedado claro que los peruanos, fundamentalmente del interior y de la sierra, castigados por el infortunio de la pobreza y la falta de oportunidades ha dado lugar a la aceptación del discurso reivindicatorio de tono populista que ya en otros países ha venido tomando cuerpo con éxito electoral que casi nunca se decanta en mejoras visibles. Visto está que en la costa y las ciudades, donde algún progreso iba tomando cuerpo, no fue la opción del maestro la que cosechó la preferencia mayoritaria.

Así, pues, con la falta de preparación y su pintoresco sombrero el hombre ―que en lo humano parece bueno― se dejó rodear de los vivillos que en todo tiempo rondan las esferas del poder, del dinero y de los contratos. Para el logro de sus buenas intenciones el modesto maestro convocó casi un centenar de ministros que entraban y salían cual puerta rotatoria. No conocía el ambiente, no supo elegir y se dejó arropar por intereses que, disfrazados de pueblo, aupaban sus propios objetivos incluyendo la corrupción que logró instalarse en el mismísimo palacio.

En vía paralela la institucionalidad peruana tan “respetada” (que no es lo mismo que respetable) logró instalarse en el Congreso con el decidido y no oculto propósito de impedirle al maestro gobernar. La maniobra era evidente, igual como lo fue con los presidentes anteriores: lograr los votos necesarios para declarar la vacancia sea cual fuere la consecuencia. Ya lo habían hecho antes (a partir de kuczynski) y lo hicieron ahora. Es por eso que en ojos del pueblo peruano el Poder Legislativo tiene el más bajo prestigio, si acaso conservara alguno.

Aquí podemos concluir que una institucionalidad contenida en una Constitución diseñada en forma ultrademocrática solo sirvió para que en un país latinoamericano de raigambre presidencialista, como todos, se instalara una organización cuasi parlamentaria. Perú es Perú, no es ni Francia, ni España ni Israel donde el parlamentarismo es consustancial con la educación política de sus pueblos.

Así, pues, con el “niño que es llorón y la mamá que lo pellizca” al pobre maestro se le ocurrió lanzarse a la piscina sin haber verificado si había agua. Resultado: salió como “corcho de limonada”. Su predecesor Fujimori (ahora colega y vecino en el mismo establecimiento penal) al menos se aseguró de que tendría el apoyo de los militares y demás estamentos donde se bate el cobre. El hombre del sombrero se quedó solo de absoluta soledad, abandonado hasta por su propia compañera de fórmula y en menos de un par de horas transitó de palacio a una prefectura policial.

Naturalmente un episodio como el que aquí se comenta sirve muy bien para que cada bando quiera desviar el agua para su molino. Los chicos malos del Foro de Sao Paulo bramaron de indignación: Ortega, Fernández, Nicolás, Petro, Lula, etc. Otros sapos del mismo pozo han preferido por ahora observar los toros desde el tendido mientras se decantan las cosas (Boric, Arce y hasta el mismo AMLO que, como siempre, invoca la tradicional no injerencia mexicana concebida para lo contrario, mientras se debate entre que sí y que no.

El tema da para mucho más que un artículo de prensa, por eso este opinador se atreve a medio lanzar una provocación polémica, la cual es “¿los pueblos nunca se equivocan?”.  Si democracia se resume tan solo en número de votos la respuesta sería afirmativa. Bajo esta óptica Hitler, Mussolini, Chávez, etc., pudieran ser aceptables. Si se requiriese algún otro criterio de valoración del voto como única herramienta disponible por el pueblo, tal vez el asunto fuera al menos opinable. Este articulista confiesa, por ahora,  no tener elementos para pronunciarse en uno u otro sentido .

@apsalgueiro1


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