Con la lapidaria frase “Si muere Palestina, muere la humanidad, y no vamos a dejarla morir”, el presidente de Colombia tomó partido de manera definitiva en el conflicto de Medio Oriente y anunció haber tomado la decisión de romper relaciones diplomáticas con Israel. También el mandatario solicitó el primero de mayo unirse al caso de Suráfrica que acusa a Israel de genocidio en la Corte Internacional de Justicia asegurando que no es el momento de pasividad internacional. La Cancillería colombiana vertió la decisión presidencial en un comunicado publicado el mismo miércoles.

Gustavo Petro ha pasado de las palabras a la acción, de la amenaza a la actuación. Hace un mes había realizado un llamado a la comunidad internacional a romper relaciones con Israel si no establecía un alto el alto el fuego inmediato exigido por el Consejo de Seguridad.

La respuesta de Jerusalén no tardó y le tocó al ministro de Relaciones Exteriores, Israel Katz, calificar en la red X al presidente de Colombia de “antisemita lleno de odio”. El mensaje del canciller fue más completo: “El presidente de Colombia prometió premiar a los asesinos y violadores de Hamás, y hoy cumplió su promesa. La Historia recordará que Gustavo Petro decidió ponerse del lado de los monstruos más despreciables conocidos por la humanidad que quemaron bebés, asesinaron niños, violaron mujeres y secuestraron a civiles inocentes”.

La posición de Colombia desde el inicio del conflicto el pasado 7 de octubre ha sido clara. El gobierno de Colombia no condenó el monstruoso ataque terrorista de Hamás que dio origen a la conflagración. Ninguno de los derechos humanos violados, ninguno de los horrorosos crímenes cometidos fueron del calibre que necesita Gustavo Petro para pronunciarse en su contra. El despacho de exteriores de Colombia sí emitió un comunicado en el que recordaba a las fuerzas militares israelíes la necesidad de respetar el Derecho Internacional Humanitario.

El antisemitismo enarbolado por el jefe del Estado colombiano le va a pasar factura a su país. Su principal tarea debería ser la de evitar trasladar a los suyos las consecuencias de sus posturas personales, sus creencias, sus fobias o su filosofía, por acertada y cuerda que le parezca a Gustavo Petro a título personal.

Para Colombia ha sido estratégico, a lo largo de las últimas siete décadas la cooperación en seguridad y defensa orquestada con Israel y también es estratégico el Tratado de Libre Comercio que ha beneficiado a las 100 empresas exportadoras colombianas.

Pero poco cuenta la dependencia de Colombia del suministro de componentes y municiones para las armas que el país ha adquirido persiguiendo el objetivo de modernizar su infraestructura militar. Este desaguisado envuelve mucho más que ello.  Envuelve también bastante más que el comercio superavitario en 400 millones de dólares de Colombia hacia Israel en 2023, a donde va a recalar un componente importante de sus exportaciones de flores y de café, de esmeraldas y de confitería y galletería, por ejemplo.

Es que el mundo está peligrosamente ubicado en la víspera de una guerra de proporciones y de consecuencias incalculables. El silencio y la prudencia no están de más. Por el contrario, lo que es aconsejable es la calma en medio de la turbulencia. Una posición principista como la asumida por la Casa de Nariño no puede ser orquestada sin contar con el apego de la población en su conjunto. Es un gigantesco despropósito. Lo menos sensato en el momento actual es mostrar solidaridad con la organización terrorista y paramilitar Hamás. Es una carga monumental para un país de tradición, de vocación democrática y de aspiraciones de pacifismo como Colombia.

Una vez más la incoherencia de la política externa de Colombia, cuya batuta sostiene su presidente, es lo que se pone de relieve.


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