Pedro Navaja es un personaje múltiple que está en muchas partes a un tiempo. A veces se ubica a nuestro lado y no nos damos cuenta. En otras ocasiones entra a nuestras casas en condición de amigo o miembro de la familia sin nosotros sospechar de su real condición. Él es el truhán habilidoso, capaz de envolver hasta a los más precavidos. En su persona no hay cabida para la dignidad, la excelencia o el realce, lo que explica que en ocasiones, después de ganar reputación o fama, se deslustre o desdore por iniciativa propia.

El señalamiento anterior se hace indispensable para abordar y entender la estrambótica y descabellada trama que se desarrolló al inicio de esta semana de enero en los majestuosos espacios del Capitolio Nacional.

La Operación Torpeza –que es realmente el nombre que le va– llevada a cabo por la dictadura de Nicolás Maduro, el domingo 5  de enero, ha entrado en la historia política venezolana como fiel expresión de lo que no se debe hacer. Se trató de una acción tan artera como la írrita elección del conductor de Miraflores, el 20 de mayo de 2018, la cual contó con la aislada participación del opositor Henri Falcón, no obstante las irregularidades presentes en su convocatoria y durante el proceso electoral, que se resumen así: falta de competencia legal de la asamblea constituyente para convocar a elecciones, inhabilitación de  candidatos emblemáticos adversos al régimen, impedimento de participación de los partidos opositores fundamentales, la compra de los votos y las más variadas manipulaciones.

Tal fue el mal olor que se desprendió de las actuaciones anteriores que organismos internacionales como la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos cuestionaron la convocatoria electoral de marras. Pero eso no fue obstáculo para que regímenes de fuerza o dictaduras como las de Rusia, China, Turquía, Corea del Norte, Irán, Nicaragua y Cuba, entre otros, manifestaran su respaldo a la farsa electoral.

En esta oportunidad la “pulquérrima” revolución bolivariana hizo uso de un poderoso vomitivo. Con el propósito de conseguir la mayoría en la Asamblea Nacional y hacerse del control del ente, compró con dólares del imperio la conciencia de un pequeño grupo de diputados opositores. Para desgracia de la nomenklatura, su pesca fue parca y solo consiguieron atrapar escasas sardinas de ínfima calidad y con tufo de heces fecales, así como un minúsculo pez zorro para que cumpliera un rol equivalente al de perro faldero.

Así, pues, el tiro les salió por la culata. No solo no pudieron reunir la ansiada mayoría sino que representaron el más grotesco vaudeville, tal como lo puso de manifiesto el mencionado pez zorro, en un tweet reproducido por el portal LaPatilla.com, en el que suelta estas perlas:

“Aún sin quórum, y sin la mayoría de los parlamentarios en el Hemiciclo, hoy decidimos tomar la Asamblea Nacional por la fuerza, en alianza con el PSUV y Nicolás Maduro para lograr un cambio en Venezuela, con participación de todos. ¡Pedimos al pueblo su respaldo!”.

Lo último –la solicitud de apoyo de la población– fue un gran papelón porque el país repudió la burlesca acción. Y lo peor de todo, hasta los gobiernos de Argentina y México le sacaron la silla al régimen. ¡Tronco de lavativa te echaste, Nicolás!


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