Siendo muchas nuestras prisas, tomamos por absolutamente natural el cadencioso deterioro de nuestras condiciones de vida.  Ahora, sintetizamos más de veinte años de apocamientos, menoscabos e intimidaciones, procurando sobrevivir a las embestidas inmediatas del poder establecido.

La tendencia es la de creer en nuestra fatal suerte personal, buscando el conjuro necesario de los ancestros que salieron adelante con la prole. Martes de carnestolendas, luce perpetua la fiesta que nos desmoraliza, padeciendo una angustia que tampoco mitiga la expulsión hacia las más distantes latitudes.

Versionándolo, integramos al paisaje urbano sus infinitos derrumbes, aunque tratemos de una mole de metal y cemento que alguna vez se dijo caseta telefónica de la que las nuevas o novísimas generaciones no saben, abandonada por siempre en la calle. Paliadas nuestras escaseces, no advertimos el cambio de sabores que ha facilitado la dudosa calidad de los alimentos de distribución masiva que el régimen importa. Empero, somos ilusos metropolitanos que comen, aunque ni la mismísima basura alcance para todos.

Legítimos, como inverosímiles, hay locales que cobran una fortuna a todo interesado en destruir los más variados objetos de vidrio, pero la ingeniosa iniciativa terapéutica está negada a las grandes mayorías, formando parte de la galaxia comercial de una ciudad en la que solo una minoría es la beneficiaria de un enmascaramiento tan audaz de las realidades. A juzgar por la telaraña digital, la proliferación de tiendas de los más variados rubros, añadidos los innovadores restaurantes de una insólita exquisitez, bodegones que ofertan vinos muy cotizados en el extranjero, o referentes de la alta costura, no parece que tengan correspondencia con un mercado que se baste – al menos – por sí mismo.

Flojísima presunción, el socialismo que tiene por soporte y beneficiario a la clase obrera, la ha desalarizado al extremo, desprotegiéndola por completo desde que el siglo XXI juró ascender al poder. La prédica constitucional y legal se nos antoja un vulgar antifaz que no puede ocultar la profusión de los bonos del hambre, el desempleo y la radical flexibilización laboral, desapareciendo en la práctica la jurisdicción correspondiente.

Un recurso de antigua data, la invocación del bloqueo por obra de un feroz y desalmado imperialismo, mientras que sobran las divisas para traer y pagar a las celebridades extranjeras y nacionales del espectáculo, o levantar faraónicos estadios faltando insumos en los hospitales, es un ridículo subterfugio. Los expertos señalan que la tragedia económica comenzó antes de las sanciones internacionales, sumado al gigantesco e irresponsable endeudamiento, y aún con una cesta petrolera de tres muy modestos dígitos, no es ni será posible salvar un modelo y una estrategia que nos lleva a la barbarie, algo que no es exactamente equivalente al subdesarrollo.

Nada queda de las negritas de los remotos carnavales cabareteros, confiscadas por la calle en los jolgorios populares. Y no es precisamente una buena humorada la de recordar a los grupos de asalto o de comando, como se les llama, enteramente trajeados de negro como la capucha y el armamento, cuidando de la pérfida festividad en curso.

@Luisbarraganj


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