En muchos casos nos preguntamos cuál es la opinión que nos merece tal o cual asunto, a lo que respondemos rápidamente, aunque muchas veces sin darnos cuenta de lo que contestamos. En uno de sus artículos, Larra afirmaba que sobre tal cuestión no tenía opinión, que seguramente era la más inteligente de las respuestas.

Es decir, sobre muchos temas pensamos que tenemos opinión cuando en realidad lo único que hacemos es suscribir la opinión que otro ha dado anteriormente, sin aportar nada al respecto.

Es la política uno de los campos donde más ocurre este efecto. Nos dejamos llevar por sentimientos y no por razonamientos. Se es de un partido o de otro no por sus virtudes y sus defectos, sino porque sí. Se produce un efecto bloque, similar al de los fanáticos del fútbol, donde lo importante es vencer al equipo rival, y no distinguir cuáles de las ideas del rival son acertadas y cuáles no merecen consideración.

Esta actitud, probablemente, se debe a un instinto ancestral de lucha, de formación de grupos, de supremacía sobre el rival, que, sin embargo, en sociedades más avanzadas debería ser superado.

En su libro el ABC de la felicidad, Lou Marinoff, nos recuerda que la verdad se encuentra en el término medio. Y así es, nadie tiene el monopolio de la verdad, y, del mismo modo, nadie tiene el monopolio de la equivocación.

El pensamiento en bloque hace que, a veces, nos apuntemos a un equipo de pensamiento, aceptando todas sus propuestas, y rechacemos todas las que vienen del bando contrario.

Tener ideas propias ya es harina de otro costal. Ser capaz de aportar soluciones o iniciativas propias, que no hayan sido pensadas por otros con anterioridad, es de gran dificultad. Cuando afirmamos, “yo opino que”, en realidad deberíamos decir, “yo me adhiero a la opinión de que”.

En política, desde luego, prima el propio interés. Siempre es más lógico que las personas con menores ingresos estén a favor de políticas de izquierda, como la distribución de la riqueza, mientras que aquellos que tengan mayores ingresos, sean favorables a una disminución de impuestos que premie la propiedad privada.

Pero el debate político no debe terminar ahí. Muchas ideas de izquierda o de derecha seguramente puedan ser de interés y se utilizará para el bien común de la sociedad, sin tener que ser aceptadas o rechazadas simplemente por el origen del que vengan.

Por eso es importante que los parlamentos sean lugares donde se discuta no en bloque, si no con independencia de los partidos de los que se proceda, para poder hacer leyes que tengan en cuenta todos estos matices y puntos de vista.

El centro político es una opción que en muchos casos es vista como débil e indecisa, pero también es aquella que puede seleccionar las ideas y aportaciones de ambos lados, la izquierda y la derecha, que puedan ser de interés para la sociedad.

Como se ha indicado anteriormente, el interés prima en política, y es lícito defender lo que a uno más le conviene. Pero, también, por el principio de solidaridad, se deben ver cuáles son los asuntos de interés general que puedan convenir a todos. Y, sobre todo, no caer en el error de pensar que defendiendo una opción política se defiende el interés propio cuando en realidad éste no es el caso.

Salir del pensamiento en bloque es difícil y complicado. Volviendo al símil anterior, es casi tan difícil como cambiar de equipo de fútbol. Ni siquiera las derrotas llevan al desaliento, pues uno es de su equipo hasta la muerte. Sin embargo, la política no es el fútbol, y se debe adoptar una actitud lo más racional posible para elegir, dentro de lo posible, las ideas y opiniones que más favorezcan al interés general.


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