Hablar de la guerra de Ucrania después de que el planeta entero lo ha hecho, entre otros especialistas de alto vuelo, tanto en los aspectos que atañen al fenómeno específico como a la salud del mundo contra la que estos atentan, es cosa poco prudente. Limitemos el tema a una inquietud muy particular.

A mí me impresiona que el demente de Putin haya llegado a amenazar al mundo estos días en que parece que las cosas no le han salido como esperaba, por el valor que han tenido los ucranianos ante la agresión, la cuasi unanimidad del rechazo internacional y la severidad creciente y posiblemente jamás vista de las sanciones que le han aplicado, amenazar –decimos– con su inmenso arsenal de armas nucleares. Me imagino que la explicación más razonable es la de que se trata de un amedrentamiento a sus innúmeros enemigos, especialmente la UE y Estados Unidos, sin mayor probabilidad de llegar a los hechos apocalípticos que tal desmesura desencadenaría. Sí, ¿pero hasta dónde puede llegar una mente delirante de poder y poseída por todos los mitos nacionalistas, en su caso de un país supuestamente martirizado históricamente y de vocación imperial? Por supuesto no lo sé, pero, por ejemplo, me amedrenta esta expresión suya: «… Si alguien decide aniquilar a Rusia, tenemos el derecho legal de responder. Sí, será una catástrofe para la humanidad y para el mundo. Pero soy ciudadano de Rusia y su cabeza de Estado. ¿Por qué necesitamos un mundo en el que no esté Rusia?».

Como muchos analistas han señalado, esta guerra tiene mucho de inédita, de nunca visto. Desde, por ejemplo, su carácter de estar expuesta a una inmensidad de registros mediáticos, grandes y chicos, que, por ejemplo, hacen casi instantáneos sus horrores. Pero sobre todo evidencia la globalización del mundo, cuyo entramado económico es tal que las sanciones, arma principal de Estados Unidos y Europa, están llenas de efectos bumerán, afectando de diversa manera los sancionados, los sancionadores y los pasantes no directamente involucrados. También enmaraña esas posiciones por tomar de algunos países que oscilan entre la solidaridad política y sus grandes intereses comerciales; el mejor ejemplo es China, fraterna del tirano agresor pero muy atada a las voces de sus gigantescas clientelas y sus potenciales agresividades. Aquí queríamos llegar.

Yo diría que lo realmente más novedoso es que es una guerra en la que una de las partes está armada y la otra, salvo la martirizada Ucrania, tiene “armas” económicas y diplomáticas que ciertamente han utilizado con ruido, con furor y unidad, logrando una infrecuente enorme mayoría planetaria. Pero esa diferencia planta más de un problema ético, basta oír las quejas y solicitudes del presidente de Ucrania, al menos para formar parte de Europa. Por allí lo dice The New York Times: “…nuestro dolor será nada en comparación con la agonía del pueblo ucraniano a manos de un ejército invasor”.

Sobre esta novedad hay que discutir en su momento, quizás ahora corresponda aupar las valientes y osadas sanciones y presiones políticas de los que no están en el campo de batalla. Pero yo me atrevería a enunciar dos características, que seguramente se entremezclan en algún lugar. Evidentemente el peligro cierto de una tercera guerra mundial, esta vez con la amenaza atómica (ver supra), que afectaría para empezar a un mundo pleno de prosperidad, perspectivas tecnológicas alucinantes, hedonismo, egoísmo liberal, individualismo ético. Está lejos hasta de aquella última guerra mundial. No son tiempos épicos, al menos en la modernidad occidental.


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