Gustavo Petro vino 48 horas a Venezuela a tratar de desandar lo andado.

Hace días se había pronunciado crítica y ácidamente en torno al proceso electoral venezolano tal como está siendo manejado por Nicolás Maduro.

El presidente colombiano había calificado de “golpe antidemocrático” el hecho de que el régimen venezolano no haya inscrito a María Corina Machado y a su delegada Corina Yoris en la contienda electoral. Ello fue grandemente aplaudido por los demócratas de la binacionalidad, pero es conocido también cómo este “exceso” de parte del mandatario vecino provocó un gran disgusto al inquilino de Miraflores y una enérgica y destemplada reacción de repudio a las declaraciones de su homólogo.

Las adversas declaraciones de Petro cayeron muy mal en los círculos maduristas sobre todo porque a Maduro lo han estado abandonando sus soportes continentales, Lula y AMLO, por ejemplo. Pero también porque también tiene la vara internacional muy baja por los atropellos a las libertades, los encarcelamientos, las violaciones de derechos humanos, el destrozo económico del país y el desarrollo de un proceso electoral viciado de inconstitucionalidad y de validez ante terceros, su colaboración con el narcotráfico y el terrorismo y muchas otras cosas.

El daño ya había sido infligido, pero sin pensarlo dos veces, el mandatario colombiano decidió enmendar la plana y trasladarse a suelo venezolano con una banderita blanca.

Eso decía su publicación en X al llegar de vuelta a territorio colombiano: “Me reuní con el presidente Maduro y con sectores de la oposición venezolana en la perspectiva de construir la paz política”.

Petro viajó a Venezuela con propuestas económicas bajo el brazo, cada una a cual más gaseosa e impracticable, pero sin duda que su viaje estaba encaminado a estimular un mejor ambiente para su par venezolano ante la comunidad internacional. Todo ello sin percatarse o sin importarle -ambas cosas son posibles- que su política exterior esté plagada de ambivalencias y sea percibida por todos como una monumental sarta de incongruencias.

Como si lo anterior no fuera bastante, la agenda de la visita a Venezuela de Petro no incluyó a María Corina Machado, cuya candidatura había defendido pocos días antes, pero sí comprendió una tenida con Manuel Rosales. Ello fue suficiente al regresar a su país para hacerle saber en trinos a Colombia que, como gran componedor, se había reunido con “la oposición venezolana”, ignorando el hecho de que del otro lado del Arauca hasta las piedras saben el tamaño de la victoria de Machado en la medición primaria venezolana para la selección de un candidato con el cual defenestrar a Nicolás Maduro: 92% de la aceptación de los votantes.

Una sola razón puede haber para que el mandatario colombiano se haya hecho protagonista de estos desatinos y es que el régimen de Maduro sigue teniendo una importancia vital para la Paz Total de Colombia: Venezuela tiene el compromiso de ser garante de los procesos de paz con la insurgencia colombiana. Mal puede el Estado colombiano meterle el dedo en el ojo a quien es un factor relevante de ese proceso. Dentro de la declaración conjunta que no quedó plasmada, por cierto, en un documento, sí hubo, pues una revalidación de ese compromiso del régimen venezolano. Recordemos que de todos los proyectos de reforma de los que Petro ha sido abanderado en su país desde que es presidente, apenas sigue quedando vivo el de la Paz Total. Solo Dios sabe cuánto el ELN ha sido el artífice de esta visita.

Aunque quieran tapar el sol con un dedo las cosas no andan por los mejores caminos entre Colombia y Venezuela, pero a ninguno de los dos presidentes les conviene agregar un desencuentro bilateral a las difíciles situaciones domésticas que atraviesan cada uno, Petro y Maduro, por separado.

Lo que sí está claro es que el compromiso de ambos, Petro y Maduro, con la democracia, es, por decir lo menos, nulo.


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