El Museo del Hermitage, que está ubicado en el centro de la ciudad, es considerado uno de los mayores museos y pinacotecas del mundo. Cuenta con 3 millones de piezas de arte que se exponen en más de 400 salas.

Hablar del Hermitage obliga a recordar a Catalina II, la Grande. ¿Por qué? preguntarían algunos. Catalina I, apodada la Grande, fue una princesa alemana de la dinastía Anhalt-Zerbst, quien contrajo matrimonio con Pedro III, nieto de Pedro I, el Grande. Su nombre original era Sofía Augusta, pero, al llegar a San Petersburgo, lo cambió por el de Catalina Alexeievna, cuando entró en la Iglesia Ortodoxa rusa, postura que fue absolutamente decisiva en su cercano futuro político.

Leer sobre la biografía de Catalina II, la Grande, además de interesante, resulta muy adecuado para comprender el alcance de su participación en la creación del Museo.

El zar Pedro III se caracterizó por su despectiva actitud ante las tradiciones rusas y, sobre todo, su manejo iconoclasta y de irreligiosidad; por ello, consiguió una profunda enemistad de abundantes sectores, capitaneados por la Iglesia y la propia guardia imperial. Ante este contexto y la exigua avenencia del dúo real, Catalina lideró un Coup d’État «para la defensa de la ortodoxia y la gloria de Rusia». Grigori Grigórievich Orlov, hermano de Alexéi Grigórievich Orlov y favorito de Catalina II, urdió y ejecutó la revolución del palacio, donde pereció Pedro III, y encumbró al trono a Catalina en 1762. Catalina II de Rusia tomó la dirección del imperio, orientada a transformar considerablemente el aparato administrativo y productivo del Imperio, siguiendo los estilos que definirían el llamado “despotismo ilustrado”.

De Catalina II hay varias opiniones negativas; entre ellas, se encuentran las duras críticas a sus relaciones nada escondidas con diversos amantes, entre los cuales destaca Sergey Saltykov, de quien se ha llegado a pensar que fue el verdadero padre del hijo de Catalina II, Pablo I, futuro zar. Pero, aunque engendró un heredero, no constituye parte de las dos grandes relaciones de Catalina. La primera de ellas fue con Grigory Orlov, con una duración de 12 años; la segunda, un vehemente idilio con el estadista y general Grigory Potemkin.

Paralelamente a esa vida desenfrenada, según la califican muchos de sus biógrafos, debe destacarse que fue respetada por muchos de los gobernantes europeos del momento, como también por intelectuales ilustrados como Voltaire; contó como consejero a Diderot. No olvidemos que Diderot editó junto con D’Alembert la célebre Enciclopedia, emblema de la Ilustración.

Es importante destacar que las ideas iluministas de la época influyeron grandemente en el espíritu Catalina. De allí que se convirtiera en un importante mecenas de las artes; buscó traductores para se conocieran libros extranjeros; instauró el primer sistema nacional de educación en Rusia, apoyándose en los principales prototipos de la época; fundó numerosas escuelas y trató de europeizar el país, propiciando para ello la inserción de las ideas ilustradas; atrajo a la corte a muchos intelectuales europeos y estimuló el francés entre la corte y la nobleza.

Catalina II de Rusia gobernó al país durante 34 años (de 1762 a 1796); y consiguió hacer de San Petersburgo una ciudad esplendorosa. Ciertamente, Catalina II estaba llena de características muy peculiares; una de ellas era su erotismo, calificado como exacerbado por sus biógrafos.  Entre sus excentricidades se cuenta que Catalina de Rusia tenía su propia ‘habitación erótica’. Este recinto tenía cientos de elementos pornográficos. Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados rusos descubrió la habitación dentro del palacio Tsárskoye Seló; los soldados fotografiaron los objetos, muchas de esas fotos se conservan; mientras que otras se perdieron durante el período bélico.

La relación entre el poder y el erotismo ha sido motivo de numerosos escritos, libros, ensayos. Quiero referirme, aunque sea en pocas líneas, a una obra que debe ser rescatada del olvido de muchos críticos literarios, Amores, pasiones y vicios de la gran Catalina, del inolvidable escritor venezolano Denzil Romero. Novela histórica en la que Romero, en una fantástica mixtura de ficción y realidad, narra las relaciones de la emperatriz con Francisco de Miranda.  Este es un tema que valdría la pena abordar y analizar. Lamentablemente no puedo hacerlo en este espacio, so pena de desviar el foco del artículo.

Hemos hablado de la fundación de San Petersburgo por Pedro I, el Grande; durante su mandato, atesoró objetos de todo el mundo; compró el primero de la extraordinaria colección de cuadros de Rembrandt que posee el Museo del Hermitage. Pero, Pedro I no tenía el refinamiento que sí poseía Catalina. Fue ella quien adquirió la gran colección inicial de cuadros en el año de 1764.

En los tantos recuentos de la vida de Catalina II y su relación con el Hermitage se lee que Johann Ernst Gotzkowsky, mercante alemán, adquiría cuadros para Federico II, rey de Prusia; este, quien se había arruinado por sus fracasadas campañas militares, desistió de sus compras. Mientras tanto, Gotzkowsky, como buen astuto comerciante que era, había almacenado grano para proveer a las tropas rusas durante una larga guerra. Sin embargo, el combate fue corto, el precio del cereal se derrumbó y Gotzkowsky se arruinó. Ofreció pagar con unos 200 cuadros que había comprado para el rey prusiano. Catalina aceptó y con ello comenzó la historia del famoso museo. En el cuarto artículo de esta serie hablaré sobre el majestuoso Hermitage.

Muchos de mis lectores me han preguntado sobre las razones que me han impulsado a escribir sobre estos temas en plena crisis del país y del mundo. Parecería más adecuado insistir en los cuidados que debemos tener ante la pandemia; o, en el caso de Venezuela, referirme a la terrible tragedia que nos golpea. Sin embargo, me he hecho eco de un título que hay en el portal de la Unesco: “En tiempos de crisis, las personas necesitan la cultura”. La música, el arte, los conciertos, los artistas que generosamente han salido a los balcones a cantar arias, a llevar algo de alivio en medio de la terrible soledad del confinamiento han contribuido a hacer menos pesada esta espantosa temporada. Mi granito de arena es hacer accesible, por medio de la lectura, algunas manifestaciones culturales que, si bien son muy distantes, su comprensión nos permite acercarnos más a otras latitudes.

Polis, ciudadanía y un mundo interconectado son nociones que deben ser examinadas concienzudamente, puesto que van dibujando el advenimiento de una transformación de lo que hasta ayer constituían los  territorios  geográficos; hay un acercamiento a lo ajeno como concepción, como filosofía. Conocer los valores culturales de otras latitudes permite salir de los encajonamientos, de la mera programación de espectáculos.

@yorisvillasana


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