Desde sus inicios, compartimos los venezolanos una extraordinaria percepción de la fragilidad del régimen. Supusimos que el empleo de la violencia y las decisiones completamente arbitrarias para imponer la asamblea constituyente, prontamente darían al traste con el novel monarca, aunque muchos quisieron adivinarle los escrúpulos que nunca tuvo: al mismo tiempo de abrazar a una anciana desvalida que le suplicaba de rodillas, ascendía a oficiales superiores que no cumplieron el trámite constitucional; así se fuese al demonio la industria petrolera, despidió a miles de sus más calificados empleados; y, valga el dato del hedonismo y la concupiscencia del poder, se paseó vanidoso por el mundo en un Airbus que olvidó a los niños de la calle por los que predicaba a propios y extraños.

Estuvimos convencidos de la provisionalidad de un gobierno que, en todo el siglo XXI, es el mismo.  Aseguramos el derrumbe a la vuelta de la esquina y, bien calculados los zarpazos, mostró debilidades muy bien administradas que servían también para provocar tensiones entre los suyos, aguijonéandolos permanentemente para que se mantuviesen en guardia por sus privilegios, pocos o muchos, y las ilusiones vendidas a granel.

Colgados en una burbuja de ensoñaciones, ocultos el hambre y la miseria reales, ahora desean convencernos de la existencia de un régimen perpetuo, inalterable, alineado, impenetrable y en permanente transición hacia sí mismo, para lo cual no valen las protestas de calle, ni las primarias presidenciales, o cualesquiera otras alternativas de una oposición confiable y decidida. Chispa alguna podrá encender la pradera, portándose bien, o muy bien, y mal, o muy mal, sus adversarios.

Esa ilusión de inmortalidad tan inherente al culto de la personalidad, desestima que alguna modesta vicisitud o evento cotidiano, o la acumulación estructural de los males sociales y económicos, se traduzcan en situaciones o eventos determinantes. La sola posibilidad de una consulta popular para la selección del candidato unitario de la oposición, genera inquietud, temor y convicción entre los prohombres del régimen: desearían irse pacíficamente del país para disfrutar de sus reales, liberados de todo compromiso con las mafias que los atornillaron y también sufren de los nervios.

Los falsólogos de oportunidad, pierden demasiadas horas de sueño tomando nota patológica de todos los errores, vicios, componendas, triquiñuelas y pecados de una oposición irredenta, y, si bien es cierto que en ella no anida toda la pureza, como responsablemente lo denunciamos en la Asamblea Nacional, se mantiene intacta la candidez de Nicolás Maduro al que no rozan siquiera con el pétalo de una flor, por omisión y complicidad. A veces, se atreven a sugerir algunas fórmulas que los convierte en formidables capitanes de un ejército de papel, porque demuestran además que de estrategia o táctica política, imperturbables, saben muy poco o nada.

Aspirante a la presidencia de la República que se precie de tal, debe salir al encuentro de todos los venezolanos que les sea posible en caseríos, pueblos y ciudades, barriadas y urbanizaciones, con un mensaje muy firme, carácter de estadista, probo administrador y concitador de un espíritu unitario de profundidad histórica.  Completamente inéditas las circunstancias actuales, recordemos que Venezuela tuvo líderes a la altura de las suyas. Huelgan los comentarios.

Un nuevo relevo de actores se dará a partir del presente año, aunque persistan quienes dominaron la escena no sólo en la oposición, sino en Miraflores, pues, ahí mismo, piden hasta alternabilidad en el poder aquellos que siempre creyeron en el eterno comandante y no en el eterno sucesor. Otros roles esperan, porque el mito de la incorregible perennidad tiene fecha de vencimiento, y así lo saben los aliados continentales de este socialismo decadente.

@LuisBarraganJ

 


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