Desde hace algún tiempo América Latina parece mecerse ideológicamente de un extremo a otro. Desde la era Chávez, pintarrajeada de proteínas “revolucionarias”, hasta la prevalencia neoliberal que supuestamente haría renacer la devastación civilizatoria y económica dejada por esta, para empezar la demencial y demoledora del propio Chávez. Pero no, no sucedieron grandes cosas.

La que parecía la experiencia vitrina y que tomamos como ejemplo, la de Macri en Argentina, apadrinada sin mesura por el Fondo Monetario Internacional, iba a recuperar y pronto sus antiguos laureles globales, más borgianos que maradonistas. Pero a pesar de los generosos créditos y las prédicas de modernidad no hubo nada parecido a un luminoso despertar y bastó una sola batalla electoral para que los descendientes de Evita, esta vez curiosamente matrimoniados, retomaran la casa y volviese otra vez -¡vaya!- el ya larguísimo y policromático legado de Perón. ¿Una nueva era? Al poco tiempo, apenas ayer, en las elecciones regionales, los liberales le dieron una descomunal paliza a los descendientes de Evita, líder y santa. Tan contundente que hubo que cambiar los roles de la curiosa pareja. Continuará.

Y piense además en las sacudidas y piruetas de Brasil, México, Bolivia, Ecuador, Perú, hasta Chile y pare de contar. Cuente sí lo opuesto, la contra natura permanencia de Cuba, Nicaragua y nuestra patria querida.

Pero más allá de esta constatación, hay el hecho de que esto es solo posible cuando las ideologías, que no han muerto (están tan vivas que pueden disfrazarse y esconderse como corresponde a su real naturaleza), se han vuelto una novedosa y ciega mezcolanza, en nuestras tierras y allende.

Los socialdemócratas alemanes ganaron las elecciones recientes por bailar pegado con la Merkel por años, en coalición, tanto que muchos votantes terminaron por considerar a Olaf Scholz, socialdemócrata ganador por una cabeza, como el legítimo sucesor de la admirada y admirable Merkel y no a su copartidario socialcristiano.

Evo Morales, en otro lejano espacio, maldecía y decía cualquier loquetera seudorrevolucionaria mientras mantenía una muy sana economía capitalista que ciertamente benefició a los bolivianos. Los chinos indetenibles tienen dos cabezas, opuestas según la más sana lógica. Chávez unió a Bolívar, Cristo, Fidel, el gorilismo latinoamericano, los babalaos, José Gregorio, Pérez Jiménez, un fascista argentino llamado Ceresole, al bueno de Simón Rodríguez y al zafio de Zamora, a Guaicaipuro, etc., etc. Hay un creciente y muy presente grupo de demócratas gringos que se autodenominan socialistas. Trump llegó a amar en un momento a Kim Jong-un, según dijo. En fin, la gran ensalada universal, tan grande que se inventó un gran cajón donde tanta variedad cabe que llaman populismo, que no sirve para mucho, justo porque cabe casi todo.

Pregúntese usted, y este es el llegadero, cuál será la ideología de la oposición venezolana. De lo cual no se habla mucho porque hay que mantener la unidad, pero usted se lo huele. Si tuvimos de padrinos a Trump y a Bolsonaro es de imaginarse. El silencio y la lejanía del pueblo a mí me dice mucho también. El que la banda que manda se diga de izquierda explica el mucho macartismo, a lo mejor producto de tantos años de abuso, destrucción y latrocinio. Queremos ser demócratas, eso parece claro, pero yo diría que no basta, nuestros hijos comen y enferman y muchos se quedan mirando los barrancos de por vida. ¿No será hora de ver de qué colores va a ser nuestra ensalada? A lo mejor eso destranca y sincera temas mucho, demasiado tiempo embaulados. ¿Hora de  hablar otro idioma, más sincero y terrenal, al fin y al cabo no podemos estar más inmóviles y atropellados y con una unidad bastante endeble e ineficaz?


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