Gustavo Pedro está teniendo que enfrentar momentos muy azarosos en su presidencia cuando está a punto de comenzar el segundo de sus cuatro años de mandato. No sólo los proyectos de reforma que constituyeron el eje de su campaña se han ido “emproblemando” (término colombiano) en la medida que el tiempo ha avanzado, sino que, además, su partido ha perdido el control de la Mesa Directiva del Senado. Si eso ya no constituyera un tremendo escollo, el partido que lo llevó a la presidencia, el Pacto Histórico, enfrenta severos problemas de disciplina interna.

El nuevo presidente del Senado, en la ocasión de su investidura, se las cantó claras cuando le hizo saber que el Parlamento no está para defender los intereses del Ejecutivo. Sus palabras fueron lapidarias cuando le aseguró que el Poder Legislativo “no es solo una fábrica de leyes, sino también una instancia de la democracia para que lo que no convenga no salga”.

El inquilino de la Casa de Nariño no las ha tenido todas consigo en el año que lleva despachando. Ya el país ha perdido la cuenta de la cantidad de ministros sustituidos, incluido el del vital sector petrolero, muchos con severos desacuerdos con el presidente. La pelea con la Procuraduría no se ha detenido a pesar de lo cáustica que resulta para sí mismo. Todos recuerdan cómo, también, ha pretendido someter al fiscal bajo la premisa equivocada de que su jefe es el presidente de la República.

El escándalo de su jefe de gabinete y de su embajador en Caracas sigue en la mente de todos los colombianos por el pésimo manejo que cada protagonista hizo de su parte. Los cargos de estos dos altísimos funcionarios y piezas claves en la dinámica diaria del mandatario, Laura Sarabia y Armando Benedetti, fueron dejados vacantes a raíz de la investigación de la Fiscalía sobre la contaminación de la campaña presidencial con el ingreso de dineros ilegales.

Ese caso también ha quedado pálido al lado del embrollo de su hijo Nicolás Petro Burgos y la exesposa de éste, Daysuris Vásquez, quienes en este momento se encuentran enormemente comprometidos con el lavado de activos que también habrían ido a parar en la campaña presidencial. Ambos fueron capturados y la acusación no solo contempla el lavado de capitales sino también el enriquecimiento ilícito. Gustavo Petro ha hecho lo indecible para desligarse del joven argumentando y admitiendo lo distante que estuvo de su educación y más recientemente ha dado un paso atrás asegurando que no moverá un dedo a su favor y que su vástago deberá aprender de sus propias equivocaciones

Las encuestas también lo están castigando fuertemente y no hace falta ser genio para saber que, de no remontar la cuesta, lo que se juega es el resultado de las elecciones regionales. La más reciente medición del Opinómetro, realizada por la firma Datexco, demuestra que solo 31% de los encuestados, por teléfono, aprueba la gestión de Petro y 58% la desaprueba

No es para menos, sus proyectos de reformas se encuentran todos cojeando salvo el tributario que no le valió las simpatías de los sectores empresariales. Nadie se atreve a asegurar que serán aprobados y ejecutadas las reformas a los sistemas de salud, laboral y pensional. Del más caro de todos, el de la Paz Total, no puede asegurarse nada sobre su destino ahora que no cuenta con fuerza suficiente en el Congreso. Las simpatías de sus electores las ha ido perdiendo por la violencia que ha recrudecido mientras el mandatario sigue haciendo concesiones a los facinerosos miembros del ELN y otros grupos al margen de la ley. Su propuesta de entregar subsidios a integrantes de esa guerrilla a cambio de dejar las armas fue una bofetada para el conglomerado neogranadino, pero el hombre no se inmutó.

No contento con tantos traspiés, el presidente acaba de ponerle la guinda a la torta. Acaba de anunciar su terna de candidatas juristas a la Fiscalía cuando aún falta medio año para que termine el período legal de la actual cabeza de la institución. Este es otro inesperado movimiento que va a echarle leña al fuego del proceso que enfrenta su hijo al debilitar en principio al actual acusador.

Lo que hay a su alrededor, es preciso reconocerlo, es un ambiente turbulento y caótico. El hombre da mucho de qué hablar en su comportamiento cotidiano. Es impuntual e informal a más no poder, y en sus viajes –12 en un año– sus traspiés en asuntos de protocolo se convierten en la comidilla de todos, como lo fue su descolocado atavío en su encuentro con el rey de España, un problema muy menor pero que lo hace lucir atrabiliario. Se ha convertido en el defensor de causas indefendibles, incluso en terrenos que le son particularmente caros como el ambiental.

¿Qué se puede decir del año gubernamental que entrará? De seguir en la misma tónica, nada bueno. No se puede decir que su país le ha dado la espalda. Muchos le han metido el hombro, aun sin creer en sus postulados, en su estilo y en su programa reformista. Es un improvisador irreductible y eso no le hace bien a Colombia.

 


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