“Con la dignidad no se come, pero un pueblo sin dignidad se pone de rodillas y termina sin comer”

Julio Anguita

Señala la mitología griega que Heracles, hijo de Zeus y de la reina tebana Alcmena, era el estereotipo de la heroicidad, quien en base a sus esfuerzos fuere recompensado con la inmortalidad y un lugar en la olímpica morada de los dioses eternos; en su escudo Heracles llevaba representado a Fobos, el miedo, hijo del belicoso Ares y la veleidosa Afrodita; en ese escudo también residían Proxis, la persecución; Palioxis, la fuga; Homado, el tumulto; Andraktasie, la masacre; Cidemo, el alboroto y Ker, la muerte violenta.

El escudo era, pues, un símbolo del miedo inspirado en contra de los enemigos, el miedo como un sentimiento de parálisis, de mutilación de la voluntad y por ende, el menos libre de todos los sentimientos. Fobos infundía terror entre las tropas, les quebrantaba la voluntad, y junto al miedo concurrían la persecución, la fuga, la masacre y la muerte violenta.

En los trabajos de Heracles siempre el miedo acechaba, era parte de la tarea misma, la persecución y la huida subyacían en los trabajos de este personaje. En los mitos el hombre intentaba plasmar la verdad, encontrar respuestas a sus interrogantes, y entre ellas dar sentido a la incertidumbre y por ende abjurar el miedo. En la semiología del escudo de Heracles se puede representar la estética de esta, nuestra vaciada nación, enferma de miedo y de una obsecuencia inmoral con quienes nos mantienen atados a esta innominada situación.

Venezuela es el lado convexo del escudo de Heracles, en toda su expoliada sociedad coexiste el miedo, el hambre, el espectáculo bufo, la burla cruel, la persecución y la masacre, un país eximio, exhausto, en fuga, imbuido en un alboroto hórrido en el cual concurren las dos caras de un ex país, por una parte la cara de la civilización del espectáculo, de los obsecuentes seguidores del interés crematístico y la cara hendida de los miserables quienes cada vez somos más pobres, más desplazados y estamos sumidos en el miedo.

Existen motivos para tener miedo, y las razones son incontrovertibles, absolutamente inmanente al vaho a terror, al luto en gerundio, a este muro gris y acotado, que se convierte cada vez más en un émulo de la prisión, desde luego el belicoso ares y la veleidosa Afrodita decidieron engendrar a sus gemelos Fobos y Deimos, en el tálamo nupcial de este agujero ubicado en el extremo septentrional de la América del sur, nuestra geografía social se encuentra repujada en la convexidad del escudo de Heracles, pues bajo el miedo y signados por su copante sensación de inhabilidad, seguimos enfrentando a esta realidad indecible que llamamos normalidad, bajo ese tupido manto de mentiras, sombras, llantos atropellos, peste a pólvora y vaho a desencanto, nos enfrentamos quienes no padecemos de peste del olvido o de indolencia hacia el dolor ajeno a seguir  denunciando y alertando.

Esa convexidad del escudo de Heracles define a un país extinto, vaciado, escindido de lo ontológico, somos pues una reminiscencia de un pasado que no volverá, la tierra de los libertadores de América es cuna también de truhanes y malhechores, de pillos y calumniadores de oficio, todo está al revés en desorden invertido, torcido por ende inservible, hasta la razón bajo el criterio kantiano de la individualidad del dominio de lo físico, se encuentra en entredicho, mezclada en un fango pastoso, de nihilismo y vacuidad, con la absoluta normalidad del transcurrir de lo adverso, hacemos potable que este país seas el segundo con mayor prevalencia de hambruna, solo superado por la desdichada Haití, no tenemos ninguna categoría similar con el continente, y a pesar de haber financiado y auspiciado la revitalización de la maldición de Casandra al volver a la izquierda, ninguno de nuestros tozudos vecinos exhibe el queloide de una cicatriz tan profunda como la de nuestro fracaso continental.

Miedo, hablar quedito, murmurar, la verdad esa es la manera de vivir en este ex país, pues denunciar, estar en desacuerdo o ser crítico supone asumir la postura de un lázaro, un leproso, que produce asco a la obsecuencia de quienes antes se oponían al horror y ahora hacen tratos con el mal, no sabrán los obsecuentes que en tiranía nadie se encuentra a salvo, que en tiranía no hay progreso, pues la siempre idea de progresar es connaturalmente adversa al deseo por controlar, el miedo de vivir en un país ergástula, cuyo carcelero es tratado con la dignidad de un mandatario probo y legítimo, entonces el resto del mundo es cómplice por omisión de este holodomor, administrado en la Venezuela frenética de Maduro.

Empero y como corolario,  todo concepto tiene un complemento la nada es el complemento del todo, el vacío de la existencia y el miedo es complementado por la templanza y la fortaleza, aun existe valor suficiente para escribir en los cada vez más controlados medios de comunicación, y mientras se pueda hacer público este horror por encima del miedo y de la mentira, debemos como deber cívico hacer lo propio, denunciar, llorar, gritar y gemir, aún con el obstáculo del trapo sucio de mil manos de la mordaza bárbara impuesta, pues ese trapo que es la mordaza no es sino la obra de una mano tembleque que intenta acallar aquello que es sencillamente escandaloso.

En la convexidad del miedo se pueden buscar las formas para seguir adelante, insuflando libertad para la palabra, belleza en el lenguaje y progresividad en el espíritu. Es imposible no sentir miedo, pero debemos sobreponernos a eso y asumir el reto histórico que tenemos por delante, si dejamos que el miedo nos paralice y asumimos el nihilismo como precepto, estaremos aceptando de facto que hemos muerto, pues vivir sin asumir riesgos frente a estos torvos empujones de la vida es asumir que en catatónica obsecuencia se puede coexistir y hasta beneficiarse del secuestrador.

Finalmente, todas las sociedades con miedo real y bajo el imperio del terror, han decidido dejar el miedo atrás y no hacer nimio lo que es un atropello a la dignidad, espero que mi país no se termine de trocar en la decimosexta provincia de Cuba y asumir lo inaceptable, parece trillado pero al menos en los pocos espacios para la educación estamos obligados a implementar la discusión sana, la confrontación de ideas y la opinión crítica, aunque cada vez veamos más simulación, mayor espectáculo y una vulgar obsecuencia y exceso de servilismo a una ideología que promulga el odio como respuesta a los problemas sociales.

“La palabra para mí es una religión. Por eso no puedo ver con indiferencia el empobrecimiento cada día mayor de nuestro idioma en Venezuela”

Rafael Cadenas


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