Temporadas como las que experimentamos en todo el mundo, sea porque vivimos en países muy desarrollados con altos niveles de vida, o en países menos favorecidos, pero con gran calidad humana y muchas carencias, todos sin excepción nos fatigamos en quehaceres, dando respuesta a lo inmediato y muchas veces mirando a lo lejos lo importante. Esto último, aunque apremia en los corazones, no parece alcanzarse en etapas productivas del desarrollo humano, pero se busca con gran diligencia cuando el tiempo se hace corto y las consecuencias de ignorar los fundamentos, se arrastran como pesados grilletes.

Cavilar en lo que realmente importa, y en el sentido correcto detrás de aquello que se teje en una seudonormalidad, es una fuente de contradicción constante al corazón, y de seguro pesa mucho más que aceptar todo como viene tácitamente. Empero, también puede constituirse como un ejercicio de buceo continuo a profundidades con altas presiones, donde se divisan cosas que quedándose en la superficie nunca se apreciarán oportunamente. Tales prácticas, afligen hasta enfermar el alma si no se conciben con propósitos claros, y lentes autoprotección frente a fracciones irremediables de entropía que se evidencian por doquier.

Enmarcada en inmunes pensamientos, me topé con la corta historia de un hombre justo que, tomando en sus manos cuerdas hace látigo con ellas, y evidencia con furia actividades indignas en ambientes consagrados con un propósito específico. Lo curioso es, que el narrador especifica que los irreverentes son expulsados de tales espacios con toda su riqueza y el fruto de sus obras. Éste, tan pequeño fragmento de la historia me hizo pensar en tantas otras realidades, donde el interés de ganancias propias o beneficios particulares se irguen frente a la reverencia que ciertos espacios y sus usos deben significar. Entonces, así como las intenciones de aquellos fueron inicuas, también lo fueron sus operaciones y frutos.

Eventualmente, cuando las circunstancias no son las más idóneas, se han sobrepasado límites y se juega con la confianza y la verdad, surgirá una persona látigo, un individuo cuya naturaleza amalgame el celo por lo que es sagrado y correcto. Sus palabras serán cortantes como espada de dos filos y nunca regresarán a sí sin resultado; sin saberlo se gestionará como escoba que barre polvos opantes y rastrillo que evidencia la maleza que invade la superficie de todo buen suelo, la cual, de no ser removida evitará una siembra fructífera. Seres así han sido afligidos a lo sumo y conocen su constante destino de muerte, una no tan literal sino inminente, un morir a lo que no les edifica, un fallecer a los impulsos que a otros gobiernan, una vida disciplinada y de autogobierno que solo quien ama se atreve a vivir, y casi nunca es por esfuerzo personal que les corone de gloria, sino por una rendición total en medio de dificultades y victorias, justo ante Aquel, que sí tiene todo poder y merece la gloria.

@alelinssey20


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