Ilustración: Juan Diego Avendaño

Este 27 de julio se cumplen cien años del nacimiento en Maracaibo de Pedro Rincón Gutiérrez, rector por décadas de la Universidad de los Andes. Aunque su vida transcurrió en Mérida (donde era conocido desde muchacho como “Perucho”), su obra se proyectó sobre Venezuela, a través de los miles de alumnos que se formaron en aquella Casa de Educación, que él contribuyó a convertir en instrumento para el desarrollo integral del país. Estuvo entre los protagonistas de un momento estelar de la República (1958-1999), durante el cual se creyó posible establecer una sociedad mejor, más libre, más justa, más humana.

Terminados los estudios de bachillerato, joven de 18 años, Pedro Rincón Gutiérrez, en septiembre de 1941 ingresó en la Universidad de los Andes para cursar medicina. Había pasado los últimos cinco años interno en el Colegio “de San José”, de los padres jesuitas, quienes le dieron bases a su formación. Por un tiempo siguió viviendo allí. Después de un primer año no muy convincente, se convirtió en un alumno destacado, con magníficas notas (18,2 en promedio general). Obtuvo un premio de investigación y fue preparador y monitor de cátedras (por concurso). Desde 1946 acompañó al dr. Antonio José Uzcátegui en la fundación de la “Maternidad Mérida” como interno residente. Fue delegado al Consejo de la Facultad, activo deportista (en tenis y fútbol) y andinista arriesgado. El 30 de julio de 1947 recibió el título de médico, previa presentación de un trabajo de investigación. Hizo amigos entre los profesores y compañeros.

En septiembre de 1947, ante propuesta del maestro Uzcátegui Burguera y gestiones del decano Mario Spinetti Berti, fue designado profesor instructor para servir en cátedras de varias áreas (Patología, Fisiología, Obstetricia y Ginecología). Se mantuvo en ellas hasta 1959 (y regresó en 1972). Al mismo tiempo fue, sucesivamente, médico residente, adjunto y subdirector (desde 1950) en la “Maternidad Mérida”. Allí vivía desde 1946 hasta que contrajo matrimonio con Irlanda Chalbaud Zerpa en diciembre de 1950. Pero, Pedro Rincón Gutiérrez no limitó su acción a las aulas y el consultorio. Se convirtió en líder de sus colegas. De 1953 a 1959 fue presidente del Colegio de Médicos (y los dos últimos años vicepresidente de la Federación Nacional). Se construyó entonces la sede en la Avenida Urdaneta, todavía hoy el lugar de reuniones más utilizado en la ciudad. Fue surgiendo, así, como uno de los jóvenes profesionales más influyentes de Mérida.

En la historia venezolana, 1958 es fecha cardinal. Representó el final de un tiempo que se alargaba en madrugada de tinieblas. Aunque abundaban los signos, pocos esperaban un desenlace rápido a la crisis manifestada meses antes. Resultó ser tiempo de cambios e ilusiones. Entonces “Perucho” Rincón estaba llamado al rectorado de la Universidad. Como terminaba el periodo, por voluntad propia, de Joaquín Mármol Luzardo, algunos habían asomado su nombre como candidato natural para sucederlo. Estaba lista para enviar a Caracas una postulación suscrita por los notables de la ciudad. Cuando huyó el dictador – contaba Carlos Chalbaud – bastó cambiar las firmas de la primera página.  Sea como fuere, la Junta de Gobierno lo designó para el cargo. De inmediato, se abrieron las puertas de la Casa, se diversificaron los estudios y profesores y alumnos salieron a la calle para encontrar el pueblo. Aquel año – cuatricentenario de la ciudad – se dedicaron a alfabetizar.

La Universidad lo tuvo como Rector en tres tiempos diferentes.  De 1958 a 1972 impulsó la transformación de la institución en instrumento del bien común: se formularon objetivos, se adelantaron proyectos y comenzó su ejecución. Se estableció el Hospital Universitario. Entre 1976 y 1980, consolidado el sistema democrático, reimpulsó al proceso de crecimiento y de mejoramiento académico. El núcleo de la Hechicera mostró la mejor forma de sembrar la riqueza. Finalmente, entre 1984 y 1888 señaló rumbos ante los cambios globales que avizoraba. Entonces, la Universidad recibió (bicentenario de la Casa de Educación original) las instalaciones del colegio jesuita. Aunque diferentes, por responder a circunstancias distintas, durante aquellos períodos, se mantuvieron líneas de acción permanentes: vigencia de la pluralidad, en ambiente de convivencia; aliento al espíritu de cambio, junto a la afirmación de la vocación democrática; y defensa de la autonomía, sin renunciar a la colaboración del estado.

