Cuando el lector entienda que los destinatarios de la carne podrida son los ciudadanos de bajos recursos y los que recibirán el ganado de exportación son los “países amigos”, sacará su propia conclusión. Queda claro en dónde está la prioridad del régimen. Importa más el pago de los favores recibidos (léase apoyo en cuestiones de marramucias) que la alimentación de los venezolanos.

Pero de este tipo de evidencias están llenas las acciones de la cúpula rojita, y el que todavía no quiera verlo es porque está enchufado. Son tan cínicos que se llenan la boca diciendo las barbaridades que hacen, porque fue el mismo ministro de Agricultura del régimen el que dio la noticia de que Venezuela exportó 12.000 cabezas de ganado a “países amigos”. No aclara cuáles fueron, pero es fácil deducirlo.

Lo reconoce como un logro: “En el marco del bloqueo más férreo que desde el punto de vista financiero haya tenido el país en toda su historia, además de la pandemia que azota a toda la humanidad, pues la agricultura no se ha detenido”; y asegura públicamente que siguen luchando junto al “pueblo combatiente”.

Claro, no reconoce que ese es precisamente otro de los logros del régimen, poner a ese pueblo combatiente a pedir pernil aunque sea para comer un día carne. Porque los números no mienten, el venezolano consume en promedio 3 kilos de proteína vacuna al año. Se lo dice en la cara el presidente del Instituto Venezolano de la Leche y la Carne, Carlos Albornoz. El experto ganadero asegura que solo 10 millones de venezolanos pueden consumir lo poco que se produce, mientras los otros 20 millones escasamente comen medio kilo.

Y si al lector le quedan dudas, la encuesta Encovi lo dice de una manera más científica, la mayoría de los venezolanos solo llega a consumir 34% de proteínas de lo que requiere para mantener su buen estado de salud. No hay manera, por donde se mire, se trata de una política del régimen para mantener al venezolano pasando hambre, comiendo puro arroz y pasta que no le garantizan el óptimo desarrollo de sus facultades.

Cuando se desmenuzan estas cifras, se entiende por qué en las barriadas y zonas populares se matan por un pedazo de pernil. No los regalan, hay que pagarlos, y con todo y eso ha llegado podrido. Eso no es querer a un pueblo, eso es querer matarlo de hambre.


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