“Si no es por los vecinos que salieron a defenderme, yo estaría muerta”. María fue atacada sorpresivamente por cuatro hombres del colectivo Ezequiel Zamora, conocido por sembrar el terror en varias comunidades, incluida La Vega, donde hacía vida María. “Botaba sangre por la boca. Comencé a pegar gritos de ayuda y gracias a Dios la gente salió a protegerme”.

María no es su verdadero nombre. “No lo publiques porque mi esposo y mi papá aún están en Venezuela”, dice. Y con razón. Con este gobierno siempre se teme lo peor. Vivía con su familia en El Paraíso, en Caracas, y trabajaba en un consejo comunal de la parroquia La Vega antes de irse a Estados Unidos: “Los mismos vecinos me pusieron en un cargo importante porque no querían a ninguno de los chavistas que les estaban imponiendo”.

Durante el tiempo que duró en el cargo, que compartía con la fotografía, que es su pasión, y una empresa que tiene con su familia, María fue la piedra en el zapato de los oficialistas en su comunidad. “Nos reuníamos y organizábamos campañas en contra del gobierno; cuando salió el carnet de la patria, yo le decía a los vecinos que no se lo sacaran, que no era obligado”. Hasta que eso cambió y la pensión de muchos dependía de eso.

Luego de la golpiza que casi acaba con su vida, su hija le compró un pasaje para que la visitara en Miami: “Para que me desestresara”. Se fue con la idea de descansar, de estar con su hija y su nieto, y devolverse a intentar seguir con su vida en Venezuela. “Un día mi esposo me llama y me dice que tengo una orden de captura, que en lo que pisara Maiquetía iba presa por traidora a la patria”. María no regresó, ya le aprobaron su caso de asilo político y está esperando para poder llevarse a su esposo.

Llegó a ser la vocera principal de la comunidad. Hasta la alcaldesa de Caracas,  Erika Farías, le ofreció un trabajo “con oficina y todo”, pero ella no lo aceptó. “Tanto es, que yo no me puedo ni poner una franela roja; una vez me obligaron a ir a una concentración y tuve que ir disfrazada por la vergüenza que sentía”.

Ha pasado año y medio desde que salió del país y no pasa un día que no extrañe su casa, a su esposo, sus cosas: “No me gusta mucho la cultura de aquí, no es mi país, nada como Venezuela”. Sin embargo, aprendió a no mirar hacia atrás y está convencida de empezar de cero, esperando impaciente por su otra mitad para hacer más llevadero este nuevo camino. ¡Mucha suerte, María!

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