Pedro Rincón Gutiérrez entendió la Universidad como “comunidad de maestros y alumnos” dedicados a la búsqueda “de los saberes” (por la enseñanza y la investigación) para beneficio material y espiritual de la sociedad. Gustaba citar las “partidas” del rey sabio; pero, insistía en que la institución cumplía una tarea de “interés público”: síntesis de una concepción humanista de la educación (realización de la personalidad) y del reconocimiento de la dimensión social del hombre. Fundado en esas premisas, pretendió desarrollar una Universidad popular, moderna, creativa y comprometida con el país. Libre la matrícula, se multiplicó el número de estudiantes y egresados. Su acción directa se amplió en Núcleos (Táchira y Trujillo) y Hospitales en los Andes y Llanos. Se impulsaron el nivel de posgrado y la investigación científica. Se crearon las Facultades de Humanidades, Economía, Arquitectura y Ciencias (con oposición de la UCV), así como varias Escuelas y se establecieron los departamentos.

El rector “magnífico” creía que la difusión del conocimiento y la creación de la ciencia sólo pueden ejercerse en libertad. Las limitaciones a la actividad intelectual, como a la confrontación y la crítica, impuestas por poderes ajenos e interesados, impiden el avance social. Durante su tiempo, la Universidad garantizó las libertades académicas y, además, ofreció protección a quienes eran perseguidos por sus ideas (incluso, fue sede de la Conferencia sobre el Exilio y la Solidaridad en América Latina). Eso le permitió incorporar a su claustro a maestros de muchos países. Pero, pensaba también que el ejercicio de la libertad exige condiciones: estructuras democráticas que expresen la pluralidad y un régimen de autonomía que asegure el funcionamiento de la institución sin sujeción a poderes extraños. Se le recuerda como un combatiente tenaz por la autonomía universitaria: contribuyó a recuperarla (1958) y trató de impedir la reforma que la reglamentó (1971).

Desde sus inicios la ciudad (“que no puede estar escondida”) mostró su vocación por las aventuras del espíritu y la cultura. Su ubicación en paraje de excepcional belleza y de “neblina amable” durante todos los meses del año la hacían sitio propicio para el estudio y la meditación. Hoy, lejos de los grandes centros poblados o de producción industrial, pequeña todavía, ofrece tranquilidad para pensar, buscar y enseñar; al tiempo que permite el encuentro de gentes de lugares diversos y opiniones distintas. Encerrada en alta altiplanicie, es cosmopolita. Muy temprano (1628) aquella vocación se manifestó en el primer colegio venezolano, fundado por los jesuitas; y se confirmó cuando (1785) el primer obispo estableció una Casa de Educación que, elevada a Estudios Generales, está en el origen de la Universidad. La urbe es, pues, el fundamento telúrico de su existencia, sobre el cual ha mantenido actividad sin interrupción por más de dos siglos.

La Casa de Educación ha transformado el medio que la sustenta. Los maestros y alumnos produjeron cambios desde los inicios y hasta ahora: ideas, costumbres, empeños contribuyeron a darle identidad. “Perucho” Rincón participó intensamente en ese proceso de interacción. Se hizo merideño (y uno de sus referentes) y contribuyó a su realidad moderna. En 1941 Mérida tenía 14.544 habitantes y la Universidad 567 estudiantes. Toda su actividad se concentraba en solares próximos a la plaza principal. En 1988 los habitantes eran casi 175.000 y los estudiantes más de 38.500. Él vivía en El Valle con Perla Moreno, la segunda esposa. Las instalaciones de la institución se ubicaban en distintas áreas, conforme a plan formulado, con apoyo de especialistas, en los años ’60, ejecutado con recursos nacionales o de préstamos internacionales ¿Qué es: ciudad o universidad? Porque, la influencia de la institución es, además, espiritual y cultural. Múltiples fueron las iniciativas de ese orden que apoyó el Rector Rincón.

El maestro debe ser persona sensible. No basta transmitir conocimientos y valores. Para formar al hombre se requiere sentir al niño, comprender al joven. Reír, llorar, compartir. Lo supo siempre Pedro Rincón Gutiérrez, “cristiano primitivo”, pleno de humanismo y amor al prójimo. Esos sentimientos se acentuaron cuando –joven profesor– acompañó al padre José María Velaz, en diciembre de 1950, a recoger e identificar los cuerpos inertes de “los colegiales del San José” que viajaban en el avión que cayó en una cañada del páramo de La Palma (Monte Carmelo). Entonces se tradujeron en compromiso de siembra, que cumplió hasta el final de su vida generosa.

@JesusRondonN

 


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