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Los golpes que la vida nos propina en su transcurrir van forjando nuestro carácter. Van dejándonos cicatrices, algunas visibles a la simple mirada. Pero las otras, las invisibles, que no se encuentran en la piel que envuelve todo nuestro cuerpo ¡esas son las heridas que se nos quedan en el alma!

Bajo la hiperbólica utilización de la figura del venezolano más conocido en el mundo, Simón Bolívar, se han tejido las más insólitas marañas de manipulación y provecho politiquero a lo largo de los 193 años de historia que se cumplen este domingo 17 de diciembre, día de su fallecimiento físico.

De todo cuanto se ha hablado y escrito sobre el Libertador hay una extensa bibliografía sobre su vida e impacto que tuvo en el mundo que le tocó vivir. Más allá de la sola liberación colonial de toda la región del Sur de América, de los análisis hechos de su condición de militar, político y estadista, sin embargo considero que la más profunda enseñanza que podemos extraer de su legado, como el tesoro más grande fue el amor a su familia, a sus maestros y el apego al honor de su palabra hecha consistencia en sus acciones, para persistir hasta lograr el propósito al que finalmente dedicaría su existencia terrenal: la libertad.

Bolívar por designios de la providencia quedó huérfano de padre siendo apenas un niño de dos años y medio. Su padre era un acaudalado hacendado y “Coronel fundador de las milicias de los Blancos de Aragua”: Juan Vicente muere el 19 de enero de 1786. También muy pequeño, pero con una conciencia más nítida de que ahora sufre la pérdida del más grande amor, el de su madre, Doña María de la Concepción Palacios enferma de tuberculosis y entre en agonía el 5 de julio de 1792, para morir al día siguiente 6 julio.

El Bolívar huérfano de ambos padres ha quedado bajo la autoridad de su tutor y tío Don Carlos Palacios, con el cual no se siente identificado. Sin embargo es éste que al imponer inicialmente a aquel niño de 9 años recibir la formación necesaria de un maestro que, con particulares métodos y estilo personal de enseñanza, habrá de significar mucho más para él que la simple absorción de repetidos conocimientos. Es el comienzo del forjamiento de su carácter de disciplina dentro de la libertad. Ello lo hará reconocerse en sus raíces genealógicas, e iniciar la formación de una conducta de búsqueda del aprendizaje trascendente. Ese despertar lo estimuló su gran maestro Don Simón Rodriguez.

Luego de esos primeros años en que habita una Caracas que, a pesar de ser parte sólo de una Capitanía General del Reino de España, tenía una casta de ricos “mantuanos” que se procuraban libros y discusiones sobre el acontecer del mundo en que habitaban. Bolívar, por ejemplo, supo de las conspiraciones de Gual y España. Sin comprender aún la profundidad de las contradicciones que en el seno de su sociedad de castas existían, respecto de su realidad de niño rico con propiedades en haciendas de esclavos y otras posesiones que le daban estatus distinto al común de la “gente de pie”.

El teniente Bolívar, para proseguir su formación y desarrollo como joven de clase pudiente de su tiempo, se marcha a la Metrópoli española, donde va a conocer al amor que le estremecerá su vida a una edad en la que pensó que todo podría girar en torno a esta mujer. Madrileña y emparentada con él, se casó en esta ciudad el 26 de mayo de 1802, cuando apenas estaba por cumplir los diecinueve años. La pierde apenas comenzaban una vida matrimonial al regresar a Venezuela, el 22 de enero de 1803.

“La suerte estaba echada” y parada la muerte, esperándolo en cada batalla o en la esquina conspirativa en contra de Simón Bolívar. El caraqueño con sólo veinte años de edad cumplidos se embarca a su segundo viaje a Europa, esta vez en búsqueda de sanar de esos golpes del alma que le dejaron las huellas de un duelo que quizás nunca superó. Ni con los libertinajes sexuales, ni con el erotismo licencioso, donde no cabrían más aquellos dulces sentimientos amorosos y aquella virginidad emocional que se habría extinguido con la pérdida de su esposa. Nunca más se casaría Bolívar, aunque llegaría a amar seguramente a una compañera predilecta en su epopeya por la libertad de todo el continente suramericano: la quiteña “Libertadora del Libertador Manuelita Sáenz». El venezolano más conocido y reconocido en el mundo más que independencia a territorios de las hoy seis naciones: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, nos legó la auténtica identidad libertaria de los latinoamericanos, los cuales honrando su memoria volveremos a ser libres por encima de cualesquiera que sean las dificultades y los desafíos.

@gonzalezdelcas

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